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Albaicín, Pintadas, Cámaras y La vida de Brian

Romani Ite Domun

La escena es un clásico del Séptimo Arte y sirve para explicar lo que sucedió ayer en el Albaicín. Someramente, Torres Hurtado se plantó en el Arco de las Pesas y propuso poner cámaras de videovigilancia para evitar las pintadas (lee en este link la info de M. V. Cobo).

La instalación de este tipo de videovigilancia en espacios públicos tiene que ser autorizada por el TSJA. La propuesta, viva la Hemeroteca de IDEAL, tampoco es nueva. Ya se le ocurrió hacer lo mismo en el centro en 2008, pero para evitar los robos. El TSJA le respondió más o menos que también podía servir para evitar el deterioro del patrimonio y le dejó la puerta abierta. Pero nada ocurrió.

Un paseo por el barrio del Albaicín sirve para tomar el pulso a la medida en boca y sangre de sus vecinos, quienes certifican que les da igual «que las pongan, que no las pongan o que las dejen de poner, porque no va a servir para ná».

Igualmente, otros vecinos sostienen que «lo que pretenden es matar dos pájaros de un tiro y tenerlos controlados». Algo que no les gusta nada. Sí es verdad, que otros dicen que si sirve para evitar los robos, los tirones y las pintadas, «pues que bienvenido será».

En cualquier caso, el sentir y el dato cierto es que el Albaicín sigue abandonado por las instituciones y que nadie se explica cómo esto es posible.

Quizá, y solo quizá, la próxima vez que pillen in fraganti a un pinturitas de estos haciendo pintadas de las suyas, puedan emplearse a fondo con él cual decurión romano y obligarle a escribir cien veces por todo el Albaicín algo así como «No volveré a ensuciar con pintadas el Albaicín», con el resultado clásico que todos conocemos de la película La vida de Brian. Tiene pintas de que va a ser más efectivo.

DEBATE
¿Qué harías tú para evitar la plaga de las pintadas en el Albaicín y en Granada?

 

 

 

Un alcalde, una estatua, una polémica

MOK

El homenaje a Bill Clinton de Díaz Berbel y el caballo sobre el Ayuntamiento de Moratalla se suman con la estatua de Primo de Rivera a los líos esculturales de los alcaldes de Granada

La retirada esta semana pasada de la estatua de López Burgos, un homenaje a José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, de la plaza de Bibataubín apenas es algo novedoso por único. Sí lo es porque supone que hasta el mismísimo Tribunal Superior de Justicia de Andalucía ha tenido que sentenciar la obligación del Ayuntamiento para que cumpla la ley de la Memoria Histórica.

Y quizá lo es por los ríos de tinta que han corrido con forma de polé- mica para envolver a una estatua y a un alcalde que, Granada es así, busca en cada mandato municipal cual piedra de toque un monolito o similar para que el primer edil de turno se retrate. Si una vez fue difícil co- locar una pica en Flandes, ahora es asaz complicado poner una estatua en Granada. Palabra.

Retrocedamos en el tiempo, cuando el siglo XX coleaba. Es el diario IDEAL de 13 de abril de 1999 y en la página cuatro el titular informa que «El Ayuntamiento coloca el monolito a Clinton a pesar del boicot de los vecinos del Albaicín».

Se informa de forma destacada que «el pedestal pesa ochocientos kilos y el nombre del presidente está escrito incorrectamente». El alcalde es Gabriel Díaz Berbel (Partido Popular), y no se anda con chiquitas. A su juicio, los detractores del mencionado monolito «son unos vándalos y no tienen derecho a vivir en esta ciudad». Para que luego digan que el actual primer edil, el también popular José Torres Hurtado tiene sus cosas.

Expresión clintoniana

El caso es que a Díaz Berbel le encantaba la idea del monolito, que buscaba recordar la visita oficial que el entonces presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, hiciera a la ciudad. La anécdota es que un joven Clinton universitario, en la década de los años sesenta, visitó Granada y quedó prendado de su puesta de sol.

La polémica surgió porque «La más bella puesta de sol del mundo», en expresión clintoniana, es imposible que sea desde el Mirador de San Nicolás, por su posición, sino que debe ser desde el de San Cristóbal.

La cosa quedó, como tantas otras veces, en agua de borrrajas: mucha polémica, polvareda monumental, humo por doquier y un monolito que, en cuanto el tripartito de Mo- ratalla asumió el poder municipal, quedó para la intrahistoria local como una ‘berbelada’ monumental, siendo las ‘berbeladas’ las meteduras de pata del entonces alcalde, muy ce- lebradas entonces por la oposición y por la prensa local.

Maldición, insistencia o directamente malafollá, el propio Moratalla ya como alcalde tuvo que sufrir la ira de los granadinos cuando dio a conocer el proyecto de reformar la casa Consistorial con motivo de su 500 aniversario, lo que incluía colocar en el tejado una estatua bautizada como ‘El Instante Preciso’. En Graná, ‘El Caballo’.

Una vez más, las crónicas de los periodistas de IDEAL reflejan la agria polémica que suscitó esta idea: «La ubicación de la escultura en la no- che de ayer (un 12 de diciembre de 2002), venía precedida de fuertes discrepancias en el seno del grupo municipal de gobierno».

«Las últimas horas de ayer fueron un ir y venir de reuniones y contactos al más alto nivel en la cúpula del PSOE. Alrede- dor de las diez de la noche se comunicaba a las agrupaciones locales del partido que el caballo subiría esa no- che. El desencadenante de la decisión se fraguaba la tarde del miér- coles durante una reunión del grupo municipal en la sede del partido».

Y continuaba: «Fuentes del PSOE lanzaron a todo aquel que quiso oír que el alcalde había planteado la retirada del proyecto de la escultura debido al alto coste político en sec- tores ciudadanos. A ello, según las fuentes, el entonces concejal José Antonio Aparicio respondía de forma visceral, indicando que el caballo tenía que ponerse en una fecha concreta, el día 27, y que en caso contrario, dimitiría, y además amenazaba con ‘tirar de la manta’.

Ante esta reacción el alcalde quiso reconducir la situación y tomó la decisión de mantener el proyecto tal y como estaba previsto, para lo que pidió el apoyo de todo el grupo municipal, como así ocurrió».

La crónica terminaba: «El caballo luce ya sus formas de bronce sobre el Ayuntamiento, mientras en el PSOE temen por el coste político que pueda representar. El peso de la escultura caerá, afirman, sobre los votos».

Tres alcaldes, tres esculturas, tres polémicas en las que la ciudadanía ha observado, probablemente estupefacta, cómo la maquinaria administrativa ha intervenido: desde ruegos, mociones, plenos, comisiones, concejalías e, incluso, tribunales como el propio TSJA, para poner o dejar de poner una estatua en Granada en una serie continuada de polémicas esculturales y, con el paso del tiempo, banales.