Escucho cantidad de veces en actos públicos a políticos que se quejan y dicen: «Ha fallado el protocolo». Siempre se refieren a un presunto maltrato o agravio por no haber ocupado la mesa presidencial, un lugar preferente que consideraban les correspondía, el turno a la hora de pronunciar unas palabras o el discurso pertinente. Afirman que no es un problema personal sino un menosprecio u ofensa a la institución que representan. Conozco casos incluso en los que el afectado ha abandonado el lugar desairado. Esta cuestión generalmente se circunscribe a la esfera de la confrontación partidista. A partir de ahí, celos, envidias personales y hasta comportamientos infantiles. En resumen: «Yo soy más que tú y estoy por delante». Lo malo es que esas batallas tienen que librarlas los profesionales que organizan el protocolo, conocedores de las normas y leyes que lo regulan y ordenan, pero donde no llegan está el sentido común, los precedentes, la educación y cortesía, aunque a veces se impone la soberbia de quien ostenta el cargo. No les pagamos por figurar ni por el enfrentamiento y menos por su ego, sino por la labor que sean capaces de desarrollar, crear iniciativas y la solución de problemas.
El contagio de ébola de Teresa Romero ha desatado una crisis sanitaria sin precedentes en nuestro país. Y hemos escuchado, aunque con distinto sentido, eso de que los protocolos han fallado. Parece que sí cuando se han cambiado o no se interpretaron de manera correcta. Desde luego, la gestión y comunicación eran manifiestamente mejorables. No hemos estado a la altura de lo que creíamos o nos habían hecho creer, con el consiguiente daño de imagen. Se ha tardado en la toma de decisiones, en dar la cara y en algún caso se ha inculpado a la propia enferma cuando no está clara toda su responsabilidad. En una situación de este tipo la transparencia es fundamental para inspirar tranquilidad.
Sufrimos demasiada opacidad. Falta luz en muchos comportamientos públicos llenos de sombras, cuando debían ser ejemplares. El último escándalo que hemos conocido esta semana ha sido el de Manuel Fernández Villa, quien fuera sindicalista y líder de los mineros y obreros asturianos, mientras aparecen nuevos datos vergonzantes sobre el uso de las tarjetas de la antigua Caja Madrid, por mucho que no llegue a ser un delito fiscal.
Buena práctica hay que reconocer en la nueva cúpula del PSOE al informar sobre sus cuentas, así como de los ingresos y patrimonio de sus máximos dirigentes. Quien se dedique a la política debe empezar por saber que la transparencia da credibilidad y esa dedicación no puede ser vía de enriquecimiento. Criticable, en cambio, es la ligereza del nuevo líder socialista en ciertas manifestaciones recientes. A veces, como alguien dijo, manejar el silencio es más difícil que manejar la palabra. ¿No les parece?