España cumple hoy 56 días con un gobierno en funciones. En la memoria reciente todavía tenemos el caso cercano de las 81 jornadas que estuvo Susana Díaz hasta que logró su investidura en una cuarta sesión como presidenta de la Junta de Andalucía. Son situaciones distintas, pero la socialista (que dice no estar en lo que muchos esperan que esté) fue la candidata del partido más votado y disponía de un amplio respaldo parlamentario. Sin embargo tuvo que lograr un acuerdo con Ciudadanos para ser elegida, ya que el Partido Popular –segunda fuerza– con su voto en contra no favoreció la gobernabilidad. Un mal precedente que impide a Rajoy reclamar la abstención de los de Pedro Sánchez.
Fue elocuente el desencuentro entre ambos. Vimos a un jefe del Ejecutivo en funciones algo noqueado, mientras el ahora aspirante a la Moncloa se comportaba como si ya fuera su inquilino, pero le queda todavía tiempo si es capaz de llegar a su nueva residencia. Se mostró confiado en que a finales de mes podría tener un acuerdo que le permitiera someterse a la investidura en la primera quincena de marzo. Pero en el aire está su posible entendimiento con Podemos.
La formación de Pablo Iglesias tiene previsto presentar una contraoferta. Me temo que pueda ser otra vuelta de tuerca para atornillar más a Sánchez o aflojar en lo del referéndum de autodeterminación.
No es cuestión de apuesta por el cambio, acercamiento de programas en las coincidencias y dejar para el Parlamento las discrepancias. ¿Qué puede plantear Iglesias después de proponerse vicepresidente del gobierno y pedir una mayoría de ministros? Al final el debate será sobre personas. Y ahí es posible que la cuerda se rompa.
Si Rajoy está achicharrado por la corrupción –el último episodio, el registro de la sede del PP madrileño– que atenaza a su partido, Sánchez puede cocerse en su propia salsa. Nadie duda de que en la primera votación no alcanzará la imprescindible mayoría absoluta, pero 48 horas después no tengo tan claro que obtenga la simple. ¿Y si eso ocurriera? El Rey abriría una nueva ronda de consultas con todos los partidos para intentar proponer otro candidato. Sería la baza de Rajoy. Por eso él insiste en que no ha descartado presentarse. Si fracasa, el camino es a unas nuevas elecciones. En ese escenario, con tanta volatilidad como nos toca vivir, no es de extrañar que hubiera cambios en las cabezas de los dos partidos mayoritarios. Quizá por eso ambos intentan aferrarse a sus posturas y no fueron capaces de darse la mano públicamente este viernes. ¿No les parece?