A una semana de acudir a las urnas, me temo que la campaña electoral no ha aportado ingredientes sabrosos sino todo lo contrario. Menos mal que ya queda menos para votar. El único debate televisivo a cuatro celebrado el lunes pudo reafirmar a alguno de los candidatos, pero posiblemente sólo gracias a sus seguidores incondicionales. Debo confesarles mi aburrimiento. Mariano Rajoy aguantó ser la diana de los ataques de sus tres oponentes y se defendió bien desde sus posiciones rocosas; Pedro Sánchez intentó vender –desconozco si lo consiguió del todo– su imagen dialogante y posición de tener un espacio propio; mientras Pablo Iglesias ofreció sus ya conocidas atractivas poses en busca del voto a toda costa, que van desde ocupar la socialdemocracia, su ocurrencia de un programa con la imagen de IKEA y hasta rizar el rizo con su defensa de Rodríguez Zapatero; Albert Rivera se mostró el más combativo y unos días después inflexible con su postura de impedir la investidura de Rajoy. Un precio que tendremos que ver si no le supone un excesivo coste.
Los ingredientes ya los conocíamos desde la campaña anterior, con la única novedad de la sumisión de Izquierda Unida a Podemos. Volveremos a escuchar la diatriba existente entre que gobierne quien haya ganado las elecciones o el que más respaldo parlamentario alcance. Pero el sistema es el que es y serán los miembros del Congreso de Diputados los que voten a favor de un candidato o lo permitan con su abstención. Esas son las reglas, pero cada uno de los jugadores debe entrar en el partido y demostrar sus habilidades.
Tras la repetición de elecciones, España no puede permitirse una tercera convocatoria ni continuar con un gobierno en funciones por mucho tiempo. El acuerdo debe ser rápido. Si hubiera voluntad y un consenso mayoritario, incluso se podrían acelerar los tiempos y conseguir una reforma legislativa que lo permitiría, pero me temo que los que se suponen serán nuestros padres de la patria no estarán por la labor.
Como no se atisban unos resultados radicalmente distintos a los de diciembre pasado, los que deben moverse son los líderes de estos cuatro partidos en liza. No caben más errores de los que ya han cometido. Hay que reclamarles que tengan miras de altura, generosidad, busquen y encuentren lo mejor para España, sin posturas dogmáticas ni en busca del sillón por encima de todo, aunque se haga una campaña para disimular. Lo que sí puede influir como elemento externo, para bien o para mal, puede ser el referéndum en el Reino Unido sobre su salida de la Unión Europea. ¿No les parece?