Los Premios Princesa (antes Príncipe) de Asturias se han caracterizado desde su nacimiento por el acierto a la hora de galardonar a personas o instituciones. No son comparables a los Nobel, pero han sabido situarse a gran altura y han colocado a la Corona española en un magnífico escaparate y referente en los distintos campos que abarcan estas distinciones, ya tan preciadas. Esta semana hemos conocido que el premio a la Concordia ha sido concedido a la Unión Europea.
Al cumplirse sesenta años de la firma de los Tratados de Roma que sentaron la base de la actual UE y a pesar de que el Brexit se abre camino por la vía rápida, en lo que puede ser el momento más delicado de su existencia, hay que reconocer lo que ha supuesto y ha contribuido esta alianza. Aunque viva la peor crisis de su historia, haya cometido errores, como el exceso de burocracia, la acelerada integración de países miembros, con graves desequilibrios, una política monetaria no plenamente desarrollada y menos aún acompasada por la económica, la Unión Europea ha sido el gran ejemplo de la democracia, modernidad y conquista de derechos y libertades. No podemos olvidar que el principal objetivo de la UE fue acabar con los frecuentes y cruentos conflictos que se daban en Europa entre países, y que desembocaron en la Segunda Guerra Mundial. Además, el estado del bienestar, que tanto se reivindica por todos, surgió y se consolidó aquí. Sus políticas laborales y sociales han sido el modelo a alcanzar, como se anhelaba desde España durante el franquismo y la Transición. La entrada de nuestro país en la entonces denominada Comunidad Económica Europea (CEE) supuso, gracias a la llegada de fondos y financiación, un despegue y acelerón del que podemos sentirnos orgullosos, así como del espíritu europeísta que hemos tenido en estas últimas décadas, hasta el punto de votar en un referéndum, convocado por Rodríguez Zapatero y celebrado con participación nada desdeñable, para la aprobación de una Constitución Europea que ni siquiera se puso en marcha y tuvo que ser sustituida por el Tratado de Lisboa. Pese a quien le pese es el gran modelo de desarrollo y prosperidad para medio mundo. El fenómeno migratorio y de refugiados que estamos viviendo tiene como punto de destino la Vieja Europa.
En España esta semana el escenario político ha estado centrado en la decisión del PSOE sobre el cambio de orientación y voto respecto al acuerdo de libre comercio entre la UE y Canadá (CETA). La resurrección de Pedro Sánchez como líder de los socialistas y de la oposición, pero sin escaño en el Congreso, ha provocado que del sí pasara al no y acabe en la abstención. No entraré en si es una decisión para acercarse a Podemos, pero desde luego no comparto que aquel país del norte de América sea un mal ejemplo de convivencia entre francófonos y anglófonos, con una riqueza envidiable como potencia económica, un nivel casi de pleno empleo, altos salarios y protección de la biodiversidad. No lo entiendo, sobre todo cuando la socialdemocracia europea está por apoyarlo e incluso Portugal, que ahora se pone tanto de ejemplo, lo respalda también. Se achacan a la globalización muchos males, pero es innegable que el mundo no puede tener fronteras y que la apertura del comercio ha producido la mayor reducción de la pobreza mundial en la historia de la humanidad. Aunque hayamos vivido una época de crisis económica, sin embargo, en gran cantidad de países de Asia Oriental, Iberoamérica, de Europa del Este y el África subsahariana, han aumentado de forma importante sus rentas todavía excesivamente bajas. El proteccionismo es una vuelta atrás. Otra cuestión es que desde los poderes políticos se intente vigilar, controlar o regularizar los excesos que puedan cometerse y que debamos reformar lo necesario para adaptarnos al nuevo marco global, tecnológico y los desafíos del presente siglo. Perfecto, pero todo lo que sea debilitar a Europa también debilita a España. Este premio a la Concordia es sumamente justo y contribuye a la cohesión e integración y favorece un liderazgo imprescindible, como el que ejercen Alemania o Francia. ¿No les parece?