De esperpento, sainete, vodevil, ridículo o bochornoso espectáculo, podemos calificar el comportamiento que protagonizan distintos dirigentes catalanes independentistas. Esta semana, el presidente Puigdemont ha renovado su gobierno después de que tres de sus miembros decidieran dar un paso a un lado, según sus propias palabras, que se suman al reciente cese de otro. La posición ante el supuesto referéndum convocado el 1 de octubre parece que no admite fisura alguna, ni siquiera en lo que debería ser el núcleo duro de esta postura. Los intransigentes no soportan actitudes débiles o timoratas ante ese proceso y están dispuestos a seguir a costa de casi todo, a pesar de que sus decisiones sean tildadas de autoritarias o calificar esas dimisiones como una purga, que es lo que ha dicho Mariano Rajoy.
Lo que mal empieza mal acaba. Un problema creado desde la intencionalidad política e institucional de unos pocos, con la demanda de independencia o el derecho a decidir, como arma partidista para sacar el mejor provecho posible, incluso personal y lucrativo como ha ocurrido con Jordi Pujol y su clan familiar. O peor aún su sucesor ideológico, Artur Mas, cuya gran obra fue impulsar el proceso, con el que ha sido capaz de hacer desaparecer a su propia formación, la antigua Convergencia transformada ahora en PDeCat, y dejarse engullir por los genuinos independentistas de ERC.
Tras esta crisis de gobierno, será precisamente el vicepresidente republicano, Oriol Junqueras, quien asuma el control de la convocatoria del 1 de octubre, aunque las decisiones serán colegiadas a fin de diluir responsabilidades. Entiendo que la situación interna en la Generalitat es una olla a presión con serias fisuras. Los que antaño eran nacionalistas moderados han desaparecido mientras que los de Esquerra se afianzan y sirven de bisagra ante los terceros socios, los anticapitalistas y radicales de la CUP. Una original mezcolanza, a la que hay que añadir la versión catalana de Podemos.
El independentismo, que suele partir de una posición de ventaja, prepotencia y falta de solidaridad, ha conseguido colocarse en el primero de los problemas políticos, aunque en las calles españolas, incluidas las de Cataluña, lo que más preocupa a la inmensa mayoría es la economía, la creación de puestos de trabajo, las mejoras salariales o la viabilidad de las pensiones. Han jugado y manipulado los sentimientos, y eso es un arma peligrosa.
Estamos ante un choque de trenes, como decía ayer Pedro Sánchez. Es verdad que se puede dialogar, pero siempre y cuando todas las partes se sienten a la mesa, o echar el freno, con el riesgo de pasarse. Bajo estas altas temperaturas, hay que sumar la primera coalición de gobierno autonómico entre socialistas y Podemos, la de Castilla-La Mancha. Son los tiempos del nuevo socialismo. Veremos cómo acaba. ¿No les parece?