Pedro Sánchez es el líder socialista que ha cosechado por dos veces consecutivas los peores resultados electorales, fracasó en su intento de investidura en anterior legislatura, renunció a la secretaría general de su partido aunque volvió a ella, carece de la condición de diputado, pero hoy es el presidente del Gobierno de España. Algún mérito tendrá por mucha que fuera la debilidad de su adversario.
Sánchez llegó ayer a la Moncloa –tras prometer sin Biblia ni crucifijo– como nadie lo ha hecho antes, al sacar adelante una moción de censura. Su victoria, que no viene del resultado de las urnas sino de un apoyo parlamentario muy variopinto en el que se mezclan independentistas y radicales, es legítima en nuestro sistema y cuenta con un respaldo de los partidos que suman doce millones de votos. Hasta los que quieren romper España le han prestado apoyo para derribar a Rajoy. Lo que no sabemos es si habrá contraprestaciones por parte de Sánchez. Arranca con el respaldo de los 84 diputados de su partido en el Congreso y un Senado con mayoría absoluta del PP. Habrá que juzgarle por sus hechos o dejaciones. La aprobación definitiva de los Presupuestos que rechazó será su primer Rubicón.
También ayer tomaban posesión los nuevos consejeros de la Generalitat, lo que significaba el fin de la vigencia del artículo 155 de la Constitución, en un acto independentista que convirtieron en homenaje a los políticos presos. La clave de Sánchez está en Cataluña y mala pinta tiene que un gobierno monocolor y en precario sea capaz de encauzar tan grave problema, con las derivas judiciales existentes, aunque pueda ser ministro Iceta. El PSOE se juega su futuro, con el riesgo de coger una deriva que les lleve al desguace o a unas elecciones, anticipadas o no, con una España en peores condiciones o rota, pero con una oportunidad única, que la socialdemocracia recupere el papel y los valores que tuvo antaño y sea una referencia en Europa. En este cambio tan exprés el presidente Sánchez debe en muy poco tiempo configurar con personas de valía todas las estructuras del Estado. Tiene algunas con experiencia política e institucional como Patxi López, Carmen Calvo e incluso Borrel. Habrá que ver si construye un buen equipo porque no va a disponer ni de los cien días de gracia para demostrarlo. La velocidad política ahora es endiablada.
Los populares también se debatirán entre el ser y no ser. Rajoy ha caído fruto del agotamiento de su mejor virtud, aguantar y aguantar. Hay que reconocerle que deja una mejor España que la que encontró, pero la situación tras la sentencia de la Gürtel era insostenible. La dimisión suponía reconocer su responsabilidad y prefirió salir censurado y escaparse a un restaurante para digerir el mal trago. La pregunta es si serán capaces de superar la depresión, abrir el melón sucesorio, poner fin a un ciclo e iniciar otro con un nuevo liderazgo generacional y una refundación imprescindible.
El otro perdedor en esta moción de censura ha sido Albert Rivera. La aritmética parlamentaria es la que es y el momento lo ha aprovechado Sánchez. Las expectativas de voto tan favorables para Ciudadanos se han ido por el desagüe, necesitan redefinirse porque ahora el poder es socialista y el PP lidera la oposición, mientras Podemos espera entrar en un gobierno de coalición para prestigiarse después del error del chalé de Iglesias y Montero. Por mal camino van con una escena tan lamentable como la de Monedero ante Sáenz de Santamaría. La hoy vicepresidenta en funciones lo dijo claro: «Esto es la democracia» y en ella se gobierna para el bien de todos, aunque unos se marchen tarde y otros lleguen pronto. ¿No les parece?