Trepidante la semana, con la dimisión de Mariano Rajoy y la formación del nuevo gobierno de Pedro Sánchez. A partir de mañana lunes el PP pone en marcha su mecanismo sucesorio por el que tiene que elegir a un nuevo líder, el líder de la oposición al frente de la formación que obtuvo más votos en las últimas elecciones y mayor número de escaños en el Congreso, pero que no le ha permitido seguir en el poder.
Rajoy se va con elegancia, no por la puerta de atrás que hubiera significado dimitir y asumir una responsabilidad directa por hechos relacionados con la corrupción, aunque le han dejado en la cuneta y víctima de algunas deslealtades internas, que son las peores. La mayor de todas es la de José María Aznar, que tras acercarse a Albert Rivera se atreve a proponerse como salvador del centro derecha en España, cuando varios de sus ministros (alguno de ellos en la cárcel o han pasado por ella) se encuentran involucrados en casos de corrupción, aunque no lo sean por el ejercicio de ese cargo.
Intuyo que Rajoy será escrupulosamente neutral en el proceso exprés que culminará a finales de julio en un congreso extraordinario. Acertará si no señala con su dedo a la persona que ocupe su despacho en la calle Génova. En estos tiempos y mirándose en el espejo socialista, el liderazgo que dan unas elecciones primarias, aunque las del PP sean algo light, fortalecería al ganador en una carrera en la que haya más de un competidor. Candidatos hay, desde Feijóo a las dos mujeres, Sáenz de Santamaría y Cospedal, ambas más preocupadas entre ellas por ocupar la mejor silla o descabezar a presumibles rivales que en las labores de coordinación gobierno-partido y culpables de no haber practicado una política conectada con la ciudadanía. Pero hay más nombres, como Ana Pastor o Íñigo de la Serna. Cualquiera lo tendrá difícil, especialmente con la losa que puede suponer la resolución de temas judiciales aún pendientes. La renovación y la catarsis es necesaria para los populares. Se juegan su futuro, en el que las ambiciones personales tienen que dejar de ser el primer objetivo.
Ambicioso parece ser el nuevo gobierno de Sánchez, presentado por goteo y algún nombramiento pintoresco. Y no me refiero a que un astronauta se siente en el Consejo de Ministros y Ministras, porque la valía y cualidades de Pedro Duque pueden resultar una excelente aportación. Magnifica me parece la designación de José Borrel, especialmente cuando les ha caído tan mal a los independentista, que puede convertirse en el guardián que evite cesiones innecesarias para alimentar al monstruo separatista. Lo mismo pienso de Fernando Grande Marlaska, procedente del Consejo General del Poder Judicial a propuesta de los populares, cuando lo han rechazado los filoetarras.
Al nuevo gabinete, con más mujeres que hombres y hasta siete independientes, se le podrá reprochar el aumento de carteras pero no de electoralista. Todos los gobiernos nacen con vocación de continuidad y para ganar en las urnas. Por medio tendrán que solucionar los problemas y enfrentarse a la mejor gestión posible. Los golpes de efecto duran poco y en estos tiempos tan volátiles hacen falta valores sólidos, experiencia y trabajo en equipo. Los nombramientos han sobrepasado muchas expectativas pero se les juzgará por lo que hagan o dejen de hacer a partir de ahora.
El cambio de paso llega a Andalucía con una mini crisis en el Consejo de Gobierno, al irse María Jesús Montero de ministra de Hacienda. Tendrá que lidiar el tan reivindicado problema de la financiación autonómica, bandera de Susana Díaz en la política nacional. Quizá un caramelo envenenado, porque el PP en Madrid ya no sirve de excusa ni como confrontación para la Junta. Ahora el foco y el gran poder están más en Moncloa que en San Telmo. «Todos somos de Sánchez», se oye entre socialistas andaluces, con una vicepresidenta, Carmen Calvo, y un ministro de Agricultura, Luis Planas, poco afines a la presidenta. La incorporación de Lina Gálvez se interpreta por muchos como un guiño muy para la izquierda, en un momento en el que la fractura de Podemos en Andalucía no es descartable por la postura de Teresa Rodríguez y su sector frente a Pablo Iglesias.
Con los Presupuestos Generales del Estado en el aire, que deben marcar la senda para los próximos autonómicos, el escenario de Despeñaperros para abajo se presenta como de geometría variable, especialmente si Ciudadanos no presta su apoyo. Tendría entonces sentido adelantar elecciones para otoño (noviembre), como prevé el PP y su líder Juanma Moreno. Mientras tanto estaremos atentos al juego entre socialistas en Madrid y Sevilla, aunque por estas tierras no tengamos AVE al que subirnos. ¿No les parece?