Era un verano como tantos que se queman rastrojos. Estando en el periódico me abisman de un nuevo incendio por la quema de rastrojos, pues allí que me planto en la carretera de Huetor Vega, ya me costó dejar la moto por la gran cantidad de vehículos que se amontonaban en la carretera. Viendo la imposibilidad de meterme hacia el foco del incendio, aposté por hacerlas con el teleobjetivo, ya suaves que con esta óptica se comprimen los planos.
La providencia, la casualidad o simplemente que estaba en el lugar oportuno en el instante preciso, hizo que emergiere de entre la broza un bombero, esto me alerto y lo seguí por el visor de mi cámara hasta que se detuvo y con gesto de impotencia se quedó fijo contemplando las inmensas llamas que lo devoraban todo a su paso.
Cuando llegué a la redacción con la foto de portada, me llamó mi compañero y sin embargo amigo Jose María González Molero que estaba de descanso «Hola Ramón, he visto el incendio desde mi casa y me he metido con los bomberos, no me he asfixiado de milagro». Lo vi tan emocionado que no atreví decirle nada de la foto que había hecho.