Nos enteramos en el periódico de que un hombre había comprado un vagón del metro de Madrid para ponerlo en su jardín. Pero la realidad, una vez más, superaba a la ficción.
Francisco Rosúa, panadero en el pueblo de Láchar, era un hombre inquieto que sólo dormía una hora al día. ¿Que cuántas cosas se pueden hacer con 23 horas al día? Que se lo digan a Francisco, que despertaba a sus hijos a cualquier hora de la madrugada con el pretexto de hacer la última ocurrencia que se le pasaba por la cabeza. Por ejemplo, construir un castillo medieval para convertirlo en restaurante y servir comidas al estilo de aquella época, para comer con las manos y todo eso. Durante el reportaje le preguntamos al hijo mayor, de unos 16 años, que si iba a seguir los pasos de su padre y ser panadero, a lo que nos contestó.
-No, voy a estudiar una carrera universitaria.
-¿Cuál? -preguntó mi compañero Andrés Cárdenas Muñoz.
-Una que no se estudie en Granada.
Os podéis imaginar por qué.
A lo que vamos. Francisco le dijo a su mujer: “Cariño, para tu cumpleaños te voy a hacer un regalo que te va a sorprender”. Ella, conociendo a su marido, se echó a temblar. Se esperaba cualquier cosa, pero nunca pudo imaginar que le montase en el jardín de su casa un vagón del metro de Madrid inaugurado por Alfonso XIII. El vagón de metro sólo fue el primero de los artilugios que Francisco sigue coleccionando a modo de museo. Aún hoy en día lo puedes ver junto a un autobús de la Alsina y algún artilugio de transporte más, por la autovía A-92, dirección Sevilla, en una montañita que hay después de la salida de Láchar.
Tuvo un intento fallido de colocar en su particular museo un Boing 767. Francisco se enteró que en Barcelona mandaban para desguace este modelo de avión, por lo que cogió a su cuñado, que es piloto, y se plantaron en el aeropuerto de la ciudad condal, se reunieron con los propietarios del aparato y le propusieron la compra para instalarlo en su museo del pueblo de Láchar. Los dueños le hicieron un precio como chatarra de algunos millones de pesetas a lo que tenían que sumarle el desmontaje, traslado en camiones y el montaje en el lugar escogido. El precio de esta operación multiplica por 2 o por 3 el precio de la chatarra. El bueno de Francisco le dijo a los de la compañía que había venido con su cuñado que es piloto por lo que se podían llevar el avión ellos mismos, a lo que les dueños le dijeron que el precio era prácticamente el mismo porque aunque lo llevasen volando a Granada tendrían que pagar el desmontaje, transporte en camiones y el posterior montaje.
Francisco, en un alarde de sensatez, contestó:
-Pero hombre, la idea es aterrizar en la autovía que está al lado del museo y luego solo hay que subirlo.
Los propietarios no daban crédito a lo que salía por la boca de Francisco y, siguiendo un poco su juego, le contestaron que no podía ser que con el tráfico que tiene la A-92 no pueden aterrizar aviones. Francisco echó el resto con otra frase épica:
-Por eso no hay que preocuparse, avisaremos a la guardia civil para que corte el tráfico.
Vivir para ver.
#40AñosGuiñandoElOjo #blancoynegro #art #moment #fotoperiodismo #Photojournalist #granadagramers #igersgranada #streetphotography #photodocumentary


Deja una respuesta