Llevamos unas semanas hablando de tecnología, apuntando variables del mundo digital que pueden romper muchos de los paradigmas aceptados hasta el momento en sectores como el financiero, la educación, los medios de comunicación, el marketing… Y apuntamos la verdadera disrupción que está liderando el sistema blockchain en la forma de procesar la información y las transacciones económicas, y de garantizar su seguridad e inviolabilidad, además de preservar el anonimato en un modelo abierto, distribuido y confiable.
En alguno de ellos también trajimos a colación la Inteligencia Artificial, otro de los retos que los ingenieros informáticos tratan de convertir en un fin en sí mismo en lugar del medio para mejorar la calidad de vida de las personas. Abro aquí un paréntesis para mostrar mi estupor al leer las noticias sobre el desarrollo de robots para atender y “dar cariño” a personas necesitadas. Como ejercicio de investigación me parece bien explorar estas opciones con IA aplicada al reconocimiento de emociones y la respuesta a éstas, pero me temo que el objetivo no es el de la curiosidad científica sino el de, en poco tiempo, comercializar estas soluciones para que las personas que viven solas tengan compañía… artificial. Algo no debemos estar haciendo muy bien desde el punto de vista social cuando, en lugar de fomentar las relaciones y el afecto entre seres humanos (desde las familias hasta los centros educativos), vamos abocados a conversar y obtener consuelo de máquinas. Estremecedor. Cierro el paréntesis.
Pues bien, volviendo al argumento central de este artículo, en el pasado Foro Económico Mundial, uno de los temas de relevancia fue el referido a la neurociencia y su aportación a la economía desde diferentes perspectivas. Destacó la conferencia de T. Singer (Instituto Max Planck de Ciencias Humanas, Cognitivas y Cerebrales), quien expuso el anticipo de su investigación sobre la empatía, cómo trabajarla en el seno empresarial para romper hábitos egoístas y favorecer el altruismo. Sus resultados pueden sorprender ya que, como apostillara el economista R. Shiller, llegarán a cuestionar los fundamentos esenciales de la economía ortodoxa en la medida que además de tener implicaciones sobre la gestión, profundiza en la persecución de objetivos no solo establecidos como ratios del EBITDA sino de beneficios repercutibles en la sociedad.
En relación con la revisión que se expuso de los modelos de gestión empresarial, se destacó que estos derivan directamente del tipo de personalidad y mentalidad de los ejecutivos de primer nivel, de manera que su comportamiento condiciona el de la propia organización, haciendo que sea igualmente egoísta o altruista. Estas conclusiones, que ya estaban apuntadas por estudios anteriores de psicología del comportamiento empresarial, ahora han sido ampliados profundizando en el funcionamiento del cerebro y en cómo cambiar algunas pautas de conducta para modificar aquellos aspectos más negativos. Hechos que, por otro lado, tienen que ver con los principios éticos de la empresa.
Por su parte, B. Sahakian (Universidad de Cambridge), ha documentado la base neurofisiológica por la que los emprendedores están más preparados y mejor adaptados para tomar decisiones con rapidez en entornos de riesgo que sus homólogos en la dirección de grandes compañías. Sus conclusiones podrían ayudar a muchos directivos a desarrollar esas habilidades y competencias, aunque, como apuntan T. Swart, K. Chisholm y P. Brown en su libro “Neurociencia para el Liderazgo”, dependerá de una tremenda motivación y voluntad por su parte, además de bastante tiempo de práctica, reflexión y retroalimentación para asegurar mejoras en esas capacidades como consecuencia de haber logrado cambios significativos en la configuración neurológica de los centros cerebrales encargados de captar la información, procesarla, relacionarla y coordinar una respuesta o toma de decisión adecuada.
El sector de la tecnología está logrando avances realmente trascendentes en muchos aspectos relacionados con el cerebro: asistentes para la mejora de la atención; sensores que detectan el estado emocional de un consumidor para cambiar el ambiente, la música, la luz ambiental…, para hacerle sentir más cómodo; instrumentos que monitorizan el estado de salud y recomiendan la dieta y el ejercicio más conveniente; implantes cerebrales que resuelven la conexión con prótesis biónicas de extremidades amputadas o permiten el control de elementos domóticos con el pensamiento.
El reciente informe “Pervasive Neurotechnology & Intellectual Property”, de SharpBrain, recoge que en la actualidad hay en EEUU más de 8.000 patentes emitidas y 5.000 solicitudes pendientes de resolver en el sector de la neurotecnología, lo que ilustra la efervescencia del sector en ámbitos tan diversos como la medicina, el ocio, la economía, el marketing, los juegos, el turismo, etc. Así, las empresas que están trabajando con sistemas de lectura electroencefalográfica son las grandes tecnológicas, como Microsoft o IBM, desarrollando herramientas que, a partir del registro de actividad neuronal, puedan ayudar al usuario en sus tareas evitándole distracciones, orientándole en sus decisiones o mejorando su productividad.
La neurotecnología logrará que muchas personas mejoren su calidad de vida, sin duda. Pero sería más interesante, como se expuso en el Foro Davos, lograr mejorar las capacidades cerebrales mediante entrenamiento para que quienes tomemos las decisiones seamos los humanos, no las máquinas, al menos en los ámbitos personal y profesional.
José Manuel Navarro Llena
@jmnllena