“Lo que se transmite literalmente
de generación en generación
es un genoma y un segmento del mundo”
S. Oyama
Según la información proporcionada por el COI, durante los Juegos Olímpicos de Londres 2012 y por primera vez en la historia, la mayor audiencia se ha encontrado en Internet y en los llamados “smartphones”, no en la televisión como era de esperar. Esto significa que ha sido el evento deportivo “más social” de la historia, cediendo los medios de comunicación el protagonismo a las personas (los propios deportistas y los seguidores de las olimpiadas).
Ello es un claro indicativo de que se están produciendo cambios masivos reales en los comportamientos de consumo de los usuarios, sobre todo en aquellos ámbitos favorecidos por las nuevas tecnologías de la comunicación. De hecho, según la consultora Millward Brown, las marcas que más han crecido en tamaño y en valoración bursátil han sido mayoritariamente las pertenecientes al sector de la tecnología, incluso por delante de los sectores financiero y energético.
No cabe duda que lo digital ha irrumpido con fuerza entre los ciudadanos y entre estos y los diversos poderes que regulan las diferentes relaciones establecidas (gobiernos, empresas, instituciones, clientes, empleados, …), pudiéndose, en algunos casos, admitir la denominación de revolución digital cuando se invierten, para bien o para mal, los papeles que tradicionalmente han desempeñado unos u otros.
Pero como defiende M. Gladwell, para que una serie de circunstancias adquiera el rango de revolución, se ha de producir una contrarrevolución que le dé legitimidad. Y necesitaremos el paso del tiempo para observarla con la perspectiva de una visión histórica que otorgue a cada interviniente el justo papel que le haya correspondido desempeñar.
Por el momento, ya se empieza a constatar que todo apunta a un escenario donde los activos intangibles de las empresas (construidos desde el valor de las personas) son los que adquieren mayor protagonismo. El talento y la creatividad suman puntos, más valiosos si surgen desde la colaboración.
De hecho, según Wired, la característica más evidente de los mecanismos de innovación, en la era de la cooperación multitudinaria, se parece en esencia a las funciones colaborativas que desempeñan las abejas y a las ventajas para su entorno que proporcionan a través de la polinización cruzada.
Si esa metáfora la desarrollamos un poco más, podríamos hablar de lo que en ecología se conoce como redes mutualistas. En ellas, diferentes especies animales y vegetales colaboran en la generación de biodiversidad a través de densas redes de relaciones.
Relaciones que pueden ser más débiles o poderosas en función del número de especies, del grado de parentesco filogenético y de las funciones que desempeñen para sustentar el equilibrio del ecosistema. El cual puede verse comprometido no sólo por la extinción de una especie sino también por el cambio o desaparición de alguna de estas relaciones (D.H. Janzen).
Si trasladamos estos conceptos al mundo de Internet, su gigantesca arquitectura de relaciones se asemeja a estas redes mutualistas, en las que su robustez o fragilidad dependerá de la homogeneidad (P. Erdös y A. Rényi) o heterogeneidad de las interconexiones que se establezcan entre todos sus miembros. Una red homogénea es estable pero frágil a los ataques externos. Una red heterogénea está condicionada por los elementos que mayor número de conexiones establezcan pero es menos vulnerable a agresiones aleatorias (A.L. Varabais y R. Albert).
Estas interacciones mutualistas tejen redes muy complejas y cohesionadas, aunque estén basadas en dependencias débiles y asimétricas entre sus miembros, lo cual también les confiere cierta universalidad a través de su complementariedad y convergencia.
De esta forma, la evolución de las redes sociales también quedaría sujeta a los principios de adaptación, diferenciación y especialización funcional para garantizar su supervivencia, máxime cuando los humanos deben ser los principales protagonistas de cualquier acción social y han de desempeñar un papel determinante en la construcción de su historia.
Pero, en contraposición con lo que sucede en la naturaleza, para que tenga sentido el progreso de las redes sociales, cada persona ha de obrar libremente según su propia conciencia, ayudando a enriquecerlas huyendo de la uniformidad, de la homogeneidad incoherente, y tendiendo hacia la heterogeneidad coherente de forma que los fines del conjunto de la sociedad se subordinen a los individuos (H. Spencer). Y no al contrario, ya que, en este caso, la fórmula sería la de sometimiento de cada miembro a los intereses de lo global, en algunos casos llamado Estado, en otros Sistema, en otros lobbies, …
A pesar del poder que nos puede otorgar el conjunto de las redes sociales, aunque desde el individualismo se aporte un discurso colectivo enriquecedor, podemos caer en la trampa de ser dirigidos y manipulados (como personas, pero también como empresas) si no nos hacemos fuertes en el convencimiento de ser nosotros mismos en un mundo que se esfuerza permanentemente en que seamos como todo el mundo (E.E. Cummings).
Así, como compensación a la revolución de las redes sociales ha de surgir también la contrarrevolución del individualismo responsable. Sea usted mismo.
José Manuel Navarro Llena