Pregón de ‘Los Gitanos’

La cofradía de ‘Los Gitanos’ celebra su 75 Aniversario. Con este motivo quiero recordar el texto del Pregón que tuve el honor de pronunciar a la cofradía para anunciar su salida procesional del año 2011. ¡Qué buenos recuerdos de ese día sacromontano!.

Gitanos1

La gitana había subido la cuesta. “¡Qué larguita se me hace ya!”, pensaba mientras apoyaba un brazo en la cadera y con la otra mano acariciaba aquel abultado vientre que parecía crecer por días.

Había llegado a lo más alto y se asomaba al valle de Valparaíso mientras respiraba hondo. La Alhambra enfrente se mostraba desafiante, y más abajo la ciudad, entre la neblina del mediodía, parecía recostada y se hacía pequeña entre el verdor de la vega. “Que poco falta para que veas todo esto… mi gitanillo”.

Suspiró hondo, se dio la vuelta y entró al interior del templo. Dentro hacía más fresco, se santiguó la frente y no hizo falta que mirara más. Sus pies casi se fueron solos hasta la capilla donde un Cristo de color moreno y cuatro clavos sabe dar siempre el mejor de los consuelos. Una oración en sus labios, una petición (“Que todo salga bien”), y una promesa (“Si mi gitanillo llega como tiene que llegar, el próximo Miércoles Santo, cuando pases por mi cueva, tengo que cantarte una saeta”).

Se santiguó la cara, y sacando del bolsillo del delantal una estampa del Cristo del Consuelo, se acercó y la pasó por los pies del Crucificado. Se dio dio media vuelta, salió de la iglesia y cantando, por lo bajito, aquello de “la Cachucha de mi mare…” la gitana volvió para su casa satisfecha de su conversación con Dios.

Estimado consiliaro; Hermano Mayor de la Cofradía del Santísimo Cristo del Consuelo y María Santísima del Sacromonte; miembros de su junta de gobierno; hermanos; amigos y amigas.

A punto está de volver a llegar la primavera, ese estallido, eterno, siempre igual, siempre diferente, siempre esperado, pero que siempre sorprende. Imperecedero por estos campos de Valparaiso, olor a gloria por el Camino y a penitencia por la ciudad. Muerte en la cruz por las Pasiegas, Resurrección presentida por el Peso de la Harina cuando se viene de regreso, ascensión a los cielos por la Cuesta del Chapiz y siempre Pasión en ésta Granada.

Olor a incienso y a cera. Y a hoguera que arde… y susurro del río que abajo viene ya con más aguas. Para todos es señal inequívoca de que una nueva Semana Santa está llamando a las puertas de nuestro corazón y de nuestros sentimientos, de nuestra fe y de nuestra creencia. Una Semana Santa de la que nos separan tan solo tres semanas, ni más, ni menos. El tiempo justo para una espera, para disfrutar de una víspera larga, y querida. Saboreada al máximo en cultos y pregones, en conciertos y en vía crucis, en triduos y quinarios, en altares de cultos que nos acercan a Dios antes de que sea el propio Dios el que salga a las calles para acercarse a nosotros.

El Miércoles Santo se viene encima… y el Sacromonte lo está esperando. Día grande en éste barrio, como pasa con San Cecilio por febrero. Día único, completo, capaz de unir la noche con el día y que tiene ese sello tan suyo que solo un barrio como éste y un pueblo como es el gitano, son capaces de dar.

 

Barrio bendito
Si, se que lo que estoy diciendo no son más que los típicos, pero aquí hay que decirlo, ¿o no es éste el barrio de los tópicos? ¿No es éste el lugar donde Granada junta, y reúne, todas sus típicas imágenes de siempre? Quitemos los marcos incomparables, quitemos los típicos en torno a vuestra cofradía, quitemos los tópicos en vuestra estación de penitencia, en vuestra vuelta al barrio, en vuestro reencuentro anual con vosotros mismos… y habremos quitado de golpe toda nuestra Semana Santa.

Porque sois vosotros, queridos hermanos de Los Gitanos, los que verdaderamente pregonáis a toda una Semana Santa más allá de nuestras fronteras. Y os lo digo no por quedar bien, no por abusar del tópico, sino por convencimiento y por experiencia propia. Recuerdo, cuando estaba en la radio, como cada año el Viernes de Dolores cuando se hacía planificación de la semana, de Onda Cero Sevilla o hasta de Madrid, siempre nos llamaban para pedirnos lo mismo: que habláramos de la procesión de Los Gitanos. Que contáramos cómo se vive esa noche mágica por éste barrio, que describiéramos lo de las hogueras, y lo de la saetas, y lo de la gente por miles subiendo las cuestas. Que le contáramos a Andalucía, o a España entera, como Cristo y su Madre dejan de ser hasta de la hermandad, para ser sencillamente del Sacromonte.

Y si, se que están los que de no esto no gustan, los que quisieran veros regresar de otro modo, los que dibujan en su imaginación otro tipo de cofradía… están en su derecho, a lo mejor en algunas cosas pueden tener algo de razón, pero, por favor, no cambiéis nunca esas cosas que os han hecho ser quienes sois, esas cosas que solo tienen Los Gitanos.

Así que bendita sea
esa hoguera que aquí arde,
y bendita sea esa cueva,
bendita sea la gitana
que corta de la maceta
una flor pa estar más guapa
y ponerse aún más bella,
porque sabe que ésta noche,
tiene que estar horas en vela,
y se pone sus horquillas
y se planta sus peinetas
pensando que es Dios quien viene
camiando hasta su puerta.

Bendita sea esa voz,
bendita sea la saeta
que busca apuñalar la noche,
mientras la gente jalea.

Bendita sea la luna,
que por el valle se cuela,
bendito sea ese camino
y ese regreso entre hogueras,
sin más orden ni concierto
que el que su barrio desea.

Bendito sea ese paso
de cobres como las cuevas,
benditos son esos kilos
que caen en las trabajadoras.
Benditas esas pisadas
y ese crujir de maderas,
benditas esas chicotás
y benditas las costaleras.

Benditos los costaleros
que saben de parihuelas,
con lágrimas en sus ojos
con imaginarse siquiera
el peso que cae en sus hombros
al subir las siete cuestas
mientras un gentío de mil voces
va escuchándose fuera
y arriba va su Gitano
llenito de luna llena.

Bendito es el Chapiz
que el palio sube a carrera,
mientras la gente aplaude
buena labor costalera.

Benditos esos tambores,
esas palmas, pasión, fiesta,
en torno a un Cristo moreno
que Resucita aunque muera.

Benditos esos piropos
que la aclaman y le rezan,
que la llaman la Gitana,
y a la vez Madre y Reina.

Benditos seáis mis Gitanos.
Benditas vuestras maneras,
bendita esta cofradía
bendita ella siempre lo sea.

20141019.- FOTOGRAFIA_GONZALEZ_MOLERO,CRISTO_GITANOS

Gitano niño
En la vera del Monte un niño con un tirachinas está acechando vencejos. Llegó hace un rato del Ave María donde los maestros intentan inculcarle letras y números siguiendo aquel ejemplo que Don Andrés les dejara. Con los otros chaveas del barrio mata las horas con travesuras por aquellas cuestas, o dejándose caer hasta el Darro en busca de ranas y trofeos para su niñez.

Su madre lo deja, ya va haciendo buen tiempo y aunque por las noches aún refresque, la primavera está llamando a las puertas. “¡Niño, vente rápido que te tengo que lavar y acostarte que me voy pa la cueva que esta noche vienen los turistas!”, le grita la madre asomándose al ventanuco de la cueva. El niño sigue a lo suyo, sin las prisas ni las medidas del tiempo que desconoce la niñez. La madre arriba va quitando unas sábanas que tenía tendidas mientras canturrea aquello de “Tiene mi pare un peró, tiene mi madre un pero, que cuando le da al resorte…”.

El crío no corre para su casa hasta al tercer aviso de la madre. “Mama, entonces ¿mañana es cuando bajan al Cristo?”, pregunta el pequeño, mirando una estampa del Consuelo que descansa cada noche sobre la mesia que hay al lado de su cama. “Si, y como no seas bueno, no te dejo que salgas a verlo”, le responde la gitana sabiendo que eso nunca va a suceder por muy travieso que sea la criatura. Cómo va a dejar ella su niño sin ver al Cristo. Y lo más importante, como va a dejar Ella pasar a su Cristo sin enseñarle lo grande que se ha puesto el crío.

Porque aquí, Cristo, el crucificado de los cuatro clavos, es alguien cercano. Alguien al que se le habla y al que se le reza, al que se le canta, y al que se le llora, al que se le pide, y al que se le agradece, al que se le pide consejo y se le pasa factura cuando parece fallar. Aquí Dios no vive en las alturas; está mucho más cerca. Aquí el pueblo no necesita más sermón para creer que el de ponerse en ésta iglesia en silencio y mirar a Cristo a la cara. No necesita más predicamento para comprender lo que la fe manda que clavar sus pupilas en las pupilas muertas de este Cristo al que saben Dios, Hijo, Padre, hermano…. y gitano… todo a la vez.

Era un gitano alto,
tieso como la espiga
que nace por primavera.

Andaba con firme pisar,
de voz viril y sincera,
con cadencia al andar
de juncos por las caderas
y susurros de mil voces
de milagros de Galilea.

Honrao a carta cabal,
bueno, hasta donde se quiera
los brazos de fuerte roble
con sabia pura en las venas,
sin cuarto que le menguara
su pecho de luna llena.
Por zambra son sus palabras
que hablan de vida nueva,
de perdón y de esperanza,
salvación y vida eterna.

Treinta y tres años tenía,
ay Madre, Madre que pena
de aquel gitano de cobre,
de aquel gitano de seda.

20141019.- FOTOGRAFIA_GONZALEZ_MOLERO,CRISTO_GITANOS

Duende
El duende de los gitanos. Dicen que nuestra Semana Santa tiene duende, porque esta es la tierra donde el duende vive; porque este es el barrio donde el duende nace, donde el duende se hace quejío en la voz de un cantaor, en los brazos de una bailaora, en los labios de un poema o en el rasgueo de una guitarra.

Aquí, los oles son más oles, los aplausos son palmas, y hasta el aire tiene… un aire distinto. Señores, estamos en el Sacromonte. Ese barrio que, aún siendo de Granada, parece un aparte de ella. Que en su colina divisa la ciudad, como un lugar cercano, aunque a veces, tristemente, la ciudad lo vea a él como un monte en lo lejos.

La historia de éste barrio tiene una fecha clave, el 18 de marzo de 1588. Ese día un hallazgo iba a conmocionar a la ciudad. En las obras de construcción de la Catedral es demolido un minarete, la conocida como Torre Turpiana. Allí aparecía un lienzo, y un hueso, y un pergamino escrito en latín, castellano y árabe. En el escrito se contaba que el lienzo había pertenecido a la Virgen y el hueso era de San Esteban. Tales hallazgos parecían pertenecer a San Cecilio.

A partir de entonces van apareciendo nuevos hallazgos, especialmente en la zona de Valparaíso. La historia demostraría después la falsedad de dichos descubrimientos, pero lo cierto es que tras los falsos hallazgos de los libros plúmbeos, Valparaíso se fue convirtiendo en un centro devocional.

Su camino se llenó de cruces levantadas por devotos cuyos nombres aparecían inscritos en las mismas. Localidades como Santa fe, Iznalloz o Alfacar, o gremios como el de los maestros del arte de torcer la seda, los ganapanes, los palanquines de Bibrrambla, los hortelanos, los mercaderes del hierro o los sastres fueron algunos de los entes que levantaron aquí sus cruces. Aún hoy se conservan varias de ellas.

Cruces por el Sacromonte… donde se alzaría ésta Abadía-Colegiata. El Sacromonte, el lugar que muchos aprovecharían para construir sus casas aprovechando las características del monte y sus cuevas. Principalmente fue morisca la primera población del barrio, pero al ser expulsados estos, los gitanos ocuparían aquellas cuevas. A partir de entonces la raza gitana ha mantenido su personalidad a lo largo de los siglos en el barrio. Aquí mantuvieron sus ritos, costumbres, celebraciones y autóctono modo de vivir. Una forma de entender la vida que llevó a convertirse en estampa folclorista, retrato de una España alegre y festiva: el Sacromonte y sus zambras, y sus cuevas y su duende…

Los gitanos empezaron a ofrecer sus espectáculos de zambra en mesones y fondas de la ciudad, como lo demuestran los grabados románticos. La primera zambra, tal y como la conocemos, fue organizada por Antonio Torcuato Martín, abuelo de El Pillín y que era más conocido en el mundo flamenco por un apodo excesivamente expresivo de su hombría… y que no está bien decir en éste sitio. Era gitano completo, natural de Itrabo y presentó el espectáculo en una casa del Humilladero. Más tarde Pepe y Juan Amaya, junto a sus hermanas, trasladan el espectáculo a las mismas cuevas. Nacía así la fama turística de nuestro Sacromonte flamenco y gitano.

Pero el pueblo gitano, con su peculiar manera de ser, no podía dejar de dar su propia interpretación a la Pasión de Cristo. Por eso, desde la fundación de la hermandad allá por 1939, ha arropado a la procesión con sus formas y ritos característicos. Ha jaleado, ha cantado, ha bailado a su Cristo y a su Virgen. El pueblo, el barrio gitano, ha hecho grandes hogueras para aguardar el paso de Ellos e iluminarlos. Se ha sentado a la puerta de sus cuevas esperando que la noche entrara para manifestarse tal como es ante Dios. Y a partir de ese momento, entre chumberas y hogueras, entre cuevas y vereas ha acompañado a María en su dolor y le ha pedido fuerzas y consuelos a Cristo.

Y la seguiriya, gitana que pasaba por alli huérfana de guitarras y lunares, al ver los cuatro clavos de Jesús se echó a volar a su encuentro para santiguarse frente a la cruz. Y el martinete, que añoraba golpes de yunque y de fragua, encontró en el sonido del llamaor y en los tambores el eco de su reclamo. Las alboreás, las cachuchas, las moscas y los tangos, quedaron mudos y callados por una noche, esperanzados en resurrecciones cercanas para vestirse de volantes. La saeta, por el Camino del Monte, voló al encuentro del Cristo gitano. Nació de la llaga, del dolor, de la angustia y la tristeza, y por que se supo con licencia para hablar en público y alto con lo divino, llenó el Sacromonte con sus lamentos, con sus eslabones de ‘ayyyyssssss’ y de requiebros… Libre, como cante que se libera de las seis rejas de una guitarra, es escuchó en la noche. Y se rebeló; se enfureció; se creció y se retorció; se levantó desde la puerta de cualquier cueva y se arrojó al Darro por el precipicio de la garganta….

Dimelo tu cantaor,
¿a dónde van las saetas?
Si, dimelo tu que las cantas,
que sigues pidiendo escaleras
para subir al madero
cada nueva primavera.

¿Se las lleva el aire?
¿Te las roba la luna?
O tan sólo se evaporan
en todo aquel que la escucha.

Dimelo tu, cantaor…
¿a dónde van las saetas?
Se las lleva Cristo arriba
pa subir las siete cuestas,
o se las queda su Madre
para quitarse las penas.

¿Se las lleva el Darro abajo
camino de Plaza Nueva?
¿O se van hasta la Alhambra
para hundirse en una alberca?
Dimelo tu, cantaor…
a dónde van tus saetas….
que cuando suenan de noche
desde el balcón o la acera
el tiempo detiene el tiempo
y ni el tiempo tiempo lleva.

Que si dicen que este cantar
es cantar del pueblo andaluz
por qué no me dices tu
donde va tu cante a parar.

Para irme yo a buscarlas
con sus tonás, con sus letras,
con sus requiebros de ayyys,
que suben a las estrellas,
las noches en las que Dios
se pone a recorrer las puertas.

Dimelo, que voy a buscarlas,
que voy hasta donde sea
a cogerlas una a una
esas perdidas saetas
que siguen quitando espinas
y queman como la hoguera.

Dimelo tu, cantaor
¿a dónde van las saetas?

Porque también puede ser
que se las lleve envueltas
cogidas con el pañuelito
que por su mano le cuelga
y de noche en la Abadía
cuando solita se queda
las escuche repetidas
para quitarse las penas

Si es así, Madre mía,
si a ti eso te consuela,
déjame ser tu cantaor
un Miércoles Santo cualquiera
cuando vas de recogía
y el Sacromonte te espera.
Que verás como te canto
una a una las saetas,
pa que tu no tengas llanto
y te quedes ya sin penas.

Gitano joven
Había fiesta aquella noche en las cuevas. El Sacromonte siempre ha sido de alegría, diversión, jolgorio, juerga y buenos ratos. Y más cuando eres joven…

Pero aquella era una noche especial, víspera ya de Semana Santa en el barrio. Los vecinos iban quedando para irse temprano el día siguiente a coger sitio en la Gran Vía. Un grupo de gitanas despetalaban flores para llevárselas mañana a su Cristo y lanzárselas en cuanto el capataz se emocionara al ver la cruz de madera fuera del dintel del Sagrado Corazón.

Más allá, un grupo de hombres contaban historias a tres gitanos jóvenes que venían del centro de haber estado viendo las cofradías, y ya de paso, echar el rato con aquellas niñas del Realejo que el Domingo de Ramos habían conocido. Uno de ellos, un gitano de los de siempre en el barrio, les enseñaba una estampa del Cristo que su madre le había regalado cuando aún era un crío, y que siempre llevaba con él. Hablaban de la cofradía y los más jóvenes no paraba de preguntar cosas. “Entonces, la procesión, ¿antes no salía de la Gran Vía?”

“Pues no hemos salido de sitios distintos nosotros…”, le respondía Rafael Orlando, un vecino con años ya englosando la nómina de hermanos de la cofradía. Y acto seguido empezaba a enumerar sitios, como quien recorre su vida basándola en capillas de salida. “Mira hubo años que salíamos de aquí mismo de la Abadía, atravesábamos todo el Albaicin y bajábamos al centro por la Cuesta de la Alhacaba. Luego, me acuerdo que otro año salimos de la iglesia de San Antón y otro de Santo Domingo”.

“¿Y no salísteis también alguna vez de San Miguel Bajo?”, le preguntó Emilio José, otro de los que estaban metidos en la conversación. “Si, y de las Carmelitas Descalzas, y de San Matías, y del Sagrario…”, respondió el gitano Rafael.

“Y, cuéntales, cuéntales, el año de la cochera”, le interrumpió otro de los presentes, José Javier, gitano de grandes patillas y acento sevillano… “¿De la cochera?”, preguntaron extrañados los adolescentes. “Si, de una cochera grande de la empresa ATESA que había al lado de Plaza Nueva, y otro año desde una plaza al lado del Colegio de Cristo Rey”…. Los jóvenes no salían de su asombro ante aquellas historias, cuando una vecina se sumó a la conversación con cara de susto en el gesto y diciéndoles, “Ay…. estoy asustadica, pues no que han dicho en el parte que mañana llueve..”. Fue decir aquello y la cara de todos cambió, parecía que había nombrado a la bicha, que ya sabemos como son los gitanos para éstas cosas.

– “Anda, anda mujer… vete pa bajo pa la Cueva La Rocío y que te de el aire… va a llover mañana, ni va a llover mañana…” , le dijo hasta con cierto desprecio aquel jovenzuelo gitano a la vecina. “No os asustéis niños, que no va llover…”, aseveró el más viejo de todos. “Y si llueve no pasa ná, no nos habrá llovido veces en la calle…”.

– “Venga, si cuéntales lo del año de la tele”, sugirió uno.

“¿Lo del año de la tele?”, preguntaron los jóvenes. “Si… aquello fue… pues verás tu, mira, el año que la Massiel ganó el concurso salimos el Viernes Santo porque el Martes había llovío, y luego estuvimos varios años saliendo bien, así que sería por los setenta o por ahí…, si creo que no se había muerto ni el Franco”.

“No hombre, aquello fue más tarde”, le corregía el amigo, “si eso tuvo que ser cuando el año aquel que nos regalaron las macetas de los geráneos a todos los vecinos pa que pusiéramos más bonico el Sacromonte…”.

“Bueno, pero que es lo qué pasó con la tele?”, preguntaron los jóvenes para cortar la discusión por las fechas.

“Pues nada, que entonces, que solo había una tele, la Primera, pues iban a venir a televisarnos para que viera toda España nuestra procesión, y tuvimos que cambiar hasta el recorrido, porque había que salir de San Miguel Bajo y tirar por Santa Isabel la Real a San Nicolás y la zona de las Tomasas. Y vino y todo Pedro Macías que era el presentador más famoso entonces de la tele…vaya como la Esteban ahora… pero periodista…. pero niños, se puso a llover, y a llover, y a llover… y hay la que nos caía de agua aquel día, acabamos metiendo el paso en el Arco de las Pesas donde tuvimos que desmontarlo todo y traernos al Cristo a hombros hasta aquí arriba”.

Son las historias de ésta cofradía. Porque en vuestros largos ya setenta años de vida, y siendo una de las hermandades señeras de nuestra Semana Santa os ha pasado de todo, bueno y malo… pero a todo habéis sobrevido… será porque tenéis el duende de este barrio.

Hubo obispos que se empeñaron en que teníais que estar recogidos antes de las doce de la noche. Hubo templos que os cerraban puertas para que de allí no salierais. Hubo épocas con más dinero, y otras con menos; y años con más hermanos, y otros con menos. Y problemas en juntas de gobierno, como pasa en todas las cofradías. Pero vosotros aquí estáis, capoteando a la historia y siendo año tras año, referencia de nuestra Semana Santa.

Que más da entones, que salgáis a las 6 de la tarde que a las 9 de la noche; que vayáis por San Matías o la calle Reyes; que la luna se asome para veros por Ganivet o lo haga por la Plaza del Carmen; que la amanecida os sorprenda ya aquí arriba o todavía por las cuestas. Si vosotros todo lo podéis, si vosotros estáis llenos del duende del Sacromonte. Si ésta hermandad es como sus cuadrillas de costaleros y costaleras, fuertes y valientes.

Gitano adulto
Porque, que dura que es la vida a veces. “Y más si eres gitano”, pensaba aquel hombre de piel morena mientras subía la empedrada Cuesta del Chapiz camino de su casa. No sabía si le iban pensando ya más los años, o los problemas. Se había criado en aquel barrio, a penas sabía lo que era salir más allá de la provincia, pensaba que toda su vida era solo para trabajar, para llevar cuatro duros a casa e ir sobreviviendo con su mujer y sus chiquillos.

“Que dura que es la vida…”, parecía decirle al Cristo que llevaba guardado en una estampa en su cartera y con cuya foto se había cruzado al ir a guardar en ella lo poco que hoy había ganado con tanto trabajo… Veía, como el tiempo iba pasando, y lo hacía por todos, por él también. No hacía mucho su madre se había marchado ya al Sacromonte eterno, y veía que las cosas al final no eran como a él siempre le hubiera gustado. La vida no estaba para muchos trotes, y a veces todo parecía hacerse como aquellas calles, todo cuesta arriba. No tenía casi ganas ni de cantar, con lo que él era antes… Recuerda como se juntaban los grupos de amigos y siempre salía uno cantando aquello de

“Atribón, atribón…
que como estaba la noche oscura,
a tientas le fui metiendo
la llave en la cerraura”

Y él enseguida se entonaba con lo de

“Porque me gusta el oír,
quiero vivir en Granada,
porque me gusta el oir,
la campana de la Vela
cuando me voy a dormir”.

En cambio ahora, no estaba para ninguna juerga, y su vida no era una zambra. Pero no perdía la esperanza, no podía perderla. Y su ancla para esos momentos, su flotador para que las aguas de la vida no lo arrastrarán, el clavo donde se agarraba para no hundirse, eran los ojos de su Virgen del Sacromonte. Cuando peor le iban las cosas, cuando más con el aguita al cuello se encontraba, se escapaba camino arriba y se ponía delante de Ella dispuesto a contarle todas sus cosas y a dejarle a sus plantas los problemas con la seguridad de llevarse al menos esperanzas.

Ella siempre allí lo esperaba, dispuesta a escucharlo. Él lo sabía, lo había aprendido desde la niñez, conocía a la perfección la mirada de aquellos ojos que siempre miran al cielo, que ensañar a buscar el consuelo de Dios en las alturas. Esos ojos, que cada Miércoles Santo enamoran a Granada cuando la ciudad espera a la Señora en cualquier calle o esquina. Esos ojos gitanos, que nos obligan a seguirla, porque no podemos apartar los nuestros de su hermosura.

No sé que tienen sus ojos,
que tanto llenan las almas
del rescoldo de una lumbre
que acaba siendo una llama
que anoche le fue encendida
en las puertas de las casas
y de las cuevas del barrio
que igual que Ella se llama.

No se que tienen sus ojos,
para encender las palabras,
para encender con su luz
a todo aquel que la aclama
y que la ve mirando arriba,
sin sostener su mirada…

No sé que tienen sus ojos,
esos que son llamaradas,
esos que miran al cielo
en el resplandor de las llamas
que le dan los cirios abajo
entre las velas rizadas.

No se que tienen sus ojos
que miran, sin su mirada,
esos que el pueblo gitano
piropea mientras canta,
esos, que son dos saetas
que del palio se resbalan;
esos que por la Carrera
al Darro tiran sus lágrimas;
esos que buscan Consuelo,
al llegar la madrugada,
sin saber que su Consuelo,
tiene una muerte atrapada.
No se que tienen sus ojos
al presentir la mañana,
esos ojos que en la noche
se despiden de Granada;
esos que la Cuesta del Chapiz
suben volando en volandas;
esos que se sonrojan al ver
las colinas de la Alhambra.
No se que tienen sus ojos,
cuando vuelve de Granada,
cuando el barrio aquí la espera
y son fuerza sobrehumana,
que intimida el corazón,
al cruzar nuestras miradas
hacen que nuestra agonía
se haga consuelo a sus plantas.

No sé que tienen sus ojos,
unos labios susurraban,
que son las cuentas del rosario,
son un sin fin de plegarias,
son un misterio de gozos
son un ángelus de alabanzas,
cuando los miras de cerca
en la luz que hay en su cara
y se acaba toda penumbra
y todo se hace una zambra.

No se que tienen sus ojos,
ni que esconde su mirada
siempre mirando hacia arriba,
siempre con pena apenada,
siempre gritando en silencio
sin decir una palabra…

No se si es verdad que la luna
le cedió toda su plata
en reflejos de emociones,
de recuerdos y nostalgias.

No se si es verdad que la noche
le pintó de cobre su cara,
que cobre es el color de su carne,
color cobre su mirada,
color cobre es su paso,
y color cobre su peana.
Color cobre los varales,
las bambalinas, la saya,
el oro de su corona,
y el barrio que a Ella ama.

Color cobre son sus ojos,
que de cobre es la mirada,
de esos ojos que son estrellas,
que se ven desde la Alhambra,
iluminando Valparaíso,
centinelas de Granada,
que aquí en lo alto del monte
miran ya sin ver más nada…

No se que tienen sus ojos,
bajo la noche estrellada,
entre el cobre de los varales
y las bambalinas bordadas.

No se que tienen sus ojos,
que te elevan la mirada,
que son como manos tendidas
donde las nuestras amarrarlas,
para subir con fuerza caminos
para nunca mas solatarlas,
para que nunca se escapen
sus sollozos y sus lágrimas.

No se que tienen sus ojos,
cuando la noche la llama,
cuando va por Plaza Nueva
y arriba una campana
en su torre la vigila
en su querida Granada.

No se que tienen los ojos,
ni que tiene esa mirada,
pero son los más bonitos
los ojos de mi Gitana.

20141019.- FOTOGRAFIA_GONZALEZ_MOLERO,CRISTO_GITANOS

Gitano viejo
Un crepúsculo especial esta acariciando la tarde, sobre el se recortan los tejados y las paredes blancas. Abajo, el río es un espejo perfecto que refleja las luces y las sombras del viejo barrio de las cuevas encaladas. Dicen que en las madrugadas los duendes desempolvan los recuerdos añejos, de viajeros románticos y de historia, de zambras y castañuelas, de gitanas que van bailando, de lunares y fiestas. El recuerdo se hace eco del compás gitano de otros tiempos, los cantes suenan a saeta y un escalofrío de fiesta recorre la espina dorsal del barrio.

El rumor de la vida se atempera, mientras que el barrio, poco a poco, se adormece. El cielo se confunde con las ultimas luces… y ésta noche es un día grande. El Sacromonte vuelve a vivir el disloque de los sentidos, sus calles y plazuelas se ensancharan de manera imposible para dejar paso al desfile de la gloria, a miles de personas que subirán buscando a la cofradía.

El gitano, tenía ya las manos cansadas. Era, como un nazareno de regreso. Las horas de la vida habían ido dejando sus huellas en los pies. A penas podía ya levantarse. Sabía que su final estaba cerca. No tenía ya ni fuerzas siquiera para coger la vereilla y subir hasta la iglesia, y sentarse como tantas veces a hablarle de Tu a tu a su Cristo… “Ay… si tuviera treinta años menos…”, pensaba tantas veces en voz baja.

Ya tenía que conformarse con mirarlo en aquella fotografía que colgaba en la pared de su cueva y que su hija había enmarcado con aquel cartel tan bonito que editó la cofradía. Era el mismo Cristo que llevaba siempre en la estampa de su cartera. El mismo ante el que tantas cosas había vivido, momentos buenos y momentos malos. El Cristo al que su madre había enseñado a querer desde niño. El mismo Cristo, moreno, crucificado, al que tantas veces fue a hablarle y a pedirle, a buscar de su Consuelo. Y ahora… le gustaría tanto coger el bastón y ponerse a subir hasta la Abadía… pero se sabe sin fuerzas siquiera para llegar más allá de la Cueva de Enrique.

No le queda otra que mirarlo en el retrato, y soñar que el Cristo baje al llegar Semana Santa. Minutos tan sólo lo tiene para dibujarlo en su retina, quien sabe si ya para siempre.

Ya es tarde, es muy tarde, y esa noche el Sacromonte algo tiene… se ha pasado las horas intentando vencer al sueño, “vayamos a que me pille dormío la procesión”, y de repente fuera crece el murmullo, algo pasa y un chiquillo entra corriendo oliendo a humo de las horas junto a la hoguera dando voces: “Abuelo, abuelo… que viene, que ya viene…”.

Le ayudan a levantarse, le sacan la silla a la puerta y a lo lejos los tambores ya pregonan su presencia. Lo ve venir poco a poco, entreteniéndose en las horas, caminando a la par que su Madre, que más allá parece un ascua de luz vencida. Sus labios comienzan ya a hablarle, el Cristo se viene acercando… y con los nervios, quería contarle tantas cosas, que de repente la mente se le queda en blanco y solo atina decirle “dame un poquito de fuerzas”.

Lo tiene ya casi encima, y el gitano vendería su alma, porque las costaleras se lo pararan allí cerca, por tenerlo más rato a su vera, porque el reloj parara el tiempo, los minutos se detuvieran y su Cristo los Gitanos, tan sólo de él ahora fuera…

Pero la cofradía sigue su camino, que por la Sierra parecen adivinarse pronto las primeras luces del día. El gitano, lo ve irse, ve su espalda, y esa cruz, y la pita allí abajo poniéndole nombre y apellido al Cristo y a su barrio. “Hasta que tu quieras moreno… hasta que tu quieras…”, le dice envuelto en su sollozo que casi nadie escucha, salvo él, y su Cristo, su Cristo de los Gitanos.

Despedida
Y acabo. Podría contarles mil historias más, mil vivencias más en torno a ésta cofradía. Decenas de anécdotas que tengo la suerte de haber podido vivir junto a vosotros, incluso muchas veces sin que vosotros mismos os dierais ni cuenta. Recuerdos como aquel año que junto a una compañera retransmitía para la radio vuestro regreso por la Carrera del Darro y una farola quiso acercarse de más a la Virgen, acabando en el suelo la farola… y mi compañera… O aquella fría tarde de ensayo que una de vuestras costaleras logró emocionarnos a mi compañero Tiri y a mi, cuando él le preguntó para un reportaje de televisión sobre sus vivencias debajo del paso y ella, con los ojos inundados de lágrimas, nos narraba lo que siente cada Miércoles Santo cuando viene ya de regreso con su cofradía. O aquella inédita mañana de Jueves Santo en el que regresásteis hace unos años, porque la lluvia no os dejó salir antes, y tantas escenas de emoción inéditas vivimos todos.

Podría contaros tantas cosas, pero el tiempo es el tiempo, y no les quiero cansar más. El Miércoles Santo próximo lo tenemos ya a la vuelta del Peso de la Harina. Gracias hermano mayor, por haberme dejado esta mañana convertirme en un gitano y subir mis palabras a éste Valparaíso hermoso en el que uno tiene incluso miedo de alzar la voz vayamos a que se despierta la Alhambra que enfrente nos vigila. Gracias, porque os aseguro que he disfrutado escribiendo éste Pregón.

Cuando uno, ha tenido la enorme fortuna de pronunciar tantos pregones, de contar tantas cosas en tantas y tantísimas horas de retransmisiones televisivas o programas de radio, de escribir tantas y tantas cosas sobre cofradías, a veces tiene la impresión de que ya lo tiene todo dicho y que nada nuevo puede aportar.

Sin embargo, uno mismo se sorprende de cómo hay algo que de repente una tarde, o una noche aparece, o lo presientes mientras vas en el coche o estás delante del ordenador, y te hace no ya sólo decir cosas nuevas, sino sentir también cosas nuevas. Y por ejemplo estos últimos días que, personalmente, he estado muy liado con mi trabajo en IDEAL, las cosas del fútbol, del Granada, de la Selección Española, de las acreditaciones y sus líos, de la preparación de varias revistas de Semana Santa o la presentación que ayer mismo hacía del cartel de Cajasol, pues a pesar de todo eso cuando te ponías a pensar en el Miércoles Santo parecía que todo desaparecía y solo existían Ellos. Por fortuna, no ha pasado como alguien hace unos días me dijo, que iba a acabar alineando a Pilatos en el Granada, crucificando a Geijo en el Sacromonte y sacando bajo palio… a Sara Carbonero.

Gracias, mi querido amigo Jose Antonio Maroto, por la hermosa presentación que me hiciste. Gracias, por tus sentidas palabras… ya veo que eres tan bueno escribiendo como contando nazarenos en las puertas de las iglesias y calculando cuantas veces deben, entrar o salir los tramos para igualar al de aquella otra cofradía. Si el Miércoles Santo pasado lo vivimos sentados en nuestro particular palquito a los pies de la Giralda, este próximo el Sacromonte nos espera, así que dile a Inma que vaya preparando las sillitas y las bolsas de pipas.

Gracias, a todos vosotros por estar aquí ésta mañana, haciéndoos gitanos conmigo. Os espero en la calle, que es donde deben estar las cofradías. Y a vosotros, hermanos de los Gitanos deciros que os espero con la misma impaciencia de siempre, con las mismas ganas de veros salir, sea la hora que sea. Os espero con las mismas ansias de sentirme granadino ante vuestra presencia.

Ojalá, también un día el Santísimo Cristo del Consuelo y su Madre bendita del Sacromonte me estén así esperando a mi. En eso consiste nuestra fe, la que abrazamos, la que proclama la cofradía en la calle cada Miércoles Santo y, estoy convencido, se proclama en el cielo toda una eternidad.

En aquella Semana Santa,
que dicen hay en el cielo,
siempre hay Miércoles Santos,
cuadrillas de costaleros,
marchas de “Estrella Sublime”,
antifaces nazarenos,
pañuelitos pa las penas
pa recoger los pucheros
que los ángeles allí hacen
sabe Dios, por qué secretos…

En aquella Semana Santa,
que dicen hay en el cielo,
siempre hay una cofradía
en un eterno regreso.
Siempre hay doce varales
y un capataz con salero,
que llama a su cuadrilla
con un aire muy torero
pero que nunca les dice
“vamonos con Ella al Cielo”…

En aquella Semana Santa
que parece hecha de sueños,
siempre rachean zapatillas,
siempre visten nazarenos
las mujeres llevan mantilla,
los niños trajes de hebreos,
y es verdad, gloria bendita,
lo que se dice el Credo.

Y en ese cielo celeste,
de estrellas y de luceros,
de luceros y de estrellas,
de nubes que no traen agua
porque el viento se las lleva,
hay un barrio que es gitano
con sus pitas y sus chumberas.

En ese cielo celeste,
donde siempre hay luna llena,
porque los días no acaban,
porque la vida es eterna,
y al no haber últimas cofradías
todas siempre son primeras.
En ese cielo celeste
donde siempre hay días santos,
donde siempre es primavera,
me han dicho que Enrique Morente
está ensayado saetas
pa cantarle a su Gitana
cuando pase por la puerta
y se le encienda la cara
con reflejos de una hoguera
que le ha hecho la Golondrina
muy cerquita de su cueva.

En ese cielo celeste,
donde iré cuando me muera,
está Benitez Carrasco
recitándole poemas
al Cristo de cuatro clavos
hechos de amor y de pena,
hechos de acacia y de aire,
hechos de barcas y de velas
que navegan por el Darro
y encallan por Plaza Nueva.
Está Benítez Carrasco
ya en el cielo, en una juerga,
escuchando, gloria pura,
a Frasquito Yerbaguena
cantando por granaínas
“Vivá Graná que es mi tierra”.

Que está hoy la Golondrina
tocando las castañuelas,
y está montando una zambra
María la Canastera,
con el bailaor Pepe Amaya
y su esposa La Manuela,
Lola Medina y la Coja,
La Gazpacha, la Salinas,
La Casualiá y la Coneja,
La Chata de la Jampona,
y algunos de los Habichuelas.

Una zambra de alegría,
y con alguna saeta,
pa ver llegar a la Virgen
y quitarle toas sus penas
y se las lleve el Darro
que baja por la Carrera.
.
Está Chorrojumo sentado
en una silla de enea,
escucha a la Pataperro
cantando por peteneras.

Y más arriba de aquel Valle
al terminar una cuesta
dicen que escribe Lorca
todavía más poemas,
más romanceros gitanos
pa Rosita la soltera.

En la cueva la Rocío
esta noche hacen fiesta,
que va a venir Mario Maya
con su cuadro de flamencas
pa cantarle al Consuelo
cuando suba por las cuestas…
Para tocarle bien las palmas
pa jalearlo de veras
y demostrar a los gitanos
que Resucita aunque muera.

Y dicen que en una Abadía,
hecha de celestiales piedras
hay reunión de cofrades,
costaleros, camareras,
diputados de gobierno,
monaguillos, costaleras,
músicos de varias bandas,
todos en asamblea
preparando procesiones
como hacían en la tierra.

En ese Sacromonte chico,
con sus cuestas y sus vereas,
sacarán en procesión
cuando en el cielo atardezca
al mayor de los Consuelos
mecío por costaleras.
Y detrás pondrán un palio
todo cuajadito de cera
hecho del color del cobre
y con bordados de sedas.
Y al subir por el camino
que hasta la Abadía lleva,
irán encendiendo fuegos
aunque San Cecilio no quiera,
que hay que ver lo que este Santo
le teme siempre a las hogueras.

Y ya se han preparado
para entonarse en saetas
el Niño el Gas, Bernabé,
Salinillas la Carmela,
Rosario la del Parranda,
Miguelillo el de las saetas,
Corbatillas, Manolo Montes,
y el Niño de la Tornera.
Esa es la cofradía
que veré cuando me muera,
y suba hasta el Sacromonte
corriendo las siete cuestas,
para decirle a la Virgen,
que está vestida de Reina
con la saya que le dio Lola,
(ay pena, penita, pena)…
para decirle a la Virgen
que en su peana me espera,
que allí me tiene solito,
que allí me tiene con Ella,
pa canterle, piropearla,
pa recitarle poemas,
pa pregonar en los cielos
lo que pregono en la tierra.

Pero a cambio, a cambio…
a cambio Ella,
me tiene que dar algo,
una cosita siquiera
pa que la gloria sea más gloria
en la eterna primavera:

que me guarde un sitio en su palio
o mejor un trocito de cueva
pa vivir el Miércoles Santo
el día que yo me muera.

 

He dicho.

 

Fernando José Argüelles del Castillo y Serrano.

Cuaresma, 2011.

 

20141019.- FOTOGRAFIA_GONZALEZ_MOLERO,CRISTO_GITANOS