Se nos ha ido doña Cayetana, la Duquesa de Alba, como alguien decía en estas horas del adiós y el recuerdo: nuestra duquesa. Hoy, que muchos la lloran otros la elogian, y no faltan los que hacen chistes de ella, quiero traer estos recuerdos personales junto a una mujer que, ciertamente, no dejaba nunca a nadie indiferente.
Recuerdo la primera vez que hablé con ella. Estaba yo casi empezando en esto de la comunicación. Si no recuerdo mal era por 1998 o 1999. Coincidí con Cayetana en la Feria, en una caseta de nuestro Corpus. Vinieron a buscarme a la caseta donde grababa los programas de televisión para decirme que estaba la Duquesa en la Feria. Un cámara y yo nos fuimos a buscarla, y la verdad que iba con el pensamiento de que o no nos dejarían grabarla o, a lo más, podríamos tomar unas imágenes de recurso. Cuál fue mi sorpresa que no solo pudimos grabar cuantas imágenes quisimos, sino que además tuvimos ocasión de hablar con ella y grabarle unas declaraciones en las que Cayetana hablaba de su amor por Granada y su Feria, y hasta de Semana Santa acabé hablando con ella una vez que se apagaron las cámaras y unos vasos de rebujito nos acompañaban en buena compañía.
Después de aquel primer encuentro, tengo que reconocerlo, sentí simpatía hacia esta mujer que, me atrevería a decir, tenía un corazón andaluz y amante de todas nuestras tradiciones como pocos. En Sevilla la vi en alguna ocasión en torno a las hermandades y en Granada volvería a coincidir con ella varias veces más, alguna de ellas con marcado carácter cofrade, como cuando vino hasta la calle Molinos a ser homenajeada por la hermandad de gloria de Nuestra Señora de los Ángeles, en las Vistillas. Allí, Cayetana se hizo una cofrade granadina más, relacionándose con cuantos cofrades quisieron saludarla y hablando de su salud, de las cofradías y, por supuesto, de Granada.
En nuestra ciudad deja Cayetana grandes amigos, como mi admirada Lola Enríquez, tan vinculada al mundo de los caballos, o como algunos cofrades que en tantas ocasiones le hablaron a la Duquesa sobre nuestras procesiones y tradiciones. Deja también recuerdos, e historias personales que estos días se multiplicarán en el recuerdo, como cuando quiso visitar las instalaciones de IDEAL. A modo de ejemplo, viene a mi memoria hoy la anécdota de una vecina de Maracena que habitualmente me llamaba por teléfono para participar en mis programas de televisión. Un día me contó que su madrina de bautizo era la propia Cayetana de Alba. Detrás se escondía la historia familiar de un matrimonio (los padres de mi telespectadora), que habían trabajado en una de las fincas de la Duquesa. Cuando tuvieron una hija, pidieron a Cayetana que fuera la madrina, y ella aceptó encantada. Luego, el tiempo y la distancia hiciron que se distanciaran, pero esta entrañable vecina de Maracena no perdía la esperanza de poder conocer personalmente a su madrina. Me pidió que hablara con Cayetana y le recordara la historia; así lo hice en otro encuentro en una caseta de feria y Cayetana se interesó por este asunto; se que, tiempo después, ahijada y madrina pudieron conocerse.
Entre mis anécdotas vinculadas a Cayetana, recuerdo también un curioso suceso. Estaba yo, entonces, al cargo de la programación de la televisión local de Granada cuando desde una productora televisiva me llamaron para venderme unas imágenes de Cayetana entrando a los servicios de la gasolinera de la Zubia a hacer sus necesidades. Lógicamente les dije que no, sin siquiera preguntarles el precio de aquellas imágenes. ¿Qué tenía de interés la visión de una señora septogenaria entrando a hacer aguas menores en un área de servicio por muy duquesa que fuera? Pero así era su vida, sobre todo en estos últimos años en los que el auge de la prensa y programas del corazón ha venido a coincidir con la ‘curiosa’ vida de una anciana que parecía renunciar a cumplir años, al menos en su corazón.
La última vez que coincidimos fue, nuevamente, en Granada, en el Corpus de 2009. No fue en una caseta, sino en los toros. Entraba ella en silla de ruedas al coso, pero llegaba por su propio pie a la barrera donde Francisco Rivera colocaba su capote de paseo. Después de aquella ver ya no coincidimos más, y hoy se ha marchado para siempre.
Hablé con ella, la entrevisté, reí y tertuliamos de Semana Santa. Eso si, solo me faltó bailarme con Cayetana unas sevillanas, con aquella peculiar manera suya de mover los brazos según le enseñara a hacer Enrique el Cojo en su Sevilla. Supongo que algún día, Cayetana, podremos bailarnos unas sevillanas en eso que llaman el tablao de la gloria, ese tablao donde tus tacones hoy habrán sonado más con aire de gitana que de duquesa.
Fotografías: Archivo IDEAL.