“Ciudadanos Comprometidos”
Desde La Ciudad Comprometida, tenemos el honor de sumar a nuestra nómina de ciudadanos comprometidos, al escritor ubetense Antonio Muñoz Molina. Todos lo conoceréis, pero para el que no, solo decir que este genial escritor andaluz es miembro de la Real Academia de Lengua Española desde 1996, fue director del Instituto Cervantes de Nueva York, premio Planeta…y un largo etcétera.
Os recomendamos leer alguna de sus novelas o alguno de sus numerosos artículos en prensa. Precisamente, el escrito que os traemos hoy pertenece a su web, dentro de la sección “escrito en un instante” donde diariamente realiza reflexiones y comparte pensamientos sobre temas de actualidad a modo de blog personal. Y más de actualidad que las consecuencias de la crisis, la inevitable reflexión sobre nuestro “glorioso” pasado reciente y como hemos llegado al momento presente, no podemos encontrar. De esto va precisamente el texto: “Hora de despertar”, del cual extraemos unos párrafos.
«Lo que yo me preguntaba, y lo que preguntaba cada vez que veía a un economista, era cómo un país de mediana importancia podía permitirse tantos lujos. Y me preguntaba y me pregunto por qué la ciudadanía ha aceptado con tanta indiferencia tantos abusos, durante tanto tiempo. Por eso creo que el despertar forzoso al que parece que al fin estamos llegando ha de tener una parte de rebeldía práctica y otra de autocrítica. Rebeldía práctica para ponernos de acuerdo en hacer juntos un cierto número de cosas y no solo para enfatizar lo que ya somos, o lo que nos han dicho o imaginamos que somos: que haya listas abiertas y limitación de mandatos, que la administración sea austera, profesional y transparente, que se prescinda de lo superfluo para salvar lo imprescindible en los tiempos que vienen, que se debata con claridad el modelo educativo y el modelo productivo que nuestro país necesita para ser viable y para ser justo, que las mejoras graduales y en profundidad surgidas del consenso democrático estén siempre por encima de los gestos enfáticos, de los centenarios y los monumentos firmados por vedettes internacionales de la arquitectura.
Y autocrítica, insisto, para no ceder más al halago, para reflexionar sobre lo que cada uno puede hacer en su propio ámbito y quizás no hace con el empeño con que debiera: el profesor enseñar, el estudiante estudiar haciéndose responsable del privilegio que es la educación pública, el tan solo un poco enfermo no presentarse en urgencias, el periodista comprobando un dato o un nombre por segunda vez antes de escribirlos, el padre o la madre responsabilizándose de los buenos modales de su hijo, cada uno a lo suyo, en lo suyo, por fin ciudadanos y adultos, no adolescentes perpetuos, entre el letargo y la queja, miembros de una comunidad política sólida y abierta y no de una tribu ancestral: ciudadanos justos y benéficos, como decía tan cándidamente, tan conmovedoramente, la Constitución de 1812, trabajadores de todas clases, como decía la de 1931.»
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