“La Ciudad Comprometida”
Desde comienzos de este mes de Julio, la capital rusa es bastante más extensa. Lo es porque se ha apropiado “reglamentariamente” de parte de la provincia circundante, bajo la excusa de la deslocalización de instituciones oficiales. En concreto, pretende trasladarlas desde el Kremlin hasta estos nuevos territorios, atenuando el caos de tráfico y saturación urbana de la capital.
En principio puede parecer una política acertada para una mejor gestión de una gran ciudad, cuya influencia más allá de sus propios límites urbanos para expandirse por su área metropolitana y entorno más cercano. Y es que la gestión conjunta e integral de las grandes aglomeraciones es una necesidad común a todas las grandes urbes mundiales. Pero hay opiniones que van más allá y plantean otros objetivos no tan sanos tras esta iniciativa. Y todo esto aderezado por un particular “concurso” para definir estratégicamente a la que se ha denominado “Aglomeración de Moscú”. A través del siguiente artículo que hemos encontrado en la prensa digital podéis profundizar en ello.
La capital de Rusia, con 107.000 hectáreas y 11,5 millones de habitantes, absorbió el pasado domingo 150.000 hectáreas suplementarias y otras 250.000 personas, que se convertirán en “moskvichi”. Esta categoría da acceso a múltiples beneficios sociales en relación a los habitantes de la provincia (pluses salariales y de pensiones y transportes gratuitos para los jubilados, entre ellos).
Pero las divisiones administrativas son una cosa y las realidades, otra. La “nueva Moscú” es solo el inicio de un proceso que puede prolongarse de 15 a 80 años y costar miles de millones de euros. El contenido y la financiación de la empresa, aún bastante nebulosos, son debatidos por las instituciones, desde el ayuntamiento al parlamento, tras el registro burocrático de la voluntad política del Kremlin. Los debates tienen carácter desestructurado y fragmentario, se solapan o se ignoran e incluso parecen cuentos de ciencia ficción. Por sus entresijos asoman los intereses particulares y las concepciones gigantescas que conectan con el pensamiento utópico soviético.
Uno de los aspectos de la ampliación es la planificación urbanística de la llamada “aglomeración de Moscú”. El concurso internacional convocado por el ayuntamiento a este efecto está en pleno apogeo. Los equipos invitados acuden cada mes a la capital rusa para explicar la evolución de su trabajo en seminarios auspiciados por el departamento de arquitectura municipal (Moskomarkitektura).
Dando rienda a su imaginación, los urbanistas extranjeros exponen sus ideas: integrar el río Moscova en la vida de la capital, crear franjas de zonas verdes que atraviesen la urbe de extremo a extremo, organizar nuevos polos de desarrollo en torno a los aeropuertos, desarrollar nuevas tramas urbanas en la periferia, construir una estación central de ferrocarril donde antes estaba el demolido hotel Rossía, junto al Kremlin y, sobre todo,… kilómetros y kilómetros de nuevas líneas férreas y de metro. Los planes, en gran parte, ignoran las peculiaridades del entorno y no contabilizan la infraestructura militar de la ciudad, como el sistema Metro 2, la red secreta de transportes desde el Kremlin, que no es controlada por el municipio.
Los arquitectos de OMA (Office for Metropolitan Architecture) de Roterdam, sobrevolaron la ciudad en helicóptero para descubrir que “nada es lo que parece”. Este principio, que convierte a Moscú en un conjunto fascinante para los exploradores urbanos, es tan válido hoy como en la época soviética, aunque se concreta de distinto modo. Si en el pasado, las iglesias eran trasteros y las fábricas de camiones, producían tanques, hoy las viviendas son comercios y bloques de oficina y los edificios de cinco pisos de la época de Jruschov (las “jruschovkas”) se han transformado en bloques de múltiples plantas. Además, las dachas tradicionales de madera se han convertido en “cottages” al estilo de la periferia de las ciudades norteamericanas.
Los equipos participantes en el concurso internacional, entre los cuales está el estudio de Ricardo Bofill de Barcelona, reciben un total de 250.000 euros por sus proyectos. Los expertos del jurado valoran su trabajo y los sitúan en un ranking que varía mes a mes. El máximo era de 10 puntos y el mínimo, de 5, el listón por debajo del cual el equipo quedaba descalificado. “Se trata de una evaluación del trabajo, pero no un examen escolar”, puntualiza Alexandr Kolontái, vicedirector del Plan General de Moscú y director del seminario.
¿Por qué la ciudad se expande hacia el sudoeste y no en otra dirección? Reinier de Graaf, de OMA, cree que “hay un motivo financiero muy deliberado detrás de estas curiosas fronteras” y afirma que “el ministerio de Finanzas volvió a dibujar las fronteras de la expansión” en vísperas de que ésta fuera aprobada. “Si realmente se querían solucionar los problemas de la ciudad se debería haber comenzado en otra dirección, donde hay más congestión demográfica y más problemas”, me dice. En la región circundante de Moscú viven 7 millones de personas, pero sólo 250.000 de ellas, en el área de ampliación.
Los problemas más graves de Moscú están en el noreste, pero el sudoeste es la zona menos poblada. El valor catastral del metro cuadrado en la ciudad de Moscú, según de Graaf, es de 156 euros el metro cuadrado, pero el valor catastral del metro cuadrado en la región es de 2,6 euros. Así que la recalificación como terreno urbano de la zona absorbida supone unas plusvalías de vértigo.
La socióloga Natalia Zubarévich, miembro del jurado, considera que la ampliación de Moscú con el criterio de abarcar el “máximo territorio con el mínimo de habitantes” “no es racional ni razonable”, beneficiará a las constructoras partidarias de edificar grandes conglomerados de viviendas, y comporta el riesgo de aumentar todavía más la distancia que separa la capital del resto de Rusia. “Este es un ejercicio de planificación urbana en el que gasta una determinada cantidad de dinero en equipos rusos y extranjeros para obtener el máximo de buenas ideas”, señala de Graaf. El ayuntamiento no tiene ninguna obligación de ponerlas en práctica.
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Las grandes (y pequeñas) ciudades tienen que estar continuamente renovándose, pensando no sólo en sus necesidades presentes sino adelantándose a las que puedan tener a medio y largo plazo. Por ello, que se den pasos en una dirección equivocada puede, además de dejar problemas sin solucionar, crear otros nuevos, y con ello un gran perjuicio para su población.