España está viviendo un año record en materia turística, con millones de visitantes, muchos de los cuales comprueban atónitos como se les culpa de que algunas ciudades españolas, o al menos sus barrios más monumentales, estén supuestamente muriendo de éxito: Vandalismo, saturación de los espacios públicos y de algunos servicios, subida de precios de los alquileres con la consiguiente expulsión de los residentes tradicionales, suciedad, ruido… ¿Y cómo no reconocer que el problema es real? Claro que es real, y si no que se les pregunte por ejemplo a la gente que vive en los barrios estrella de ciudades como Granada, Barcelona, Madrid, Córdoba, Palma de Mallorca o San Sebastián.
¿Y está justificado que grupos antisistema, con el apoyo de muchos ciudadanos cansados por esta situación incontrolada, estén actuando por su cuenta haciendo estas campañas tan agresivas? No quiero pensar en la sorpresa primero y en la ofensa después que sentirán esos turistas que vienen desde todo el orbe y a los que no solo el sol, los monumentos, y las tapas les animaron a visitarnos… ¿O es que nuestra manera de vivir y nuestro carácter abierto y amable no son seguramente la mejor de nuestras cualidades?
¿Y qué opinar de los grupos que lideran estas campañas, que usan la democracia según les viene en gana? Nunca he creído que las caceroladas, los exabruptos o las sentadas sean la mejor manera de resolver las cosas, pero reconozcamos que es que las administraciones públicas españolas en general y los ayuntamientos en particular no han hecho nada para anticiparse a esta situación. Si bien ahora parece fuera de control en algunos enclaves turísticos, sin embargo no ha llegado de la noche a la mañana, claro que no. Y es que además es falso que sólo están siendo perjudicados los residentes del Barrio Gótico, del Albaicín o del Barrio de La Judería, ni mucho menos, porque ese hacinamiento y masificación afecta en igual medida a esos turistas que buscan y pagan una visita placentera y de calidad que no están recibiendo y que además se sienten acosados.
Yo, por tanto, prefiero recordarme que ha sido la sociedad (y sobretodo sus instituciones) la que ha fallado en este asunto ya que debía haber estado atenta a estos cambios cuantitativos y cualitativos del turismo, que desde luego no se han producido de la noche a la mañana.
¡Manos a la obra! Debemos regular cuanto antes y velar después con rigor por su cumplimiento, sobre numerosas cuestiones: la racionalidad en el alquiler de viviendas para usos turísticos, la adopción de unas normas elementales de convivencia, evitar una excesiva concentración de locales de restauración o de ocio, la regulación de todos esos artilugios para moverse por la ciudad, velar por una competencia leal entre el transporte público convencional y otros modos novedosos para desplazarnos, o para garantizar la calidad en la visita pública a los principales monumentos… Y debemos hacerlo rápido y bien por la necesidad de seguir acogiendo a los millones de visitantes que nos honran con su visita, pero también por el respeto que se merecen los ciudadanos residentes en las ciudades históricas, los otros sufridores de todos estos desajustes y desregulaciones.
Por tanto, no nos comportemos ni como ciudadanos malcriados ni como un país que no sabe regular adecuadamente la convivencia colectiva. Porque vivir en las ciudades históricas debe seguir siendo algo maravilloso, así como la experiencia de visitar España debe seguir siendo algo inolvidable… ¡Por la cuenta que nos trae!
¡Feliz día!