Ayer me escribió uno de vosotros… en realidad fue una asidua lectora de La Ciudad Comprometida que, desde Arizona, USA quiso profundizar en una de las frases de mi último post:
“¿Quién le enseño a respetar la naturaleza? ¿Cómo puede uno pasar estas creencias a sus propios hijos? Si la naturaleza es nuestro futuro y nuestros hijos son el futuro ¿Qué estamos haciendo para interiorizar estas creencias en ellos?”
Respecto de la primera cuestión… al volcar mi mirada sobre mis recuerdos, veo con nitidez que mi primer encuentro con la naturaleza en su estado más puro, fue con 9 años, durante un verano en el que pasé 15 días en unas “colonias” en Jerez del Marquesado, al pie de las montañas de Sierra Nevada (Granada) y recuerdo mis primeros acercamientos a la gran montaña. Y ya años después, recuerdo también otro verano que pasé en las montañas de Teruel, entre los inmensos pinares de la Sierra de Albarracín… Creo que allí, en aquellos lugares aprendí a amar a la naturaleza… y aprendí a amarla en su estado más puro…
Y como consecuencia de estas cosas de la memoria selectiva, también se me quedó fijado el recuerdo de mi profesora de Ciencias Naturales cuando tenía, creo, 16 años… Estaba interno en la Universidad Laboral de Sevilla, un centro estatal, y dimos un paseo por los alrededores del río Guadaira para apreciar la vida que había entre aquellos eucaliptos y la vegetación de ribera… y nunca olvidaré la severidad con la que Doña. Concha reprendió a uno de nosotros que pisoteó de manera intencionada pero también inconsciente a un insecto… haciéndole ver, en realidad haciéndonos ver a todos, que aquel ser era como nosotros, y de manera absurda le habíamos robado su vida… Creo que fue aquella maravillosa profesora la que nos abrió de repente el sentido de la responsabilidad que el hombre debe tener con la naturaleza…
Claro que aquellos recuerdos apenas supusieron un principio… pero gracias a estas preguntas de Kimberlin he visualizado cómo ciertos gestos pueden ayudar a que nuestros hijos interioricen ese mensaje solemne del que ayer os hablaba: que “Proteger la naturaleza es lo más progresista, lo único para construir el futuro”… y no serán en vano todos los esfuerzos que podamos hacer para educarlos en este sentido, como tampoco serán suficientes todas las iniciativas que hagamos al respecto, porque el problema es cada vez más serio y porque de verdad que nuestros hijos, la humanidad en realidad, cada vez tiene más comprometido su futuro, o al menos un futuro de calidad, en una gran casa, La Tierra, cada vez más herida por la soberbia del ser humano…
Por eso hoy se me vino a la memoria, con gran cariño, aquel gesto severo de mi profesora de Ciencias Naturales… que con el tiempo se me ha convertido en una especie de grito de protesta por todos los daños que el hombre le infiere a la madre tierra. Como veis, tenemos la gran responsabilidad de actuar con responsabilidad y de que al menos en el seno de nuestras familias y en nuestros círculos próximos hagamos germinar esta semilla, ya que nuestros vástagos deberán tomar el testigo ya que vivirán en un mundo que les hemos legado en mucho peor estado que el que nosotros recibimos…
La Naturaleza en cierto modo es nuestra primera madre, pues sin su intervención difícilmente habrían nacido nuestros ancestros, y por ende nosotros.
Así que si a nuestra madre carnal la queremos, a la terrenal tampoco debemos dejarla muy atrás.
La naturaleza ha sido herida de tal forma que el desastre creo ,con mucha pena
Tiene dificil arreglo, .Como me acuerdo de mi Padre, a èl le dolia y con pena decia, La tantos edifios, estan destrozando la vega de Granada.
Pido un milagro. …M