A través de las miradas perspicaces y sensibles del colectivo de los dibujantes urbanos, unos y otros aprendamos a conocer, a respetar y a amar, más aún si cabe, el paisaje urbano y….
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Los vacíos en la ciudad histórica llevan aparejado el riesgo de ser considerados meros contenedores, singulares oportunidades para la creación de nuevos tejidos urbanos. En general, esto es lo que pueden llegar a significar en una primera y muy simple mirada para los que, como arquitectos, urbanistas, geógrafos, políticos o promotores inmobiliarios, nos dedicamos a pensar, decidir y operar sobre la ciudad histórica. Pero esos vacíos deben ser tratados al menos del mismo modo que lo hacemos con su “positivo”, con los llenos de la ciudad, los edificios. No se debe caer en el error de acometer la intervención en la ciudad histórica con herramientas distintas según se opere con los vacíos o con los llenos.
Por supuesto al escribir vacíos no me refiero a los solares producto de una demolición, ya sean grandes o pequeños, sino a las grandes superficies libres de edificación, no construidas históricamente, formadas por una gran parcela catastral o por varias. Vacíos históricos que tuvieron usos distintos a todo aquello que los rodeaba. Vacíos que una vez abandonado el uso que los generó y les dio sentido, devienen en manchas que afean el paisaje urbano y que, a fuerza de años, acaban marcándose en un sucio gris en los planos y en los barrios.
Sin embargo la mayoría de esos grandes contenedores (grises objetos de deseo) tienen una historia oculta incluso para sus vecinos que, al cabo de una sola generación, acaban perdiendo la memoria de lo que fue y significó ese lugar. Memoria borrada por esa primera y fea apariencia que imprimió el abandono, la basura y las ratas. Historia que suele ser la misma del origen del barrio que ahora les da la espalda. Y de igual forma que los edificios, es esa historia la que debería ser el germen de su recuperación.
Así como, cada vez más, se viene asumiendo la necesidad de conocer el origen y sobre todo las vicisitudes y cambios sufridos (o gozados) por los edificios a lo largo de sus años de vida, así mismo, deberíamos plantear nuestras intervenciones sobre los vacíos. Y esta estrategia de acercamiento no debe ser muy diferente para los de la ciudad histórica (la anterior al s. XX) o para los de la ciudad contemporánea (la generada a partir de los ensanches del XIX). Las herramientas del conocimiento histórico pueden ser las mismas en ambos casos aunque tendrán mayor precisión para los tejidos y vacíos contemporáneos.
Pero volviendo a la ciudad histórica: suele ocurrir que estas bolsas de suelo han venido siendo abordadas sin la dignidad que merecen y sin el adecuado rigor histórico y urbanístico que les corresponde y que finalmente le conviene a la ciudad para su mejor evolución. Es pura simpleza llegar a la conclusión de encontrarnos ante contenedores en mitad del tejido compacto que los rodea. Contenedores para nuevos edificios o para nuevos espacios libres, sean públicos o privados, unos y otros planteados con criterios urbanísticos más propios de suelos para el crecimiento urbano de periferia. Sin embargo, operar en uno de estos suelos debe hacerse al menos con el mismo protocolo con el que nos acercamos para intervenir en los edificios históricos, si no más. Considero que debe ser de forma más compleja, dado que son organismos urbanos más complejos, por sutiles: de ellos hay que entender el vacío, el espacio, sus relaciones visuales, de paisajes interiores y de paisajes lejanos, de topografía, de vegetación, de miradas cruzadas, relaciones entre edificios y sus moradores, vidas entretejidas que son difíciles de aprisionar con un somero análisis. Es necesario tocar, palpar, cada uno de los planos que los forman, los de sus fachadas (traseras o no), los de las huertas y bancales desaparecidos, las superficies de sus tapias derruidas, las líneas de sus acequias ya secas y olvidadas, los supervivientes hitos en que se han convertido sus raquíticos árboles, o ya solo troncos muertos. Para entender estos organismos complejos es necesario representarlos al menos con la misma precisión e intensidad que la empleada en la representación del alfarje mudéjar o la estratigrafía muraria de un edificio del s. XVI. Una vez obtenida esta primera representación (plantas, secciones, topografía, fotografía) es cuando estaremos en condiciones de contrastar la información histórica que ineludiblemente hemos de obtener para, con ella, acabar de completar un primer diagnóstico. La arqueología aportará datos finales para terminar el informe previo. Antes de manejar toda esta información cualquier propuesta que se haga puede resultar precipitada y puede llegar a plantear acciones propias de un suelo urbanizable cualquiera.
Conviene que sea un planeamiento especial el encargado de definir en detalle la intervención en estos vacíos. Si ese planeamiento está propuesto por un plan de ámbito superior, ya sea Plan General o Plan Especial de Protección, no debería obviar estos pasos previos. Así para una correcta actuación en este lugar ha de hacerse un análisis previo que contenga todos estos datos y para ello no puede constreñirse el ámbito de estudio exclusivamente al vacío sino que debe integrar un entorno amplio y suficiente para una adecuada comprensión de los problemas y oportunidades que se hallan aquí. Por tanto deben incluirse parcelas catastrales completas, con sus edificios y sus espacios libres de edificación, edificios colindantes que hayan ejercido algún tipo de influencia o se hayan visto influidos por el vacío. Es claro el ejemplo de las fundaciones religiosas desamortizadas en el s. XIX cuyos huertos abandonados se convirtieron en vacíos urbanos posteriormente segregados como parcelas catastrales independientes y reconvertidas a lo largo del s. XX en edificios de usos no residenciales en el interior de las manzanas, edificios que una vez arruinados han acabado por distorsionar el entendimiento de lo que un día fue huerto.
Un buen planeamiento especial será el origen de una buena intervención en estos vacíos que una vez intervenidos con nuevas arquitecturas y nuevos espacios libres deben aportar nuevas cualidades a la ciudad histórica manteniendo viva la memoria del lugar y generando nueva vida.
Gabriel Fernández Adarve, arquitecto experto en centros históricos de GRarquitectos