«Miscelanea»
Hoy compartimos con vosotros un texto que nos ha hecho llegar un asiduo lector del blog. Hablamos de Paco Pipó, y en él nos habla del antiguo Colegio de los Huerfanos Ferroviarios de Granada, desaparecido hace unas decadas. Os dejamos con el escrito:
Voy a Granada. Puerto de la Mora. El aire va esparciendo sensaciones de encuentro. Dejando atrás los mares de secano de la estepa manchega, me adentro en el verde de la sierra de Despeñaperros, y en su bajada, las melenas caídas de retorcidos olivares, que en su tristeza, se derraman por las colinas jiennenses.
Y allá esta. La puerta de Granada, con su manto nevero que enseñoreaba la sierra, con ajimeces de torres, que despuntan un cielo rasgado por albaicineros cipreses.
El sol despunta por la sierra, rielando su luz, que se derrama por el mosaico urbano callejeando en misteriosos claros oscuros, entre esquinas pavonadas y cipreses que hieren al bajo azul cielo, de las fuentes granadinas.
Entro en la ciudad por grandes vías de circunvalación, y sigo echando de menos, la antigua entrada por la carretera de Jaén, la Cárcel y la avenida del Doctor Oloriz. Calle, que sentía el pulso alto bajo de una ciudad, viendo pasar al preso esposado camino de la cárcel, con familias tristes y portadoras de mensajes con promesa; otras veces alegrías deportivas o colorido de fiesta taurina; o niños con sus mochilas de cartón, su plumier y pluma de pata de gallo, con lápices de colores, que diariamente acudían al Colegio de los Ferroviarios.
Este centro de enseñanza, hoy ya inexistente por el crimen artístico de organismos escasos de recursos, que demolieron su estructura para mercadear y cambiarlo por viviendas, perdiendo el rasgo señorial de aquel centro, que hoy seria orgullo del ferroviario y una referencia señorial mas, de nuestra ciudad.
Para generaciones jóvenes, me gustaría describir en mi humilde prosa, la arquitectura de este edificio. Entre dos regios torreones, estaba situada la entrada amplia de este colegio, con la antesala de amplia escalinata, dando entrada a la recepción de aulas, que en ángulo recto, distribuía en dos plantas, con estancias de aulas bien lucidas por grandes ventanales. Una esplendida escalinata, ascendía hasta la segunda planta con igual número de aulas y en el centro de este ángulo, daba cobijo a un salón de actos de señorial diseño. En esta segunda planta, también estaban los despachos de dirección y vivienda del conserje. En el espacio de este ángulo y en la planta baja, daba entrada a un ajardinado recreo de alumnos con espaciada zona de juegos y esparcimiento.
Contrastes humanos, en su ir y venir de luces y sombras, de vida, gozos y miserias. Maestros y alumnos de aquel colegio, con aulas de más de ochenta niños, un solo maestro y un solo brasero. A ellos, quiero que tú, Granada y provincia, le rindas mil homenajes. Y junto a ellos, a todos sus compañeros que en la última vergüenza nacional, enfrentó a familias y pueblos.
En tanto, las clases se impartían en el sótano, por miedo a las bombas o al “inspector de la eliminación del crucifijo”. Más tarde vinieron las tardes de merienda, a base de “leche en polvo americana y queso”.
Desfile de seminaristas en “fila de a dos”, que bajaban del seminario cruzando por el Altillo de las Eras a la parroquia de San Agustín, y preparando a infantes, que en tiempos de guerra, celebraban su comunión a “escondidas” en el convento de las Trinitarias. Celebración que festejaban, con chocolate que manchaba sencillos trajes de fiesta y al paso de mejores días, espléndidos uniformes de almirante ó amplios vestidos, de reina en la corte. Sin olvidar cuando se cantaba la tabla de multiplicar y los mas pequeños, cantaban aquello de, “la eme con la a ma y la eme con la e me”, o en el recreo de “corre que te pillo”, en tanto las niñas cantaban aquello de “El patio de mi casa es particular”.
Eran los tiempos de la pizarra, manchas de pluma caduca ó él “siete” del pantalón, roto en el recreo. Con las dificultades de las creencias, que no de las ideas en lucha, la infancia seguía recibiendo el saber de los libros.
Posteriormente, las generaciones de alumnos sintieron acomodo laboral y familiar, en la economía social de la época, y creo que no se olvidaran de sus maestros, que llenos de vocación y magisterio, supieron vencer dificultades de medios, para formar a una juventud, que hoy, esta orgullosa.
Yo, desde no sé dónde y desde siempre, quiero rendir homenaje a maestros y gerentes del antiguo Colegio de los Ferroviarios, con nombres como el director Don Miguel y maestros insignes como señorita Ana, don Santiago, señorita Lutgarda, don Pablo, don José.…y ¡cómo no! de mi madre señorita Lola (Dolores Rivera Bas), que a sus ciento dos años, poco antes de fallecer, aun recordaba con lagrimas en sus secos ojos y rostro esculpido en marfil por la vejez, los momentos vividos, en aquel centro de vida y cultura.
Ellos, los profesores y ellos, los alumnos, son herederos de sus antepasados granadinos, cuando esta ciudad dio su ultima luz de civilización, que en tiempos de los Ommiades de Córdoba, había resplandecido y deslumbrado al mundo, deudor de los árabes en la introducción de cálculos trigonométricos, la ampliación del Álgebra, la perfección del astrolabio en la Astronomía, la Geografía que legó a la humanidad el estudio de las longitudes y latitudes de los pueblos mas importantes del planeta, Medicina, Filosofía, etcétera.
Pido a estos alumnos, que con pausado paso, recuerden aquellos tiempos con sus maestros, que le abrieron los ojos a una cultura disciplinada, herramienta útil para andar por la senda de la vida, con el orgullo de haber sido bien tutelados.
No son estos párrafos un recuerdo para aquel edificio, y si también un canto personal al magisterio en la persona de mi madre y sus compañeros y alumnos. Quiero que sea una loa a la figura del maestro, a su dedicación, a su sacrificio y a su dignidad, hoy en día tan castigada. El maestro, es la cuna de nuestra cultura y nuestro destino, en una sociedad muy castigada por la desigualdad. Rindamos todos, un respeto por esta profesión y ayudémosle en su cometido. Son uno de los pilares de un mundo mejor.
Por todo ello, alzo mi copa de buenos deseos, para vosotros maestros de escuela y orgullosos recuerdos, para los que se fueron.
Francisco Pipó Rivera (alumno del colegio)