“El Territorio Comprometido”
En mitad de la foresta amazónica, al Norte de Brasil, en el Estado de Pará, se está construyendo la tercera presa más grande del mundo, la planta hidroeléctrica de Belo Monte, sobre el río Xingú, el mayor tributario del río Amazonas y el más próximo a las grandes ciudades del macropaís.
Es un proyecto que parte de la planificación energética del gobierno brasileño, que por medio de este proyecto incrementará en más de 11.000 megawatios (el 11% del país) su capacidad energética para el 2019.
Por el contrario supondrá la inmersión de más de 200 km2 de selva tropical, alguna de ella de especial protección natural, el desplazamiento de 19.000 personas, la mayoría nativos residentes en sendas reservas indígenas oficialmente reconocidas por el Gobierno de Brasil, y la inundación de parte de algunas ciudades de envergadura como Altamira (85.000 habitantes).
Quizás estos datos no digan nada si no fuera porque el conflicto abierto entre la promotora y el Estado de un lado, y los indígenas y la comunidad internacional del otro, fueran el motivo vertebral de la afamada película Avatar, de James Cameron (2009), director que ha encabezado el elenco de famosos hollibudienses preocupados por la cuestión.
En cualquier caso no era de esto de lo que quería hablar, sino de cómo el Gobierno ha utilizado las mejoras en áreas urbanas como medida compensatoria frente a los efectos perniciosos de la presa. Así, sólo en la ciudad de Altamira se ha previsto:
- La construcción de diques de amortiguamiento de inundaciones.
- La reubicación de la población directamente afectada a otras partes de la ciudad.
- La relocalización en casas de albañilería de 4.500 familias que hoy viven en palafitos.
- La construcción e integración de 500 residencias en diferentes barrios para los trabajadores que habrán de llegar durante la construcción de la presa.
- La implantación de una red de evacuación de aguas inundables, de abastecimiento de agua potable y de alcantarillado urbano.
- Nuevos centros escolares y de salud, con la incorporación de un hospital.
- Y la recuperación urbanística y ambiental de la orilla del Xingu con un parque ecológico y de esparcimiento.
Esto pone de manifiesto varios hechos de los que cuando menos se podría reflexionar sobre el papel que lo urbano está cobrando en el sentir de la ciudadanía:
- El descuido que en la prestación de servicios incurre la Administración, amparada habitualmente en la insuficiencia financiera, se revierte de manera directamente proporcional al interés creado. De ahí que con frecuencia las ciudades del mundo apuesten fuerte por atraer proyectos que sirvan para la implantación de las infraestructuras de las que son carentes, les han quedado obsoletas o quieren reconvertir, sin pensar que en ello se manifiesta su dejación de funciones, inoperancia e ineficacia. En este sentido estaría bien pensar en el por qué Roma ha desistido de las olimpiadas de 2020, mientras que Madrid insiste en ellas.
- La vida urbana es frecuentemente utilizada como moneda de cambio en las negociaciones de aquellas actividades que necesitan implantarse y/o explotar el medio rural, lo que acrecienta el éxodo rural y la concentración urbana de la población. Por lo que en la mayor parte del mundo se sigue sobrevalorando el medio urbano como una oportunidad de mejora del bienestar humano, cuando en realidad esta tesis podría cuando menos ponerse en tela de juicio en virtud del acomodo que están teniendo no sólo los que llegan a la ciudad sino incluso los que ya viven en ella, a tenor de lo que se está viendo a partir de la crisis europea.
- Con frecuencia los planificadores hacen y deshacen con la población de una ciudad sin apenas considerar el shock cultural que ello supone, lo que en ocasiones puede inducir a fenómenos de conflictividad y marginalidad, que no hacen sino dificultar aun más la ordenación de las urbes. Podría ser el caso de esas nuevas barriadas que se van a crear en Altamira, a caballo entre la cultura de los indígenas y los operarios de la presa que han de arribar, convivir y esperar que se lleven bien.
- Existen patrones preestablecidos en el perfil de la ciudad ideal que no se acaban de adecuar a las necesidades de sus habitantes. Por ejemplo, y es el caso que se expone, puede que a los ciudadanos de Altamira les encante tener un parque ecológico y de esparcimiento, pero si tenemos en cuenta que todo cuanto les rodea son kilómetros y kilómetros de la selva más virgen del mundo, quizás no sea tan útil esta dotación.
- Etc.
En definitiva, aquí tenemos un buen ejemplo en el que puede verse como la planificación y ordenación de cualquier ciudad y de cualquier actividad de envergadura debe hacerse siempre con consideración de sus afectados y no desde las ideas preconcebidas de qué es lo que estos requieren, tal y como por desgracia suele ser habitual.
Juan Garrido Clavero, Geógrafo de GRarquitectos