Como en tantas otras ocasiones, me reuní al aroma de un café con el núcleo duro de mi equipo y decidimos que nos merecíamos intentarlo…
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Foro Europa 2001 otorga un reconocimiento especial a la trayectoria profesional de Juan Carlos García de los Reyes, y lo queremos compartir con todos nuestros lectores. El blog «La Ciudad Comprometida» es parte imprescindible de esa andadura profesional, y sobre todo, de su compromiso con la excelencia y con el desempeño de su trabajo, y sin todos los que nos apoyan semana tras semana, esto no tendría sentido. El lunes próximo ampliaremos y compartiremos con vosotros las imágenes del evento, pero no podíamos dejar pasar esta oportunidad para daros las gracias.
Aquí os dejamos un extracto de la noticia publicada en Ideal:
«El arquitecto y urbanista Juan Carlos García de los Reyes (Guadix, 1960), recibirá el viernes 29 de Mayo en Madrid la Medalla de Oro del Foro Europa 2001, en reconocimiento a su trayectoria profesional.
El Foro Europa 2001 fue fundado por José Luis Salaverría el 8 de Octubre de 1996 con la intención de crear eventos para el intercambio y divulgación de ideas y conocimientos entre y con dirigentes de la vida empresarial , cultural y política. Hoy figura como uno de los Foros de debate más importantes de Europa. Foro Europa 2001 tiene actualmente acuerdos de colaboración con otros 40 clubs similares por todo el mundo.
Cada año hace entrega de los Premios al Ciudadano Europeo, que se concede a una personalidad relevante de la vida social, cultural o política de este país, y de Los Premios Medalla de Oro, con los que se reconoce la trayectoria profesional. Con anterioridad han recibido las distinciones de la entidad el oftalmólogo D. Joaquín Barraquer, el ministro D. Alberto Fernández Díaz, el alcalde de Barcelona D. Xabier Trías y Vidal, el exministro Josep Piqué y Camps, el Dr. D. José María Dexeus, el publicista LLuis Bassat, o el arquitecto Félix Arránz…
El reconocido arquitecto y urbanista Juan Carlos García de los Reyes, a través de sus estudios en España (GRarquitectos) y en Latinoamérica (Desarrollo de Ciudades Comprometidas) dirige actualmente el nuevo Plan Especial de Protección de La Alhambra de Granada, y asesora a San Isidro, el distrito financiero de Lima. Sus trabajos han sido premiados dos veces con la Bandera de Andalucía (POTAUG en 2.000, y Plan del Barranco del Poqueira en 2009). Es autor del Centro Cultural Medina Elvira, de Atarfe; miembro fundador de la Unión Iberoamericana de Municipalistas, y dirige el blog La Ciudad Comprometida.»
Como ya sabreis, Antonio Muñoz Molina, el genial escritor ubentense, ha sido galardonado con el Premio Principe de Asturias a las Letras Españolas. Este Ciudadano Comprometido ha sido motivo de varias reseñas en el blog, y aprovechando la ocasión recordamos uno de esos articulos, donde Abel, el protagonista de la novela titulada “La noche de los tiempos”, narra su particular visión sobre la evolución de la arquitectura española. Esperamos que lo disfruteis¡
Madrid, Martes, 7 de octubre de 1935, 7 de la tarde, salón de actos de la Residencia de Estudiantes: Ignacio Abel, el arquitecto que dirige las obras de la Ciudad Universitaria de la capital, imparte una conferencia sobre la arquitectura española, o más bien, sobre los vínculos existentes entre la arquitectura popular española con la arquitectura funcional que postula en esos años el movimiento moderno (No en vano Ignacio estudió dos años en La Bauhaus, verdadera cuna de la arquitectura y del diseño del siglo XX).
Y os cuento esto porque Ignacio Abel es, a su vez, el protagonista de La noche de los tiempos, la última novela de Antonio Muñoz Molina, quien sin duda hubiese sido un gran arquitecto… bueno, o quizás sí que lo sea… o al menos sus reflexiones sobre arquitectura son tan actuales, tan sensatas y tan oportunas que necesitamos que se prodigue mucho más.
Aquí os dejo con Ignacio Abel y su conferencia:
“…La silueta de la recién llegada se recortó sin que él la viera sobre la fotografía de una fachada campesina, una casa construida a mediados del XVIII, explicó, mirando sus notas, en una ciudad del sur, ideada no por un arquitecto, sino por un maestro de obras que conocía su oficio y , literalmente, el suelo que pisaba: la tierra de la que había salido la piedra arenosa y dorada del dintel de la puerta y las ventanas y el barro para los ladrillos y las tejas; la cal con la que se había blanqueado la fachada entera, dejando sólo al descubierto, con una intuición estética admirable, dijo, la piedra de los dinteles, labrada con delicadeza por un maestro cantero que había esculpido también, en el centro del dintel, el cáliz situado exactamente en el eje del edificio. Hizo una señal para que pasaran a la siguiente diapositiva: un detalle del ángulo del dintel; señaló con el puntero la diagonal de la juntura entre dos sillares que formaban la esquina, en la que dos fuerzas contrarias se equilibraban entre sí, con una precisión matemática todavía más asombrosa porque probablemente quieres concibieron el edificio y lo construyeron no sabían leer ni escribir. La piedra y la cal, dijo, los muros gruesos que aislaban igual del calor que del frío; las ventanas pequeñas distribuidas según un orden irregular relacionado con la inclinación de los rayos solares, jugando a eludir la simetría obvia; la cal blanca que la reflejar el máximo de luz solar hacía más suave la temperatura interior en los mese de verano. Con argamasa y cañas crecidas junto a los arroyos cercanos se hacía un aislante natural para los techos de las habitaciones más altas: la técnica era sustantivamente la misma que se había usado en Egipto y en Mesopotamia. Los arquitectos de la escuela alemana –“yo mismo entre ellos”, apuntó sonriendo, sabiendo que se escucharían risas en la sala- hablaban siempre de construcciones orgánicas; qué podía ser más orgánico que aquel instinto popular para aprovechar lo que estuviera más a mano y adaptar flexiblemente un vocabulario intemporal a las condiciones inmediatas, al clima, a la forma de ganarse la vida y a las necesidades del trabajo, reinventando formas elementales que siempre eran nuevas y sin embargo, nunca condescendían al capricho, que resaltaban en el paisaje y al mismo tiempo se fundían en él, sin ostentación y sin repetición mecánica, transmitiéndose a lo largo del país y de una generación a otra como romances antiguos que no precisan ser trascritos porque sobreviven a la corriente de la memoria popular, en la disciplina sin vanagloria de los mejores artesanos. Al fondo de la sala, a pesar de la penumbra, adivinaba o casi distinguía la sonrisa aprobadora del profesor Rossman, inclinado hacia delante para no perder ninguna de aquellas palabras españolas: la intuición de las formas, la honradez de los materiales y de los procedimientos; patios empedrados con guijarros de río trazando un ritmo visual giratorio; tejas que se ajustaban entre sí con la precisión orgánica de las escamas de pescado.(Otra vez había dicho esa palabra: de ahora en adelante debería evitarla). Según hablaba en el entusiasmo disipaba la vanidad y sus gestos perdían la rigidez del principio, que quizás sólo Adela había advertido, igual que advertía cómo su voz se iba volviendo más natural. Mostraba un patio empedrado con columnas y con un aljibe en el centro que podía haber estado en Creta o en Roma pero que pertenecía a una casa de vecinos de Córdoba: su forma tan ajustada a su función que había perdurado con sólo variaciones menores a lo largo de varios milenios; la luz y la sombra se modelaban igual que la materia; la luz, la sombra, el sonido; el chorro de agua de un aljibe refrescando un patio; la opacidad de los muros hacia el exterior: la luz diurna que entra desde arriba y se difunde por habitaciones y zaguanes. ¿Quién tendría la petulancia de afirmar que la arquitectura funcional- había estado a punto de decir: orgánica- era una invención del siglo XX?. Pero era una estafa imitar, parodiándolas, las formas exteriores: había que aprender de los procesos, no de los resultados; la sintaxis de un idioma y no palabras sueltas; el hierro, el acero, las anchas láminas de cristal, el hormigón armado, tendrían que usarse con la misma conciencia de sus cualidades materiales con que el arquitecto popular usaba las cañas o la arcilla o los cantos de finos agudos con los que levantaba una tapia divisoria, aprovechando instintivamente la forma de cada piedra para ajustarla a las otras, sin empeñarse en someterla a un molde exterior. Mostraba la foto de una choza de pastores hecha de paja y de juncos entretejidos; la del interior de un refugio en el monte en el que con cantos sin argamasa se había armado una bóveda que tenía la áspera solidez de un ábside románico. El azar en la forma de cada laja se convertía en necesidad al ajustarse como una afinidad magnética a la forma de otra. Y en el fondo de todo actuaba el instinto popular de aprovechar lo escaso, el talento de convertir en ventajas formidables las limitaciones. Hasta ahora en las fotos se habían visto sólo edificios. Sonó el clic del proyector y la pantalla entera fue ocupada por una familia campesina posando delante de una de las chozas con aleros de pasa y de juncos admirablemente entretejidos. Caras oscuras miraban con los ojos fijos a la sala, ojos grandes de niños descalzos, barrigudos, vestidos con harapos; una mujer embarazada y flaca, con un niño en brazos; un hombre enjuto a su lado, con una camisa blanca y un pantalón atado a la cintura con una cuerda, con abarcas de esparto. En la sala de la Residencia la foto tenía algo del testimonio de un viaje a un país remoto, sumido en tiempos primitivos. Igual que antes había indicado con el puntero los detalles de la arquitectura ahora Ignacio Abel señalaba las caras que él mismo había fotografiado sólo unos meses atrás en un pueblo de fantasmagórica pobreza en la Sierra de Málaga: la arquitectura no consistía en inventar formas abstractas, la tradición popular española no era un catálogo de pjntoresquismos para enseñar a los extranjeros o para usar decorativamente en el pabellón de una feria; la arquitectura de los nuevos tiempos había de ser una herramienta en el gran empaño de hacer mejores las vidas de los hombres, de aliviar el sufrimiento , de traer la justicia, o mejor todavía, o dicho de una manera más precisa, de hacer accesible lo que esa familia de la foto no había visto nunca y ni siquiera sabido que existía, el agua corriente, los espacios ventilados y saludables, la escuela, el alimento suficiente y a ser posible sabroso; no un regalo, sino una devolución; no una limosna sino un gesto de reparación por el trabajo nunca recompensado, por la destreza de las manos y la finura de las inteligencias que habían sabido elegir los juntos mejores y trenzarlos lo mismo para sostener un tejado de paja que para hacer un cesto, la arcilla más adecuada para enjalbegar los muros de una choza. De lo que esa gente ha creado a lo largo de siglos viene casi lo único sólido y noble en España, dijo, lo original e incomparable, la música y los romances y los edificios, conmovido, advirtió Adela desde la primera fila compartiendo íntimamente su emoción, aunque no le veía bien la cara, pero sí escuchaba con claridad su voz. Ignacio Abel se esforzaba en contener una efusión que lo tomaba por sorpresa y que no sabía bien de dónde brotaba, ascendiendo desde el estómago, como poseído de golpe no ya por la rememoración de su padre y de los albañiles y canteros que trabajaban con él, los que levantaban edificios y pavimentaban calles y horadaban zanjas y túneles y luego desaparecían de la tierra sin dejar rastro: también por la conciencia de los que vivieron antes, los campesinos de varias generaciones atrás de los que él mismo procedía, los que vivieron y murieron en chozas de barro idénticas a la de la foto, tan pobres, tan obstinados, tan sin porvenir como esa gente cuyas caras se difuminaban, cuando la luz de la sala se encendió sin que se apagara todavía el proyector fotográfico…”
La socióloga Saskia Sassen (La Haya, 1949), es considerada una de las mayores especialistas en la estimación de la influencia de la globalización en el urbanismo, desde que en 1991 presentara su libro La ciudad global. Desde entonces hasta hoy más de una decena de libros jalonan su recorrido en pos de la búsqueda de la verdadera dimensión social, económica y política de las ciudades actuales.
En su última obra, Ciudad y frontera (2013), ya habla de la disolución de las fronteras culturales, de las fronteras estatales, y su transposición a las grandes ciudades. Y es que si en el siglo pasado la frontera del sistema venía marcada por el encuentro de dos sociedades, dos estilos de vida, para los que no existían reglas de encuentro; hoy ese espacio de frontera ha sido desplazado al centro de las grandes ciudades, donde varias culturas conviven con sus complejidades y dificultades.
En las grandes ciudades quienes tienen capacidad de decidir (poder) marcan la nueva diferencia, la nueva frontera (brecha tecnológica, desigual acceso a la información, desempleo, desarraigo, inmigración, etc.); pero existe una serie de espectadores, de no protagonistas, que constantemente interactúan en la vida cotidiana de la ciudad, y que en puntuales ocasiones han canalizado su inquietudes fuera de los cauces habituales, que siguen dominados por los poderosos, llegando incluso al fenómeno político. Es en ellos en los que crece el germen de lo que puede ser la nueva ciudad, o no.
Igualmente, Saskia encuentra en la arquitectura la variable capaz de construir tanto desastres como las innovaciones necesarias para el desarrollo de las nuevas ciudades, pues tiene capacidad para combinar una serie de conocimientos imprescindibles para ella. Así, la arquitectura es una “form of kwnoledge”, más que un simple dotación para la construcción.
Por tanto, ambos conceptos casan perfectamente con los propósitos de DCC (Desarrollo de Ciudades Comprometidas), pues implican el compromiso de ciudadanos y urbanistas por igual, de ahí que desde estas palabras vaya nuestra más sentida felicitación al jurado del mencionado premio, que ha sido capaz de encontrar en las ciudades un motivo del que hablar más allá de la crisis económica.
Juan Garrido Clavero, Geógrafo, Politólogo y Antropólogo de GRarquitectos
Mirar con atención hacia nuestros centros y barrios históricos es una responsabilidad inherente a toda ciudad con un patrimonio tanto material, inmaterial y social. Granada cuenta con tres figuras de planeamiento especial para tres zonas claves: Centro, Albaicin y Alhambra, desarrollados por equipos multidisclipinares que aportan una visión de conjunto e iniciativas integradoras.
Madrid, con una escala obviamente diferente a la de Granada, buscando su modelo para el siglo XXI, en 2009 convocó un concurso para elaborar Proyecto Madrid Centro, (PMC), ganado por un equipo multidisciplinar en el que han intervenido más de 50 expertos. Este proyecto ha recibido el prestigioso galardón en la Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo (BIAU) en la categoría de Trabajos de Investigación, en la que competía con otros 70 proyectos internacionales. Además, ha sido seleccionado para representar a España en el Premio Europeo de Urbanismo.
Este proyecto, que se engloba más en la formula de los Planes Urbanos Estratégicos, tiene el peligro de caer en el olvido, y con ello todas sus iniciativas y formas de ver el centro de Madrid con una nueva óptica, “innovadora y hasta revolucionaria”, como se ha llegado a calificar.
Este es el tema del artículo titulado “¿MADRID TIENE UN PLAN?”
En plena resaca de la burbuja inmobiliaria, reinventar Madrid y colocarla en el circuito internacional (junto a Londres ya consolidada o París en claro resurgimiento) es el principio que atraviesa el Plan Madrid Centro. Otro es trabajar sobre la ciudad ya existente. “Apostamos por el reciclaje entendido tanto en sentido material como intelectual. Utilizar los entramados del pasado, pero con libertad”, explica Ezquiaga. Es más innovador trabajar en el Centro que en San Chinarro, opina Herreros. “La idea más ambiciosa es que, frente a lo difícil que resulta a una ciudad como Madrid ser novedosa trabajando sobre nueva planta, repitiendo modelos agotados, se puede ser mucho más innovador y vanguardista trabajando sobre lo ya existente”.
La superficie sobre el que trabaja el Proyecto Madrid Centro (el interior de la M30) es de 50,7 kilómetros cuadrados sobre 606 que ocupa todo el municipio de Madrid, y afecta a 1,075 millones de habitantes sobre un conjunto de 3,238 millones. Plantea la ciudad en distintos ejes que formarían una malla urbana: cultural, del conocimiento, verde…
Para empezar, propone una nueva organización de la ciudad a partir de agrupaciones de varias manzanas, de forma que el tráfico de paso circule por el perímetro dejando las calles interiores para residentes. Es una vuelta a la idea anglosajona de la unidad vecinal, donde alrededor de un colegio o la parada de metro se organizan las viviendas. “Parece muy innovador pero solo porque se ha perdido la memoria histórica”, dice Pérez Arroyo. “Se trata de crear comunidades más pequeñas que comparten servicios”. Este esquema se puede aplicar, por ejemplo, al área que comprende las calles de Serrano, Ortega y Gasset , Velázquez y Goya. Su interior, para los residentes, estaría formado por calles tranquilas, según las denominan los ciclistas.
Hablando de bicis, un itinerario muy apropiado para ellas es uno de los ejes verdes, que a su vez se integra en la idea de naturalización de la ciudad. Se parte del río, que ya está hecho y es la columna vertebral de Madrid. El eje más espectacular sería el que arranca en el Parque del Oeste y sigue por Vallehermoso, Canal de Isabel II, Colina de los Chopos (que incluye una operación de ordenar ese espacio desaprovechado para el público), parque de Berlín y M-30 este. Esas manchas verdes que ya existen se enlazan por franjas de ciudad más peatonales, con verde hasta en las fachadas y huertos en las azoteas. “Como si la naturaleza de la Casa de Campo invadiera la ciudad y recuperara su dominio”.
Y donde sea posible, generar actividades creativas, innovadoras y no convencionales. Se trataría de crear nuevos espacios para la innovación. Hibridar la ciudad universitaria con la implantación de empresas punteras. Un ejemplo, a la salida de la universidad y enfrente de las oficinas de Hewlett Packard. “Así se lanzaría la universidad a un nivel productivo muy importante”, destaca el equipo redactor. Todo esto unido al factor conocimiento que equivale hoy a las materias primas en otros siglos. “No todos los diseñadores están en Milán, ni todos los informáticos han nacido en Silicon Valley, y Madrid tiene una calidad espacial importante”, destaca Herreros.
El eje del Conocimiento apela al valor de lo intangible. Se da mucha importancia al valor económico de las ideas, “solo hace falta mirar Facebook”. Y Madrid, consideran, es una ciudad con una enorme capacidad para recibir ideas vanguardistas. Pero requiere importantes cambios: el principal, una normativa más flexible.
Cuando se habla del eje cultural, siempre se habla de la milla de los museos. “Pero existen excelentes posibilidades al sur, con Caixa Fòrum, La Casa Encendida, Tabacalera y el Price, y Matadero”, dice Ezquiaga. “Un eje que empieza en la cultura establecida y acaba en la innovación.
¿Y qué hacer con los edificios en mal estado? Reciclar. Una reutilización creativa de las construcciones existentes: transformar para conservar. El plan contempla el reciclaje de los barrios de Lavapiés, Tetuán y Valdeacederas, toda la trasera de Bravo Murillo y a pocos metros de la Castellana y la Plaza de Castilla. Zonas privilegiadas por su situación, pero deterioradas, donde se concentra el mayor número de inmigrantes y que en muchos aspectos es —aún— una “bolsa de vivienda tercermundista”.
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