EN RECUERDO DE DON JOSE LUIS

Con esa suma de aciertos con los que a veces la genética “se pone chula”, parafraseando a Don Jose Luis de los Reyes Arenas ( nuestro tristemente homenajeado hoy);  con el sello de una inquebrantable voluntad que nos parecía inagotable; con el estilo y carácter de los que saben ser serios avalados cuando, al mismo tiempo, el humor es un instrumento que dominan; con la didáctica pindárica de las personas que son conscientes de que nadie es tan grande que no pueda aprender ni tan pequeño que no pueda enseñar,  y con muchos más atributos que no nos caben en este espacio, nos acostumbramos en GRarquitectos a identificar a Don Jose Luis,  el cual nos inoculó parte de su compromiso con el mundo y con el que pudimos compartir estelas de su dedicada vida a obras sociales.

Tras una breve enfermedad, se nos ha ido hoy, 21 de febrero de 2012…o, quien sabe si  del 2018 , como él mismo nos contaba en su entrañable blog, AL HILO DE LOS DÍAS,  donde, desafiando a los tiempos, fue  tejiendo sus reflexiones. Precisamente se acaba de editar la tercera recopilación impresa

En este pequeño tributo, podríamos haber elegido un texto de su erudición, sensibilidad, humor…pero hemos querido trascribir un pasaje de su libro “Andanzas y peripecias de un Cura rural. Moros y Cristianos en Aldeire. Drama Histórico-religioso. Siglo XIX”  en el que cabe todo eso y, además, el vínculo  parental y afectivo, de amplio doble sentido, que existía entre dos ciudadanos comprometidos con mayúsculas:

“…EN LA PARROQUIA DE SANTA ANA DE GUADIX»

            Muchos otros sucedidos más o menos chuscos y festivos tuve ocasión de vivir en aquellos cuatro años de pastoreo espiritual por aquellos pueblos del Marquesado del Zenete.

            Sólo he reseñado los que me han venido a la memoria después de casi cincuenta años, y me he limitado – salvo alguna ocasión – a los que me han parecido más humorísticos e interesantes; pues, en otro orden de cosas, los que se refieren especialmente al ámbito de las conciencias, quedaron ya escritos en la historia de muchas almas y deben estar convenientemente  archivadas y a buen recaudo en el “banco de datos” del cielo.

            Habría, pues, que terminar aquí. Pero, en razón de otros intereses, lo haré con dos vivencias singulares, tanto por el personaje principal de las mismas como por las similares circunstancias que concurren en ambas.  Al final de las ellas, y como “coda” singular, se aclarará el motivo de haberlas incluido saliendo del marco de las parroquias del Marquesado, ya que ambas se desarrollan  en la Parroquia de Santa Ana de Guadix, a la que vine destinado desde la de Aldeire a primeros de octubre de 1960.

            Pero antes quiero situar al amigo lector en esta nueva localización, al menos para tratar de compartir el afecto que profeso al barrio y parroquia de Santa Ana de Guadix, en la que he sido párroco durante veinticuatro años, en el cogollo de mi vida.

            La barriada de Santa Ana de Guadix, con su plaza que tiene una gracia singular, presidida por un hermoso  templo de estilo mudéjar que data del principio del siglo XVI,  es sede de la parroquia que da nombre a lo que fuera un arrabal de la ciudad en la que se refugiaron los moros convertidos después de la conquista de los Reyes Católicos el año 1489, al ser desplazados de la Medina y centro de la Ciudad.

Tal vez por esta circunstancia, este  antiguo barrio de Guadix, como cerrado en sí mismo, se diferencia del resto de la ciudad por su propia y singular idiosincrasia, tanto en la arquitectura de sus viviendas como por la peculiaridad singular de sus costumbres.

El barrio, arquitectónicamente, es un compacto núcleo de casas  abigarradas en estrechas calles , que casi se tocan entre sí y que parece que estaban concebidas para fáciles desplazamientos y huidas de sus habitantes pasando de una casa en otra cuando llegaba el peligro de las persecuciones o pesquisas de los cristianos,  y sus calles todas tornan y retornan entre sí para terminar en alguna plaza o placeta como espacio de respiro, y  que muestra su mayor esplendor en la Plaza de la Iglesia, plaza clara, con personalidad, en la que el cantar del agua que cae por dos caños en un antiguo pilar de piedra es como una preciosa melodía a la vida.

También, las costumbres de sus habitantes, marcadas por el haber tenido sus padres que cerrarse en sí mismos para autoprotegerse y compartir lo necesario,  mantienen viva una gran apertura entre ellos con vínculos de amistad casi familiares y con masiva presencia y unión común en la celebración de los acontecimientos familiares. Estas costumbres les han llevado a compartir el pan y la sal, y ¡hasta la teta para el niño! cuando la madre enfermaba. Y los duelos y entierros, siempre se han distinguido por la masiva asistencia de acompañantes.  Igualmente, en sus fiestas, todo ha sido muy propio y encarnado en la vivencia familiar, donde aunque haya faltado en otros momentos del año, nada puede faltar en la celebración de la festividad de su patrona Santa Ana, día en el que los habitantes – como los embroman los otros vecinos del pueblo – “echan las patas de los pollos y de los conejos que han guisado a las puertas de sus casas para que todos sepan que lo están celebrando a lo grande”.  

Es el barrio de Santa Ana como “un pueblo dentro de otro pueblo” – el resto de la ciudad de Guadix –,  con personalidad muy definida, y en la que se encuentran dos calles llamadas Trafalanda alta y Trafalanda baja, en dos extremos del barrio, que miran ya hacia la vega y el Marquesado, que eran, sin duda, las que indicaban el final del arrabal.

Y una vez situados, entramos en los dos sucedidos que anunciaba antes, los dos  bajo un mismo título:

DE CÓMO UN NIÑO FUE “SALVADO DE LAS AGUAS”, COMO UN NUEVO MOISÉS.

            I.-  Pues érase que se era, que un día salgo del Templo después de los actos de culto y, mientras encendía un cigarrillo, como por entonces hacía, miro hacia el caño que está adosado a unas casas en medio de la Plaza, y  ¡qué veo!… Junto al poyo de piedra que hay dentro del pilar cubierto de agua, que servía para poner los cántaros mientras se llenaban de agua, ¡¡¡veo unos zapatos, seguidos de unas piernecitas…!!! Pero, me pregunto: ¿y el niño dueño de aquello…? ¡Pues de cabeza dentro del pilar…!

            Doy un salto, agarro los pies, tiro y, chorreando, llorando y atragantado, sale un niño de unos tres años, al que hay que darle unos golpes en la espalda para que se reponga del susto y, además, para que arroje el agua que ya tenía dentro de los pulmones… ¡El muy macaco… el susto que nos dio!

            Se deduce, que quiso beber agua de uno de los dos caños que tiene la fuente, que se apoyó en el pilón que tiene para descansar los cántaros,  que siempre estaba muy resbaladizo, y cayó de cabeza dentro del pilar que tenía como siempre unos setenta centímetros o más de agua.

            ¡Y luego dicen que fumar es pernicioso…!  Si no es por aquel cigarrillo, el niño no lo cuenta.

            II.-  La pastoral de la parroquia estaba integrada por el personal que atendía las distintas Delegaciones, las mujeres que cuidaban de la limpieza y decoro del templo, los catequistas, los integrantes del coro, los jóvenes de un Club que dio mucho que hablar en bueno, los niños que repartían semanalmente la hoja parroquial que se confeccionaba y se distribuía gratuitamente casa por casa, los componentes de la Junta Parroquial que asesoraban al Párroco, lógicamente por el Párroco, y… por el “distinguido cuerpo de monaguillos– como yo lo llamaba -.  

El distinguido cuerpo de monaguillos lo componían entre 15 a 20 niños que a las siete de la mañana ya estaban llamando a mi puerta para pedir la llave y tocar a Misa, con frío o con calor… casi siempre con frío rondando los 0 grados, que Guadix  a 960 metros de altitud y en la cara norte de Sierra Nevada así se las gasta en buena parte del año. Pero para ellos ni había pereza, ni frío, ni nada de nada. ¡Como clavos a su hora! Como cosa anecdótica diré que les tenía promulgados tres “grandes pecados de monaguillo” que les acarrearía el despido fulminante, a saber: robar – “aquí no hacen faltan llaves pues todos somos muy honrados” -, el no decir siempre la verdad, pasara lo que pasara,  y, por último,  “meter la trompa” en la botella del vino de Misa.  Cosas las tres que vivían a rajatabla. Amén.

Tenían otras muy gozosas compensaciones. Todos los domingos, después de la primera Misa Parroquial íbamos en comparsa a una churrería del barrio de San Miguel a tomar unos ricos y calentitos churros, con el consiguiente alborozo de los clientes que se reían a más no poder de las ocurrencias de los monagos. También, además de algunas “propinillas” durante el año “para comprar una torta en el horno de la Matilde” o “chuches” en la tienda de “la Ángeles, la corsetera”, llegaba el día de Reyes, y entonces sí que sí se lo pasaban de rechupete, pues los Reyes siempre fueron muy generosos y ocurrentes con todos y con cada uno.

Y, por último, y entramos de lleno en el “sucedido” que nos ocupa, hacíamos de vez en cuando alguna excursión extraordinaria, además de las normales con todos los niños de la Catequesis. Y un buen día salimos hacia Almería pasajeros en un taxi contratado y en el “seillas” del Cura, que lo habían fabricado expresamente de un material elástico que daba cabida a más de ocho niños y al conductor.  En total, en los dos coches, íbamos unos 14 ó 15 entre monaguillos y conductores.  Todos muy tristes y dispuestos a pasar un mal día. Algunos ni habían visto todavía el mar. ¡Había que escuchar sus comentarios durante el viaje…!

Ya en Almería, estábamos tan campantes en la playa y, de pronto, viene hacia mí un monaguillo – “el Marcos” – y me dice muy agitado:

– Don José Luis. ¡Uno se está ahogando…!

– ¿Qué me dices…? ¿Dónde…? , le digo mientras me ponía las gafas para ver de lejos.

– ¡Allí…allí…! , y me señaló como a unos setenta u ochenta metros una cabecita que se veían entre las olas.

Yo no soy un gran nadador, pero tiré las gafas, di un salto, me lancé al agua y nadé desesperadamente hacia aquella cabeza que iba viendo cada vez mejor, y que aparecía y desaparecía… Al llegar, lo que vi fueron  unos grandes ojos aspaventados, una carita azulada y…

Cogí al niño por el morrillo y, con gran esfuerzo pues ya estaba muy cansado, lo fui arrastrando hasta que pude hacer pie y así conseguí llegar hasta la playa. Acudí a un médico amigo que le recomendó estar todo el día tendido en una hamaca que nos prestaron, y poco a poco le fue llegando el color natural, perdiendo el violáceo que le cubría rostro y cuerpo cuando lo saqué. 

¡Aquel día nació de nuevo aquel niño y yo no me morí del disgusto, gracias a Dios!

El “insurrecto” era uno de los monaguillos. Se llamaba Juan Carlos.

C O D A: Ese tal Juan Carlos, antiguo monaguillo, “salvado de las aguas” como Moisés en las dos ocasiones referidas, es ahora un prestigioso arquitecto, que dirige un estudio denominado  “GARCÍA DE LOS REYES, ARQUITECTOS ASOCIADOS S.L.” que goza de un gran prestigio profesional y que ha alcanzado unos importantes premios nacionales e internacionales por algunos de sus trabajos.  Es, además, sobrino de quien escribe estas letras. Y tiene también en su haber para haber publicado estas dos vivencias fuera del contexto del Marquesado, su ofrecimiento como Sponsor – con alguna otra Institución – para la impresión de este trabajo…”

El funeral  por el alma de Don Jose Luis tendrá lugar en la Catedral de Guadix a las 12,00 horas del día de hoy miercoles.

Descanse en paz.

Raquel Solano López, Subdirectora de GRarquitectos