Algo así ha debido pensar el desafortunado propietario de una vivienda más de tantas como se vienen desahuciando desde que empezó la crisis. Su amenaza fue tajante y así la cumplió para desgracia de sus familiares y amigos. Una dramática historia de las más de cuatrocientas mil que vienen aconteciendo en España desde que se inició la crisis. En este caso, y no es el único, con la lamentable pérdida de una vida.
Tratar de entender qué grado desesperación ha debido tener este señor para llegar al extremo de dar su vida antes de perder su casa y negocio, es algo que escapa a la mayoría de los mortales que no se ven acorralados por la burocracia de una sistema financiero sin ética alguna. El dinero lo es todo para la banca por encima de las personas y sus problemas, y en este caso, como en tantos como acontecen en Granada, cuatro desahucios al día, queda más que demostrado.
La crisis golpea a todos pero no por igual. Resulta cuanto menos paradójico que ahora que todos los españoles están obligados a financiar con sus impuestos el rescate de una banca enladrillada, ésta no muestre ninguna consideración con esa ciudadanía que con enorme sacrificio y recortes está permitiendo que el negocio continúe. Del capital, evidentemente no cabe esperar nada más que la usura, pero para contrarrestar su infinita codicia está la política y sus políticos que poco está haciendo en favor del pueblo al que dicen representar.
Existen muchas alternativas que desde hace tiempo vienen proponiendo numerosos colectivos que se oponen a los desahucios y que piden la dación en pago como solución definitiva entre otras alternativas menos drásticas. Una opción que tiene gran arraigo en la banca anglosajona y que obedece al principio de riesgo compartido. Lo que no tiene lógica alguna es que tras un desahucio el propietario se quede sin vivienda y con una deuda que difícilmente le permitirá progresar y que para colmo es hereditaria. ¿Dónde está el riesgo?
Sin trabajo y sin capacidad de financiación, se está empujando a todas estas familias a la más extrema marginación. Es lo que debió temer este señor antes de quitarse la vida. Su hipoteca abarcaba el negocio con el que financiaba también su vivienda, y seguramente, como muchas pequeñas empresas, se vio en un momento difícil que su entidad bancaria no ha sabido comprender. No sé si alguien dará la cara. Me temo que no. Aún así, llega tarde.
Sólo queda esperar que su caso esta vez no pase desapercibido y sirva para que todo esto se pueda resolver de una manera más humana y, sobre todo, más ventajosa para los más débiles.