“Se veía venir”. Ahora nadie lo duda. Quien más y quien menos preveía hace un par de años que los buenos tiempos no durarían eternamente. Tal vez no todos fueran conscientes de que “de lo bueno a lo malo se pasara tan mal” y de que, como bien dicen estos pastores, “lo bueno no dura siempre”. Razonamientos de Perogrullo en boca de dos vecinos de un remoto pueblo de Soria que sacan los colores a cualquier reputado analista que hoy trata de buscar soluciones a una crisis que tal vez, con algo de sentido común a tiempo, se podría haber evitado, o cuanto menos, minorar sus efectos.
A toro pasado es fácil sacar conclusiones, aplicar aquel sentido común que en su momento faltó, porque se creyó que España iba bien; que la burbuja inmobiliaria era un invento de agoreros porque la vivienda nunca bajaba; que el déficit público era necesario para mantener la maquinaria engrasada; que no pasaba nada por endeudarse hasta las cejas para pagar no sólo el pisito, sino también el coche que no nos podíamos permitir y, de camino, el capricho de viajar al Caribe porque realmente nos creímos que España era un país de ricos, tanto o más que los alemanes. Y así fue hasta que a alguien se le ocurrió ver de dónde se salía tanto dinero y con ello se acabó la fiesta.
Ahora toca pagar la factura de aquella época dorada del despilfarro. Una minuta que no está lastrando en la más profunda crisis, esa que nadie esperaba que le pillara. Lo peor es que para colmo no vamos a tener pasta para pagarla de inmediato, sino que, va a ser necesario achucharse bastante durante una década. Deshacer el desaguisado de este festín nos va a quitar el sueño durante muchos años por no poner sentido común en su momento. «Donde se gana cinco duros, no se pueden gastar seis».
Hasta ellos lo sabían. No dirán que no estábamos avisados. ¿Y tú, no lo sabías?