No suelo ver mucha tele, solo lo necesario. A pesar de ello, algunas noches entre zapping y zapping, me cruzo con algún que otro programa que me llama la atención, no por su contenido y entretenimiento, sino más bien por todo lo contrario. Y digo cruzarme porque no soy muy asiduo a la “caja tonta”. No tengo la respetable afición de entretenerme con ella, pero cuando lo hago, es inevitable evitar el bombardeo masivo de “spoilers” de los momentos más «destacados» de los programa estrella de esa cadena. Da igual el momento, a mitad de una película, de un concurso, un informativo o la misma publi. Todo sea por cebar, que algo caerá.
En esto que viendo un capítulo de una serie de la cadena amiga, interrumpieron la emisión en un momento estelar, no para dar paso al anuncio más caro del día, sino para presentar la enésima edición de ¡Mira que salta!, un concurso en el que un grupo de famosos se preparan concienzudamente para saltar nada menos que desde un trampolín olímpico. Toda una proeza de derroche físico, intelectual y no digamos cultural. Eso sí, todo bien contado y con un despliegue técnico y humano que ya quisieran las retransmisiones deportivas de cualquier disciplina. Lo importante es que el famoso se tire a la piscina y salpique a mucha gente. Cuanta más mejor, aunque sea a costa de destripar su vida privada o montar un escándalo amoroso con algún concursante prometido.
No me digan que el argumento del programa no es para darle un premio. ¿Cuántos millones de euros hubiera costado esta idea hace diez años? ¡Oye! Pues resulta que la gente lo ve, y no por reírse de la discutible calidad de los saltos, sino por el mero instinto humano de cotillear la vida privada del prójimo. Porque de eso se trata realmente el programa. Sacar a relucir las miserias de las estrellas, para bajarlas al mundo terrenal al que pertenecemos todos. Como decía, lo de menos es el salto, que tiene su gracia, sino el agua que salpica. De hecho puedes cambiar el argumento y el nombre del programa, que la trama va a ser la misma: su vida privada. Así que no se extrañen si dentro de poco surgen sucedáneos más escabrosos como “Mira quién reza”, “Mira quién trabaja” o “Mira quién barre”. De hecho éste ya era uno de “Mira quién baila”, eso sí, sin tapujos, al grano. Qué más da con tal de destripar las miserias.