Soy catalán de nacimiento y andaluz de adopción. Hice el camino inverso que muchos trabajadores hicieron en los años del desarrollo industrial de Cataluña. Si tuviera que elegir una tierra a la que jurar mi lealtad, no me quedaría con ninguna, porque puedo tener ambas. Así lo siento y así lo vivo cuando estoy en ellas, o en otras regiones de España y Europa. Todas tienen sus peculiaridades culturales, lingüísticas, sociales y religiosas; y a pesar de ello, todas reman en la dirección de la paz, la cooperación y el mestizaje. Las historia del viejo continente está llena de experiencias identitarias y supremacistas que han acabado en enfrentamientos fratricidas. Lamentablemente, si de algo ha servido, es para aprender que el respeto mútuo es la única manera de progresar.
Para mí no hay más diferencia que la que se desea remarcar para justificar una causa que escapa al razonamiento. Aquí está clara, los catalanes hablan otra lengua hermana, y por ello siente, piensa y viven diferente que el resto de españoles y europeos. No hay más debate. Son diferentes. Y la verdad, que haciendo un sobreesfuerzo puedo llegar a entender los argumentos de Menganita y sus ocho apellidos catalanes, pero lo que mi mente no es capaz de procesar es cómo Fulanito García, hijo de padres castellanoparlantes, que ha tenido la oportunidad de ser bilingüe, se siente diferente a sus primos y abuelos por el mero hecho de hablar catalán y ser culé.
Todos los demás agravios que se achacan al Estado español, son los mismos que tienen la ciudadanía en Almería y La Coruña. Porque todos vivimos una misma realidad que se llama Europa, ni siquiera España. Decir no a España, es decir no a Europa, y me resulta incomprensible anteponer los sentimientos identitarios a los beneficios de pertenecer a una nación sin fronteras, en la que puedas trabajar o viajar sin un visado, pagar sin cambiar moneda, vender sin aranceles o ampliar tus estudios en cualquier estado de la Unión. Con todo y con ello, si ellos desean recortar sus derechos y lanzarse a la aventura soberanista, lo menos que tienen que hacer es contar con todos y seguir los cauces legales de una democracia. No es de recibo valerse de una mayoría para imponer unas ideas al resto de la población, y máxime, cuando se incumple el reglamento de la cámara, se saltan los principios constitucionales y no se tienen en cuenta los tratados internacionales, que a fin de cuentas, son los que dan validez jurídica a cualquier decisión. No seguir ese procedimiento es lo mismo que dar un golpe de estado.
Habrá referéndum
No será el 1 de octubre porque la Ley que lo convoca carece de base jurídica por mucho que sus defensores la quieran adornar de legalidad parlamentaria. Un grave error que le ha dado toda la ventaja al Estado español, para aplicar los procedimientos sancionadores que toda democracia tiene para hacer respetar los derechos de sus ciudadanos, se sientan catalanes o españoles. Después, habrá que sentarse y dialogar, porque con el ordenamiento jurídico actual, es imposible realizar un referéndum de autodeterminación de la misma manera que no cabe un referéndum para restablecer la esclavitud. Votar es democracia, pero lo que se vota puede ir perfectamente contra ella. Ahí empieza el meollo de este laberinto jurídico, y como bien afirman muchos, se trata de un problema político que no se puede solucionar a base de decretazos y tribunales.
El referéndum llegará pero no ahora, sino cuando todos los políticos se sienten a hablar sobre cómo llegar a un acuerdo que respete a todos, sin menoscabar los derechos de nadie. Habrá referéndum cuando se sigan los procedimientos legales y se garantice la seguridad jurídica del mismo, de acuerdo a los tratados internacionales. Se hará un referéndum cuando no haya inmovilismo y pulsos en ambas direcciones. Se votará en un referéndum cuando se deje de apelar a los sentimientos y se pongan sobre la mesa argumentos. Se consentirá un referéndum cuando todos, catalanes, españoles, europeos y el resto del mundo estén dispuesto a reconocerlo. Pero no habrá referéndum mientras no exista consenso y, sobre todo, respeto.
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