No han pasado ni tres meses de la toma de posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos y la situación geopolítica con sus socios de la Unión Europea se ha deteriorado rápidamente. A través de continuas provocaciones, el nuevo inquilino de la Casa Blanca ha ido sobrepasando todas las líneas rojas de la diplomacia creando un escenario distópico en el que se exige redefinir las relaciones bilaterales, y en cierta medida, renunciar a las políticas socialdemócratas de la UE en favor de otras más afines a la línea trumpista.
Este deterioro se ha manifestado en acciones como excluir a la UE de las negociaciones de paz de Ucrania y Rusia, mostrando la simpatía de la administración Trump hacia Putin; la amenaza directa a Dinamarca de anexionarse Groenlandia si no se la cede; el apoyo explícito de los partidos políticos de extrema derecha como AfD en Alemania o Vox en España; la amenaza de salir de la OTAN si sus miembros no alcanzan el 5% del PIB en inversión en Defensa; y la guerra comercial unilateral a la UE, imponiendo una arancel del 20% a todos los productos europeos, excepto al acero y automoción, que es del 25%.
Ante esta situación, surge la pregunta de si Estados Unidos es un socio confiable bajo el actual gobierno. La respuesta parece evidente y ha generado nerviosismo en el Parlamento Europeo. No se recuerda un deterioro tan rápido en las relaciones con un aliado en la historia reciente, y las perspectivas para los próximos cuatro años no son alentadoras. En este contexto hostil, la Unión Europea ha comenzado a diseñar su plan alternativo que pasa por fortalecer la unión económica y militar con la dotación de un presupuesto de 800.000 millones de euros para reducir la dependencia militar del principal socio de la OTAN, Estados Unidos.
¿Quién paga el rearme?
Recientemente, políticos europeos han debatido cómo incrementar el presupuesto de Defensa sin afectar las partidas sociales. Sin embargo, es difícil creer que esto sea posible sin aumentar la deuda pública, comprometiendo así la prosperidad futura.
Para contextualizar, 800.000 millones de euros divididos entre los 27 estados miembros, equivale a una media de 30.000 millones de euros por país, equivalente a la mitad del presupuesto de Educación en España. Para hacer más asequible esta factura, se ha establecido un marco temporal de cuatro años y una nueva línea de financiación de la UE para alcanzar el objetivo. En resumen, la fórmula pasa por incrementar en todos los países el gasto en Defensa hasta alcanzar la cifra de 650.000 millones de euros, y así crear un espacio fiscal que permita acudir a los mercados de financiación para emitir bonos por los 150.000 millones restantes.
En el caso de España, con un PIB de 1.591.627 millones de euros en 2024, alcanzar ese objetivo pasa por elevar al 2% del PIB el gasto en Defensa, lo que implicaría incrementar el presupuesto de los 19.723 millones actuales -1,3% del PIB- a los 31.832 millones de euros. Cais 12.000 millones de euros más, que el Gobierno espera financiar a través del crecimiento del PIB, si Trump y su guerra comercial lo permiten.
¿Cómo gastar en Defensa?
En su libro ‘Tecnofeudalismo: El sigiloso sucesor del capitalismo’, Yanis Varoufakis menciona cómo, hacia el año 1200 a.C., los dorios, un pueblo griego que utilizaba armas de hierro, derrotaron a los Estados micénicos del sur de Grecia, que usaban armas de bronce. Esta invasión marcó el inicio de la Edad del Hierro en Grecia y es un ejemplo histórico de cómo la innovación tecnológica puede determinar el dominio de un pueblo.
Un ejemplo más reciente es la Segunda Guerra Mundial, donde el Proyecto Manhattan desarrolló la bomba atómica, demostrando que las guerras modernas se ganan con ciencia. En el conflicto actual entre Rusia y Ucrania, la falta de innovación tecnológica relevante ha resultado en una guerra de trincheras, similar a la Primera Guerra Mundial, donde la única ventaja es aguantar más que el rival para conseguir una victoria pírrica.
Cuando figuras del Parlamento Europeo advierten que el gasto en Defensa no debe destinarse únicamente a incrementar el arsenal bélico, tienen razón. Acaparar el mismo armamento que el enemigo no es estratégico, y a lo único que conduce es a la reflexión que hiciera el rey Pirro tras vencer a los romanos en la batalla de Áculo en el año 279 a.C.: «Otra victoria como ésta y volveré solo a Epiro» (‘Vidas Paralelas’, Plutarco). Por tanto, destinar el presupuesto a la investigación y desarrollo científico es más adecuado, ya que las innovaciones militares, como el GPS, Internet y la energía nuclear, eventualmente benefician a la sociedad.
Los peligros del rearme militar
Yuval Noah Harari, en el capítulo 13 de ‘Sapiens: De animales a dioses’, advierte que las carreras armamentísticas son un ejemplo del efecto pernicioso de la teoría de juegos, donde el resultado de las acciones de un jugador depende de las acciones de los demás. La historia reciente muestra ejemplos de carreras armamentísticas que han llevado a la bancarrota de países beligerantes, como India y Pakistán, o a enfrentamientos destructivos, como entre Irán e Irak, sin cambiar el equilibrio de poder a largo plazo.
Aunque militarizarse para aumentar el poder de persuasión sobre otros países puede parecer coherente, el riesgo es que un poder militar superior pueda ser utilizado como coacción o amenaza en negociaciones, como se ha visto con Trump con Groenlandia o Panamá, o como lleva haciendo la Rusia de Putin con todas las repúblicas exsoviéticas, como Bielorrusia, Georgia, Moldavia o Armenia. Por lo tanto, no basta con rearmar Europa; también es crucial garantizar que esas armas siempre estén en las manos adecuadas.
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