Arévalo se hizo famoso en la España del landismo -del que soy militante activo- por contar chistes de mariquitas. Estos chascarrillos pueden valer para un descojone en la penúltima copa, porque en el fondo todos tenemos un humor de barón dandy. Pero -que se sepa- Arevalo no es concejal de ningún ayuntamiento, aunque el argumento de la política municipal sea, a veces, más pobre que el de un chascarrillo.
Por eso, que un concejal haga juegos de palabras jocosos sobre las preferencias sexuales de otro compañero de pleno no deja de ser una astracanada inoportuna.
Resulta que, para romper el tedio del debate, Curro Ledesma ironizó en el último pleno sobre el gusto de otro edil por los agujeros negros (económicos) y los rábanos (que se cogen por las hojas).
Estas cosas pasan, se empieza por sacar a la remanguillé una bolsa de Doritos y se corre el riesgo de acabar de monologuista.
Para redondear la gracieta, el alcalde Pepe Torres Hurtado -al estilo de Paco Gandía y sus hechos verídicos- dijo desconocer si el aludido prefería el cocido o la paella; la carne de la pringá de los garbanzos o el caldo del pescado del arroz.
Como en este blog nos movemos entre Arévalo y Chikito de la Calzada, también tenemos alguna chufla sexuárrr de la pradera con este doble sentido tan refinado. Ahí va eso:
Como el presupuesto municipal se ha visto menguado considerablemente, podríamos decir que al concejal que administra las cuentas le han borrado un cerete (a la derecha), ¡jor!
O que en la concejalía de Ledesma están saliendo del armario… las facturas, ¡te das cuen!
O, incluso, que cuando lo hicieron teniente de alcalde tuvo prisa por mudarse al despacho de enfrente -cámbiese despacho por acera-.
Evidentemente, estas chanzas pueden tener la gracia suficiente si llevamos en el cuerpo las copas necesarias, pero nunca se me ocurriría escribirlas en un periódico sin venir a cuento.
Igual que un concejal debe guardar cuidado con lo que dice cuando ejerce de cargo público, si no quiere que lo confundan con lo que no es. Y, en todo caso, encajar las críticas con la misma sonrisa con la que despacha los chistes. (A mí me pasa que si no se meten conmigo un par de veces al día no me siento periodista).
En este periódico hemos dejado reducido aquel episodio del pleno a lo que fue: una simple anécdota. Aunque, en realidad, todas las personas no seamos más que un cúmulo de detalles.
Que no hayamos escrito nada no significa que haya pasado desapercibido.
Conocemos lo que vino después; las presiones, los malentendidos, las reuniones, las disculpas… Pero creemos que no hubo mala intención, aunque un desliz de este calibre elevado a titulares pueda costar una carrera política.
Así que mejor dejar las chirigotas.
Sobre todo para que podamos distinguir entre un concejal y Arévalo.
Por el bien de ambos.
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