Dentro de una semana la marcha de Sánchez Gordillo llegará a Granada y, visto lo visto, no sabemos si acabarán ocupando la finca La Parra o el Don Pepe.
Muchos estudiantes van a descolgar el póster del Che Guevara de la cabecera de la cama y en su lugar pondrán la fotografía de los jornaleros chapoteando en la piscina del palacio cordobés con el pirindolo al aire, que viene a ser como el asalto al Cuartel Moncada.
No sabemos si antes de zambullirse los revolucionarios guardaron las dos horas de rigor para hacer la digestión de la paella. Y también ignoramos si las barbacoas las hacen con el material confiscado previamente en Mercadona.
Las imágenes han desvelado además que Sánchez Gordillo sucumbe a la tentación capitalista de la Coca Cola. Juan Manuel, que aspiraba a reencarnarse en Robin Hood, cada vez está más cerca de Jon Manteca. Y más que de jornalero se le ha quedado pinta del que acaba de bajarse de un toro mecánico en el Tívoli.
El cura de Los Corrales Diamantino García, un emblema de la lucha jornalera, decía que su obligación era estar con su pueblo y por eso se enrolaba con los trabajadores que marchaban a la vendimia. Treinta años después, 11.000 andaluces partirán en las próximas horas camino de Francia para buscarse un jornal, mientras quienes dicen actuar en su nombre se dedican a empujar cajeras de supermercado, ocupar cortingleses y emular el salto del tigre en la piscina de un hotel de lujo.
En esta ocasión, a Sánchez Gordillo y los suyos -que tantas veces gritaron lo que muchos piensan y no se atreven a decir- se les ha ido de las manos.
Sobre todo, porque han conseguido que se hable más del remojón y del carrito de la compra que de sus reivindicaciones, si es que en realidad las tienen. Y porque no han previsto ni cómo ni cuando será el final de esta algarada.
Además, ya han perdido.
Porque cuando uno pelea por una causa que cree justa siempre da la cara.
Nunca pone el culo.
Fotos: Efe
En twitter: @quicochirino
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