El miércoles Mariano Rajoy reunió a su junta directiva y los medios que habían sido convocados tuvieron que seguir la intervención a través de un plasma. Parafraseando a Iñaki Urdangarin, podría decirse de Mariano que es el presidente emplasmado.
La comparecencia sin preguntas fue criticada por periodistas y por el resto de partidos políticos. Horas después, el presidente de la comunidad de Madrid, Ignacio González, planteó acotar la libertad que tienen los medios de comunicación para publicar lo que consideran oportuno, como si acaso esos límites no estuvieran ya establecidos por la Constitución y la Ley.
¿Qué está pasando? En realidad, nada nuevo.
Nada que no suceda a diario en cualquier provincia o en cualquier pueblo, donde los políticos entienden que la libertad de prensa es algo muy higiénico y muy progre siempre que no se ejerza en su contra.
Entiendo que algunos líderes -sin ironía- coarten a los suyos para que no hablen con los periodistas. Hay días que ni yo mismo me dirijo la palabra y evito hacerme preguntas.
Pero otra cosa bien distinta es que se ponga en marcha una auténtica caza de brujas, donde se persiga a nivel interno a los majaderos que nos cojan los teléfonos. Algunas veces, bajo amenaza de no repetir en las listas.
Está sucediendo en Granada, con algún sector capitalino del PP y con otro provincial del PSOE. Pronto daré más detalles.
Para ellos los periodistas no son más que un colaborador sumiso para engañar a los electores.
Así que solo nos quedan dos alternativas, o reproducir las chorradas que cuentan públicamente o intentar destapar las vergüenzas que se callan en privado.
Lamentablemente para quienes entienden la libertad de expresión de esta manera tan chusca, aquí somos de los segundos.
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