El pasado fin de semana me fui al cónclave del PP-A, aunque a todo el que me preguntó le dije que estaba trabajando.
Ahora entiendo por qué aseguran que Juanma Moreno es una copia de Javier Arenas: porque las resacas de los congresos peperos duran lo mismo con el nuevo líder que con el campeón de Olvera.
Hoy, tres días después, quizás pueda pergeñar algo medianamente decente y cumplir el compromiso que adquirí con uno de los compinches a una hora en la que uno no debería de comprometerse a nada que requiera un mínimo esfuerzo -ni intelectual ni físico-.
Junto al cónclave popular, en el mismo recinto de FIBES, se celebraba un concurso canino pero yo decidí meterme en el que pegaban bocados.
Resulta que era el único periodista que no estaba acreditado; lo que no deja de ser otra casualidad cualquiera, como el encuentro de perros -el canino, me refiero-.
Así que me hicieron una papeleta a mano que multiplicaba aún más mi pinta de sospechoso. Solo me faltaba un bozal para parecer que me había extraviado del edificio contiguo.
Uno necesita muy poco para creerse un reportero perseguido, que es mi verdadera vocación. Así que aprovecharé esta coincidencia para contar lo que realmente ha sucedido en esta sucesión pactada desde hace meses; por si alguien acaso se pensó que lo de Junama fue algo que se improvisó literalmente de la noche a la mañana.
Cuentan que hace casi medio año que dos dirigentes acostumbrados a manejar el partido en Andalucía alquilaron un chalé en la sierra madrileña para diseñar la operación. Puede ser una leyenda urbana -en esta caso campestre- pero lo que sí es cierto es que Rajoy dejó claro en su intervención del domingo que, aunque su dedo pueda hacer cosas divinas, Juan Manuel Moreno llevaba tiempo moviéndose para ser el líder del PP andaluz, pese a que a algunos presidentes provinciales les dijera lo contrario.
El todavía secretario de Estado recibió el apoyo del 98% de los compromisarios pero, en realidad, solo tiene el respaldo entregado de Cádiz, Málaga y parte de Huelva y Almería. El resto deberá conquistarlo a partir de ahora, cuando tendrá que dejar de actuar como candidato a la presidencia del PP andaluz para ejercer de presidente.
De entrada, Moreno ha asumido riesgos innecesarios. Anunciar que contaría con José Luis Sanz para meterlo de rondón en el pelotón de relleno; clavarle a la delegación de Sevilla en el pecho la bandera blanca de su rendición; recuperar una portavocía del partido que nadie echaba de menos y dársela a su colega malagueño Elías Bendodo; o abortar a última hora el nombramiento de Carmen Crespo como secretaria regional por unos papeles comprometidos que nadie ha visto.
Pero tampoco sería justo que después de quejarnos siempre de la falta de renovación en los partidos achicharremos al que llega nuevo por dejarse influenciar por la vieja guardia; o porque sus dos discursos del fin de semana fueran tan profundos como la lista de la compra.
Juanma Moreno sabe que las muestras de cariño que ahora recibe al 98% durarán lo que tarde en llegar la primera derrota.
Y que su supervivencia dependerá de que sea capaz de desprenderse de quienes le han traído hasta donde está.
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