Después de los resultados del domingo, Alfredo Pérez Rubalcaba sólo tenía dos opciones: dejarse crecer la coleta al estilo Podemos o cortársela; la coleta, dicho así, en plan metáfora taurina.
El problema de Rubalcaba es que viene siendo más bien mocho y eso de cultivar un tirabuzón descarriado queda chusco y no va a la moda.
Eso le ha pasado a Alfredo, que su estampa de quijote extraviado del mayo del 68 quedaba muy bien en el felipismo, pero ahora resulta de modé.
A Rubalcaba lo mantuvo el establishment de su partido, que durante más de treinta años no creyó en la renovación; hasta que se apareció Susana. Ocurre que Alfredo entendió que la transición era él mismo y pretendió perpetuarse hasta que llegó el domingo.
Ahora vendrán los apóstatas de Rubalcaba, como en su día lo hicieron los de Griñán. Pero que nadie se engañe. Al todavía secretario general de los socialistas no lo echan los suyos, lo han inhabilitado los votantes. Si fuera por sus compañeros de partido, si al personal no le hubiese dado por votar a un tertuliano, Rubalcaba se habría atrincherado en Ferraz con la esperanza -quién sabe- de presidir esa gran coalición de la que hablaba Felipe.
Ha sido la federación andaluza la que ha tarareado a Alfredo la canción de retirada.
Antes de esa rueda de prensa en la que redactó su epitafio político, me llegaron varios mensajes que pronosticaban un congreso extraordinario en julio y una gestora presidida por Susana Díaz. Lo segundo no sucedió, porque quizás un tal Griñán -que sigue siendo presidente del partido- no quiso reproducir su propio sepelio.
Ahora vendrán los candidatos a recoger los restos del naufragio, de los que la primera en descartarse será la presidenta andaluza.
Pero, en el fondo, Susana sabe que ahora compite con su misma generación y, si deja pasar el turno, cuando llegue su oportunidad el efecto Susana estará tan manido como el mate pastor en el ajedrez.
Deja una respuesta