Tras diez días de silencio calculado, Susana Díaz ha renunciado a lo que oficialmente nunca aspiró. Ha sido la mejor forma de escenificar que, sea quien sea el próximo secretario general, el que verdaderamente tendrá las riendas del partido será el PSOE andaluz y, en concreto, la propia Susana. Que si otro se lleva estas primarias -o lo que quiera que sean- será porque Susana ha preferido no abrir fronteras y dejar el cabo de Finisterre en el Guadalquivir, esquina con Triana.
La presidenta andaluza no se presentó al casting pero le dieron el papel protagonista; y se gustó, como Morante toreando de salón.
No en vano, este era el mejor momento para que se convirtiera en lideresa del socialismo patrio; pero no era el momento oportuno.
Y aunque haya sido en contra de su voluntad -que no lo sé- la realidad es que Susana ha tomado la decisión acertada.
Sin embargo, no pretenderá ahora que nos creamos que todo sucedió de manera inocente. Que sus declaraciones iniciales, pese a ser idénticas a las del final, significan lo mismo.
Eduardo Madina y Susana Díaz han estado diez días jugando al escondite; inmersos en un mutismo premeditado porque sabían que el primero que perdiera los nervios, el primero que hablase, se descartaba. La diferencia es que mientras la una recibía presiones para que se presentara, al otro le susurraban al oído que se retirase.
Y no lo hizo. Fue entonces cuando Susana comprendió que acudir a un congreso abierto a la militancia entrañaba más riesgos de los que está obligada a asumir. Ganar pero sin tener garantizada la unidad del partido y quedarse descubierta en Andalucía, donde acaba de recuperar la mayoría en las elecciones europeas. Por contra, no presentar su candidatura quizás suponga renunciar a su mejor oportunidad y dejar pasar el tren. Ella lo sabe: «Si tiene que pasar, pasará, y si no, no pasará y no pasa absolutamente nada».
Me reescribo sobre lo escrito: ha podido más su palabra que su ambición.
Y a lo mejor hasta se haya percatado de que pretendieron utilizarle los mismos de siempre para perpetuarse bajo el pretexto de la renovación.
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