Estimada Malú:
Algunas veces las letras de las canciones se hacen realidad. Son esos días en los que, como cantaba Serrat, la vida te da un beso en la boca.
Y los sueños se cumplen cuando estamos despiertos; y da pereza llorar; y nos da por abrazar a gente que no conocemos.
Son esos días en los que solo suceden las cosas que merecen la pena. Escribimos los capítulos que dejamos a medias, la música suena más fuerte que el ruido, nadie tiene prisa y la última canción viene después del final del concierto.
Entonces, la cantante baja del escenario, se acerca a la niña y le pone la mano sobre el hombro.
Y Elvira ríe, porque aunque los mayores se empeñaran en negarlo ella llevaba razón y las historias siempre acaban como terminan en la tele.
El viernes fue una de esas noches, porque Elvira, la niña del pelo rojo, conoció a Malú en Jaén.
Y yo le devuelvo esta carta porque se la debía.
Porque Malú me demostró que, algunas veces, la realidad supera a las letras de las canciones.
(Y gracias a la labor de @PidemeLaLuna_ Generosos y humildes hasta en el nombre)
(Aquí, la primea carta. Me alegra haberme equivocado)
8 de junio,
Estimada Malú:
Disculpe que le hable de usted pero Elvira se lo merece.
Acabo de volver de su concierto en Granada -lo negaré- y he comprobado que le sobra garganta y le falta corazón; pero lo entiendo, el corazón no resulta rentable.
No soy uno de sus seguidores, aunque me gustaría, pero me lo he pasado muy bien esta noche porque he conocido a mi amiga Elvira. Es una chiquita que tiene el pelo rojo como la sangre y unos ojos tan grandes que no caben en una copla.
¿Sabe? Llevaba una camiseta con su nombre, porque hasta los nombres más pesados se sostienen en el aire.
¡Qué guapa es Elvira! Es tan preciosa que se paró la música porque no quiso seguir haciendo ruido.
Venía de otra ciudad, porque alguien de los suyos -de los que trabajan para usted- le contó que tendría un ratito para saludarle. Como cuando va a los programas de televisión.
Lo he visto. No es lo mismo que te tiemblen la manos a que te retumbe el pulso. Y a Elvira le bailaban los dedos tanto como a mí me sacudían las venas. Esa chiquita, parada allí, a la puerta de la gloria mientras a usted le abrían la puerta de atrás.
Malú, quisiera verle para contarle lo guapa que es Elvira.
Es tan niña que me hubiera gustado explicarle que los ídolos tienen los pies de sal y la sal se deshace en la orilla; que valen más las personas que los personajes; y que la televisión es una mentira porque si fuese verdad la vida sería maravillosa.
Pero, ¿cómo contarle eso a una niña que piensa que la letra de sus canciones hay que tomársela al pie de la letra?
Verá, entiendo que se ha tenido que ir rápido y, a pesar de que alguien le aseguró que podría mirarle a la cara, y aunque a su equipo le pidieron tan solo un minuto, no tuvo tiempo.
Ya se sabe que el tiempo es oro; y no están las cosas como para perder el tiempo habiendo oro.
En cualquier caso, Malú, no se preocupe. Porque para Elvira ha sido suficiente con verle de lejos. Al fin y al cabo, la ficción solo se sostiene en una pantalla.
Elvira ha estado malita pero ahora tiene la fuerza de una rosa cuando amanece la primavera. Su gente le ha dicho que, si acaso, la invitará a otro concierto y Elvira está tan contenta que posiblemente esta noche le ocurra lo que a mí; que no duerma.
Pero todo puede cambiar. Usted es tan grande que podría hacerle sonreír en un segundo aunque el futuro sea un cabrón que no rinda cuentas con el pasado.
Así, que me gustaría que, un día de estos, cuando no tuviera que salir corriendo para Madrid, le diera un beso a Elvira.
Ya sabe que correr es de cobardes y de toreros malos.
Y a usted le sobra el valor y maneja con temple la muleta.
El corazón tiene tan solo cuatro cuerdas, dos menos que una guitarra, pero hay que saber afinarlas.
Atentamente, alguien que confía en su palabra.
(Posdata: Elvira le envía un beso desinteresado.
No va contra reembolso).
Deja una respuesta