Sería mucho más provechoso para la humanidad que plantase un árbol o viajara en globo, pero como soy un tipo un tanto insolidario y demasiado cobarde, he vuelto a escribir una novela. No había necesidad. La culpa la tienen todos aquellos que tras la primera me preguntaron por cortesía para cuándo perpetraría la segunda. Seguro que ahora se cuidan mucho de solicitarme la tercera. Sobre todo, porque luego son ellos los que se ven obligados a comprar el libro.
‘Jazmines torcidos’ llega el 8 de mayo a más de un centenar de librerías. Y lo mismo te cruzas con la portada en algún escaparate. Puestos a exhibir, es una suerte que aún no hayan expuesto mi cabeza.
‘Jazmines torcidos’ es la narración de lo vivido de forma desordenada; lo mejor y lo peor que me crucé por el camino. Una caricatura, una hipérbole ridícula de los políticos cazurros con los que coincidí y también de mí mismo. Un relato que nunca ocurrió como se cuenta pero que sí sucedió de forma parecida en muchos lugares de España a principios de siglo.
Es también una crónica social y una forma de trasladar al lector que las decisiones de quienes nos manejan y gobiernan -incluso, para mal- pueden repercutir en la esquina más humilde de cualquier barrio; en la familia más desdichada.
Son, en realidad, dos novelas entrelazadas. En una me expongo en exceso y muestro las miserias e impotencia de un escritor cuando se enfrenta al proceso creativo, sin imaginación y sin ideas. Una crisis que resuelvo vampirizando la imaginación de mi hija pequeña, que me devuelve sobre lo conocido. En la otra, está la política, el periodismo y la corrupción; que en España siempre ha sido más bien el mamoneo.
No me importa que algunos puedan darse por aludidos, aunque sea por llamar la atención. También hay un periodista que me ha recordado demasiado a mí mismo y que, a ratos, no me hace ni puñetera gracia.