Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez se han reunido durante una hora. Es de suponer que hay que descontar el tiempo en el que hayan hablado de las vacaciones, el viaje a Marruecos, la gorra de chulapo y los pantalones cortos. Y, después, si acaso, habrán dedicado algunos minutos al Gobierno.
La primera derrota de Feijóo ha estado en la puesta en escena. Cabeza gacha en el saludo y labios mordidos, frente esa mirada a cámara invariable de Pedro Sánchez, capaz de sonreír repetidamente en el mismo ángulo, con la apertura justa para que no se cuele una mosca.
Después, Feijóo ha entregado un documento para construir el futuro con una fotografía de los Pactos de la Moncloa de hace 46 años. Alguien verdaderamente está convencido de que esto es una buena idea. Convendría revisar el contexto social y los puntos de aquellos acuerdos para ver si, verdaderamente, el momento es equiparable. La inflación, la censura de prensa, la despenalización del adulterio…
El candidato popular ha ofrecido seis pactos difíciles de no compartir.
Lo que pasa es que estamos ante una asunto de poder y sus prebendas, no de sentido común.
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