El jueves 20 de junio fui invitado por la Cámara de Comercio de Motril para pronunciar el discurso en su gala de verano. Fotos: Javier Martín
Buenas noches,
Hace un par de meses me llamó Julio Rodríguez para ofrecerme hoy aquí la palabra. Quería Julio que pronunciara un discurso motivador, pretendidamente inspirador, para los empresarios de la Costa.
Un periodista, por defecto, suele desenvolverse en la crítica y, aunque esto no quede bien reconocerlo, tiene predilección por las malas noticias. No por las tragedias, quiero puntualizar. Sino por los problemas, los incumplimientos, las sospechas y las mentiras.
Probablemente, si todo estuviera en orden, si no hubiera nada que corregir o denunciar, no tendría sentido el periodismo. En todo caso, estaríamos hablando de propaganda.
Supongo que le respondí a mi amigo Julio igual que Belmonte a Valle Inclán cuando le dijo aquello de “Juanito, solo te falta morir en la plaza”. Yo le diría: Julio, se hará lo que se pueda.
Y a ello voy.
La reconocida filósofa Adela Cortina me contaba hace un par de semanas que la filosofía es “la ciencia con la cual, por la cual y sin la cual, te quedas tal cual”. La frase a modo de trabalenguas me recordó a la de aquel alcalde granadino que reunió a todos sus concejales porque se enteró de que estaban confabulando: “Me han dicho que andáis de pollas, dejáos de pollas, vayamos a pollas”.
Adela Cortina admitía de una manera irónica que filosofar no resuelve los problemas.
Intentaré que esté no sea un discurso filosófico. Ni que tampoco o tan solo sea enteramente periodístico, para que no acabemos en el desánimo.
Es un placer volver a Motril, de donde, en realidad, no me he ido nunca. De donde no puedo ni quiero marcharme. Porque todos somos una mezcla de lo que hemos vivido y la ilusión infundada de aquello que no sabemos si viviremos. No sé qué me depararán los días venideros, esos que me aguardan en emboscada para apuñalarme por la espalda. Decía el Lebrijano que la vida se puede vivir a lo largo o a lo ancho. Y concluía el cantaor: “Ya quisieran algunos haber vivido a lo largo lo mismo que yo a lo ancho”.
Las horas disfrutadas y malgastadas, a veces, suelen ser las mismas, y a mí me llevan hoy, otra vez, hasta un balcón de la Fabriquilla, donde redacté mi tesis doctoral mientras los vecinos se sentaban al fresco, Mari Pepa regaba las macetas y los gatos se jugaban alguna de sus siete vidas por alcanzar una caña ensartada con espichás.
Me devuelve a aquella tarde en la que Pepe Ubago, tras habernos bebido el vino Calvente que nos correspondía, me explicó que quisquilia, en latín, era una menudencia, una basura; los restos del pescado que por pequeños e inservibles los romanos tiraban por los suelos. Esto demuestra que los romanos no tenían buen gusto.
Vuelvo al Motril de la plaza de la Aurora, con mi Laurita especulando con la gravedad en algún columpio mientras esperábamos a su madre. Con el viento que se levantó aquella tarde y que nos empujaba a casa -nunca sabré si viento de Levante o de Poniente-. Y con la noche que nos arropaba a deshoras en las Explanadas cuando fuimos más jóvenes.
Motril, donde Balduino y Fabiola se convertían en hombre y mujer reales; de tierra y de mar. La playa donde mi niña hace castillos de chinos y piedras, que aguantan mejor los contratiempos y las adversidades que las torres de sal y arena.
En definitiva, que vengo a Motril en esta noche, donde aún no hemos perdido la fe en el próximo verano, para que la humedad conserve en salitre mis recuerdos.
Pero no vengo a mi pasado. Sino a contar el presente y a contaros que tenéis futuro. Que tenemos futuro.
No voy a negar que es lógico tener la sensación de que la Costa, casi siempre, ha llegado tarde. Y a menudo por motivos atribuibles a terceras personas. No es un mecanismo de defensa, ni tampoco de autocomplacencia. En esta ocasión, la culpa sí ha sido de otros.
Y esto podría conducir a la frustración: por más argumentos incontestables que aportemos, aunque reivindiquemos, nos movilicemos y dejemos al descubierto las vergüenzas -en el caso de que las tengan- de quienes toman las decisiones, aquí los proyectos cuestan más que en otras partes. Las obras tardan más. Las promesas se estiran hasta convertirse en leyendas.
Tarde se acabó la A-7. El último tramo entre Algeciras y Francia que se inauguró. Fue entre Carchuna y Castell, en 2015. Tras 13 años de obras. Casi tres décadas desde que empezara la tramitación. Y, para colmo, este tramo se hundió a los 16 meses de la apertura.
Tarde llegan las canalizaciones de Rules; una presa que, de momento, ha servido más a los surferos que a los agricultores. Y aquí los incumplimientos han sido de todos los gobiernos y de todos los colores. Por cierto, también el puente de la A-44 sobre Rules hubo que repararlo después de abierto. Y en ello siguen.
No vivió esta Costa en su amplitud la eclosión del turismo de otros puntos del litoral andaluz. Llegó tarde.
Y del tren podemos decir que ya lo recogió el catedrático Francisco Montells y Nadal en un librito impreso en 1854. Un ferrocarril -del que ahora se dice que es muy caro e inviable- y que entonces se presupuestaba en 32 millones de reales de vellón. Al cambio, ocho millones de pesetas de la época.
En definitiva, tiene la Costa motivos para quejarse. Para criticar la dejadez de todos los gobiernos que han pasado. Para denunciar el agravio si nos miramos en el espejo de otras provincias vecinas.
Pero el llanto, la queja y el lamento, no son un proyecto estratégico. Me lo decía Antonio Jara un día que estuve con él en La Herradura: “Llorando no se construye nada. Es más, llorando no se mama”.
Por eso digo que he venido hoy aquí para recordar el pasado; porque el pasado tenemos que enarbolarlo para denunciar que hay con esta tierra una deuda. Si ellos se olvidan, nosotros no lo olvidamos.
Pero, sobre todo, he venido a mirar al futuro. Porque la Costa está, probablemente, ante una oportunidad histórica que marcará el desarrollo para la próxima década.
Fijaos si está el viento a favor -no sé si el de Levante o el de Poniente- que hasta los errores del pasado son ahora un punto fuerte.
Precisamente porque la Costa Tropical, en general, no ha sido devastada por el boom del ladrillo de la primera década del siglo, ahora podemos diseñar una estrategia de crecimiento sin repetir los errores de otras provincias.
Porque ni se construyeron todos los campos de golf que se anunciaron, ni los puertos deportivos que se dibujaron sobre los planos, también se puede ahora consensuar una estrategia turística diferenciadora. Digo diferenciadora.
La Costa Tropical se equivocará si quiere ser la Costa del Sol.
Os dejo este mensaje y lo repito a modo de declaración de intenciones: la Costa Tropical se equivocará si quiere ser la Costa del Sol.
Hay que proteger y reforzar lo que nadie tiene.
Hay dos formas de diferenciarse: llegar los primeros o ser únicos. Es cierto que ya no seremos los primeros, pero nosotros tenemos elementos diferenciadores que nadie puede conseguir en nuestro entorno. Por ejemplo, un paisaje donde otros tienen que montar un trampantojo. Una vega donde todavía hay salpicadas algunas cañas que endulzan el palito de ron. Un sol que madura sin abrasar durante todo el año.
La Costa Tropical tiene que ser una marca diferencial y diferenciadora. Pero para eso se necesita un plan estratégico. Me refiero a un buen plan estratégico. No a un estudio por el que algunos pretendidos consultores se lleven un dinerito y después se abandone en una estantería. Hablo de unas líneas de acción, acompañadas de presupuestos, que nos sitúen con voz propia en el mercado.
Un proyecto que esté arropado y acompañado por todas las instituciones; sean del color político que sean y al margen de las lógicas alternancias en las alcaldías. El futuro de la Costa Tropical tiene que quedar fuera de la discrepancia política. Con las cosas de comer no se discute por réditos electorales.
Eso en turismo. Hablemos de agricultura.
Rules llegará. Las conducciones se construirán. Y no debemos dejar pasar las excusas de los dirigentes que evaden los compromisos con la financiación de las canalizaciones. Los políticos son presos de sus promesas con las presa de Rules. No están justificados más retrasos. Ahora, nos toca a nosotros.
Pero desde ya hay que pensar cómo queremos crecer en el sector agrícola para tener ese trabajo avanzado cuando se completen las canalizaciones de Rules. Aquí hay innovación como en pocos sitios. Y hay productos diferentes y únicos. Los agricultores son emprendedores. No se les puede poner obstáculos.
Hay que pensar a lo grande, sin complejos. Porque esta vez no vamos los últimos. Partimos los primeros. Y de nosotros depende que las oportunidades no acaben, de nuevo, en lamentos.
Es verdad que hay frustraciones; injusticias palmarias y descaradas que nos pueden conducir a la impotencia. Y ahora os hablo de la conexión del puerto con el ferrocarril.
Por eso sostengo que tiene que existir un compromiso unánime para tramitar este proyecto: el del tren a Motril. Y digo más: aunque sepamos que, probablemente, nunca veamos ese tren. Que Europa difícilmente lo apruebe y, que si lo hace, lo mismo tardará otro siglo.
Hay que mantener el proyecto del tren, no por que se haga, sino porque necesitamos una iniciativa que nos mantenga vivos y unidos. Algo por lo que reclamar. Algo para que en Sevilla y en Madrid sepan que existe una deuda histórica con la Costa Tropical de Granada.
Y ese deseo aspiracional, que creo que concita los mayores consensos, es el tren de Motril. El tren no es un proyecto, es una seña de identidad, de unión, un argumento. Algo que nos une como sociedad, nos identifica y nos mueve.
Pero al mismo tiempo que elevamos la voz para que, insisto, recuerden que mantienen una deuda con la Costa, hay que explorar otras fórmulas para sacar las mercancías desde el puerto y evitar que las compañías se marchen a otras provincias mejor conectadas.
Y también hay que presentar un gran proyecto aspiracional nuevo que eleve las posibilidades de esta comarca para trabajar en el medio y largo plazo.
Pienso que ese proyecto diferenciador tiene que ir vinculado al puerto y tiene que estar relacionado con la conexión empresarial con el norte de África.
En efecto, los empresarios tenéis que ser protagonistas en la transformación de la Costa. Y lo digo en este país, donde parece que está penalizado invertir, arriesgar y ganar dinero.
Pero os voy a decir algo más. Aquí, en la Costa, se da un hecho diferencial sobre el resto de Granada. Aquí, la clase empresarial va de la mano de la clase trabajadora y de la sociedad civil en muchas reivindicaciones. Aquí, la sociedad civil está más viva.
No podemos dejar toda la responsabilidad, nuestra palabra y nuestro futuro, sobre los políticos. A ellos les corresponde ser los líderes; porque son los únicos que podemos elegir entre todos. Pero si no ejercen su responsabilidad, es el momento de ejercerla desde la opinión pública.
Y aquí, en la Costa, hay más presión y movilización que en la capital. Se ha demostrado desde todas las plataformas. Aunque hay que cerrar un calendario estratégico. No vale los ultimatums que terminan en otro ultimátum.
No sirven de nada las fotos, ni los viajes a Madrid si no se arrancan compromisos y se vigilan para que se cumplan.
Os animo a no perder esa iniciativa. Porque los empresarios sois actores clave en esta oportunidad histórica que afronta la Costa Tropical.
La Costa, la de dentro de una década, donde alguna Mari Pepa seguirá regando las macetas, los gatos moverán los bigotes con las espichás ensartadas en las cañas, el viento nos devolverá las olas de la playa y la Virgen bajará del Cerro cada mes de agosto.
Pero que será también una Costa emprendedora, una potencia empresarial y un referente turístico.
Nos corresponde la palabra. Nos queda la ilusión.
Tenemos futuro.
Mucha Costa.
Y mucho Motril.
Ellas siempre se hacen esperar. «Sabes lo que es la eternidad? :, me preguntó con ironía un mayor al respecto. Compromiso tuviste. Y sinceridad, a raudales. Que se sienta correspondido. Eso sí, una pena que tan pronto contemples la posibilidad de la puñalada. En cualquier caso, una delicia leerte. Se disfruta siempre. O casi siempre, culminaré con giro chirinista.
Muchas gracias. Atinado el giro