El Colegio Máximo de Cartuja se transformó durante la Guerra Civil en una Academia Militar donde se formaban soldados para ser oficiales. Eran los Alféreces Provisionales y allí se preparó a más de cinco mil hombres (6.021, publicó IDEAL en un artículo del 22 de septiembre de 1940). En el campo de batalla perdieron la vida quinientos treinta y cuatro, y en su recuerdo se confeccionó un manto que luciría la Virgen de las Angustias por primera vez hace ahora setenta y cinco años. Las monjas dominicas bordaron una estrella por cada soldado muerto y, junto a ellas, pequeños lazos con el nombre de los alféreces caídos. La Academia de Granada, el teniente Fidel Dávila y el municipio pagaron las 50.000 pesetas de su coste y el 22 de septiembre de 1940, a hombros de los compañeros de los fallecidos, la Patrona desfiló vestida con el valioso presente.
No es el único manto del ajuar de la Patrona. La historia de cada uno de ellos es también el recuerdo de un trocito de la historia de esta ciudad. En la segunda mitad del siglo XVIII se ofrecieron a las Angustias dos mantos. Uno de ellos lo donó la duquesa del Infantado y Pastrana en 1757. Es de terciopelo negro y bordado en oro. Cuentan que lo envió encerrado en una caja forrada de raso blanco y tafilete rojo con el encargo expreso a Nicolás Palomar, quien hizo la entrega, de no desvelar el nombre de la donante del regalo. Pero pronto se descubrió y los mayordomos de la Virgen la recompensaron enviándole el zagalejo, el jubón, la camisa y las tocas que había vestido la imagen. Otra versión de esta historia relata que su estreno se demoró por las obras del retablo mayor de la basílica. Rosario de la Riva y Quintana fue la encargada de guardarlo en su casa y lo conservó en una bolsa de damasco carmesí forrada de tafetán blanco. El Jueves Santo de 1758, la Virgen lo estrenó.
En 1794 el obispo de Cádiz, don Antonio de la Plaza, regaló un nuevo manto bordado en oro y guarnecido de perlas.
La reina Isabel II obsequió a su vez a la hermandad con otro en 1856. Lucía bordados, randas y flecos de oro. Junto a él envió «un paño de glasé de oro forrado en raso amarillo y un hermoso sudario de encaje de Bruselas» (la fuente sigue siendo el artículo de IDEAL antes citado). Poco después, en 1898, la ciudad costeó el que se conoce como «el manto del pueblo». Contribuyó toda la población, «desde los más pudientes, a los menesterosos, y en prueba de ello baste decir que, en el cepillo que se colocó en la puerta de la iglesia, llegaron a recogerse unas quinientas pesetas en monedas de uno y dos céntimos». Lo bordaron las monjas de Santo Domingo antes de conocer si el importe de la suscripción alcanzaría a recompensar su trabajo, pero con lo recaudado «sobró dinero para comprar un vestido». Costó quince mil pesetas. Este fue el manto que vistió el día de su coronación canónica, el sábado 20 de septiembre de 1913. También luce el conocido como «el manto de los gusanitos», donado en 1929, por Federico Bernárdez Alavedra, excomisario de la seda, confeccionado con la primera seda cultivada en Granada. Se estrenó en una misa en el paseo del Salón, ante una monumental granada de flores en el Corpus. A lo largo del año, la Virgen va vistiendo los distintos mantos, joyas del patrimonio de los granadinos.