Contaba Juan Bustos que cuando Granada era más pequeña y los granadinos más pobres, se esperaban con ilusión las fiestas de los barrios. Eran pretextos para pasar unos días en convivencia con los vecinos (todos se conocían) y, en torno a una procesión o una romería, montar unos puestos de golosinas, algún columpio y mesas para tomar algo en la taberna más cercana. Las mujeres se peinaban con moño alto y vestían mantón de flecos y los hombres lucían sombrero, bastón y cadena de reloj prendida del chaleco. En algunas ocasiones la Banda Municipal ponía la música y no faltaba la diana militar.
El Sagrario era el primer barrio en celebrar las suyas, pero no eran muy populares. Las de San Lázaro, San Jerónimo o San Rafael eran las más típicas y animadas. En septiembre, para celebrar el día de la Virgen de las Angustias, la verbena llegaba al Campillo.
El proyecto
En 1909, el Ayuntamiento de Granada presidido por José Gómez Tortosa tuvo la idea de organizar las «Fiestas de Otoño». La festividad de las Angustias sería su hilo conductor y se aprovecharían tradiciones tan arraigadas entre los granadinos como la romería de San Miguel en el Albaicín o «la Angustias chica», que se celebraba en la Alhambra «una exaltación religiosa que llevaba a la Virgen a ser procesionada por los bosques y las murallas áulicas, añadiendo una pincelada de color muy granadino a la celebración litúrgica y popular de la Patrona» («Noticia histórica de 1909 sobre la Fiesta de Otoño». César Girón. IDEAL 29 de septiembre de 2002). La propuesta municipal pasaba por la iluminación especial del Albaicín y la Alhambra (al paso de la citada procesión), corridas de toros, veladas musicales en el Salón y la organización de unos juegos florales. César Girón cuenta que, con la llegada a la alcaldía de Felipe la Chica y Mingo, estas fiestas se olvidaron y nunca llegaron a celebrarse tal y como se habían planteado.
Pero la idea se retomó en parte en julio de 1935 en el transcurso de un almuerzo que la ciudad ofreció a Fernando Hervás Pérez, presidente de la colonia murciana en Granada y organizador de la batalla de las flores. Santiago Valenzuela, uno de los miembros de la comisión de aquel desfile, propuso que «con motivo de la procesión de la Virgen de las Angustias, en el próximo otoño, se hagan fiestas lo más brillantemente posible, levantando para ello el espíritu de Granada».
Gallego Burín, a través del Sindicato de iniciativas de las fiestas de Andalucía (más conocido como Sifa), se encargó personalmente de la organización de los festejos y, el 25 de agosto de 1935, en una reunión de la comisión gestora municipal presidida por el alcalde Vega Rabanillo, solicitó la subvención para llevarlos a cabo. El Ayuntamiento «ofrecerá la cantidad que sobró del presupuesto de las fiestas del Corpus, reservando lo necesario para los festejos que anualmente se celebran en los diferentes barrios de la ciudad». Se comprometió a asignar unas ocho mil pesetas, aunque, con esa cantidad apenas se llegaba a pagar la iluminación artísticas de las calles Reyes Católicos, Gran Vía, la Carrera y fachada de la basílica de las Angustias. El Sifa necesitaba veinticinco mil que finalmente se conseguirían con aportaciones del comercio y una suscripción popular. La organización quería contar con una corrida de toros, pero el municipio se negó. Gallego Burín pidió un reparto de pan a los pobres, y el alcalde contestó que era difícil atender a sus deseos «porque las ocho mil pesetas se reunieron con grandes esfuerzos», de manera que, del reparto de comida, se tenía que encargar la organización.
A comienzos del mes de septiembre, el Sifa hizo un llamamiento a los granadinos a través de las páginas de este diario para pedir su colaboración. En Almacenes La Paz, Joyería San Jerónimo, Almacenes La Ville de París, el Café Royal y el Colón o el Centro Artístico se podían entregar los donativos.
Programa para una feria
Las fiestas se celebraron del 21 al 27 de septiembre y tuvieron como escenario toda la ciudad. Se organizaron verbenas en el barrio de Fígares, Plaza Nueva, el Campillo y en el patio del Ayuntamiento. En el de Fígares tuvo lugar un concurso de adorno de fachadas, con premios de hasta cien pesetas. En Plaza Nueva, un certamen de mantones de manila. Hubo desfile de gigantes y cabezudos, carreras ciclistas, exposición de «automóviles usados», carreras de caballos en el hipódromo de Armilla y un concierto y fiesta flamenca en el Carlos V. Los festejos comenzaron con un homenaje al Ejército y terminaron con la romería al Cerro de San Miguel. Entre ambos actos, un amplio programa que intentaban equiparar a las recién estrenadas fiestas con las celebraciones del Corpus. Finalmente no hubo reparto de pan, pero los niños de las escuelas públicas pudieron disfrutar de funciones de cine gratuitas en el Cervantes, el Nacional y el Olympia y algún «siluetista» se quejó del fracasado concurso de «vestidos de cuatro pesetas» al que no se presentó nadie.
De Angustias a San Miguel
El domingo 22 de septiembre (y sin presencia de mujeres), la patrona de Granada paseó por su ciudad en medio del fervor popular que siempre la ha acompañado. Era el segundo año que se celebraba la procesión tras la proclamación de la República en 1931 que limitó los cultos religiosos al ámbito privado.
Las «Fiestas de Otoño» concluyeron el último domingo del mes, con la Romería al Cerro de San Miguel. Un desfile de doce carrozas guiadas por bueyes y adornadas con plantas, flores, faroles, bombos venecianos y caballistas «vestidos de andaluces», que acompañaron al patrón del Albaicín desde la Pasiegas hasta el Cerro.
Los festejos no volvieron a repetirse. El público no respondió como se esperaba y al año siguiente la Guerra Civil lo paró todo. Athos, en la sección «Canturreos», las resumió con un poema:
Yo hace tiempo que sufría
una enfermedad extraña:
ni almorzaba ni dormía,
ni nada me divertía
fuera ni dentro de España
¡qué desgracia era la mía,
No hacerme gracia ni Azaña,
Con la gracia que tenía!…
Pero las fiestas llegaron,
Los cabezudos salieron,
Los cohetes estallaron,
Mis tristezas acabaron
Y mis males sucumbieron:
Fiestas que tal consiguieron
Mi gratitud se ganaron.
Todo el programa gocé,
Todos los número vi,
En todas partes entré,
Los conciertos escuché
Y a las zambras asistí,
Y tanto me divertí
Que ahora explicarme no sé
Ni cómo tanto aguanté
Ni cómo no sucumbí.
Una de estas noches quietas
Del veranillo aburrido,
Por hacer fiestas completas,
Fui al concurso del vestido
De tres y cuatro pesetas;
Vi un público distinguido
Y, en él, a algunas catetas,
Mas, el vestido aludido…
Se debió de haber perdido
Sin dejar señas concretas
Del sitio en que se ha metido.
Fui al concurso de mantones,
Que es un número oportuno
Para ciertas ocasiones;
Matones sí ví a montones,
Pero mantones…¡ni uno!
Asistí luego a un concierto,
De eses que acaso inventólos
Alguien que estaba muy cierto
De que en uno y otro Polos
Siempre divierteun concierto…y me quedé medio muerto
Viendo a los músicos solos.
En fin, para concluir:
que me doy cada panzada
de gozar y de reír
que esto, o no puede seguir
o me reduce a la nada.
Nadie pudo concebir
fiesta más regocijada,
y es cosa ya de decir:
quien se quiera divertir
¡que se venga pronto a Granada!