Su fotografía, en la contraportada de IDEAL, me recuerda a un personaje de un cuento de Jack London. Enrique González era un motrileño que llevaba más de treinta años subiendo a la ciudad para probar suerte en la cuenca del Darro o del Genil. Hacía tiempo que había enseñando el oficio a sus hijos, que esa primavera del año 50 trabajaban a su lado. Viejo y cansado, con la piel oscura de tantos soles, lavaba la arena del río con una vieja sartén en el recodo de San Pedro, su lugar favorito, donde el agua hace un remanso, y las arenas son más ricas en partículas doradas. Todavía tenía la ilusión de que un golpe de suerte le liberara de su modesta posición social. Desde Plaza Nueva hasta Jesús del Valle hay oro procedente de la colina del Generalífe, y no era extraño encontrar en la batea, si no el mineral, sí trozos de monedas y objetos de adorno musulmanes erosionados por la acción de las aguas y el tiempo. Hoy ganará unas 20 o 30 pesetas, jornal modesto para el duro día de trabajo. El gramo se pagaba a 52,50 pesetas y no era raro extraer dos gramos y medio o tres cada seis días. Mark Twain no contó su historia, pero cuando ya el oficio en la ciudad ha desaparecido, la silueta del buscador de oro junto al Paseo de los Tristes se me antojo irresistiblemente romántica.
[* Buscadores de oro en el río Darro. Torres Molina/Archivo de IDEAL 22 de julio de 1948]
Casi cuarenta años después, en el verano de 1987, un grupo de cinco personas se afanaban en la búsqueda de oro en las aguas del río Genil, en las cercanías de la Fuente de la Bicha. Empleaban doce horas diarias en lavar la arena aurífera. Utilizaban como herramientas una sartén, para sacar la tierra y una tabla escalonada, que la filtraba y dejaba adheridas en su superficie las partículas de oro. Y todo por un jornal de entre dos y tres mil pesetas, que conseguían de la venta de pequeños frascos cargados de partículas de oro puro en los establecimientos de compra-venta de metales preciosos. Con ese dinero subsistían varias familias que, ante la falta de trabajo, optaron por este método para ganarse la vida, como ya lo hicieron sus antepasados en las aguas del Darro aunque, tal y como contaba uno de los buscadores de oro ,“allí no nos atrevemos a ir por miedo a que nos atraquen”. Ya quedaban pocos, pero en años anteriores, durante los meses de estío, se vivió una auténtica “fiebre del oro”. Sin embargo el trabajo era tan duro, que no muchos aguantaban más de una jornada. Tampoco la Policía lo ponía fácil, pues las ordenanzas municipales prohibían esa actividad. Así, junto a un asentamiento de gitanos nómadas acampados en la ribera del río, los nuevos buscadores de oro del siglo XX arañaban el caudal hasta la llegada de las lluvias.
[* Eduardo Martos, ‘El Fontanero’ busca oro en el cauce del río Genil a la altura de la Fuente de la Bicha González Molero/Archivo de IDEAL 23 de agosto de 1987]