Toda la mañana lloviendo. He sacado dinero y he ido donde Pepe Villena a pagarle las plazas de garaje que le tengo alquiladas. Le he dicho a Pepe Villena, que está muy estropeadico con sus ochentaytantos años, que me tiene guardada una botella de champán para mí, que le he dicho que iré con mi hijo Andrés a recogerla, que gracias, que así le ve que ya está hecho un muchachillo, que muy bien pero que vayamos, que no me olvide, que le dará chocolates o golosinas, que Andrés le dará un abrazo de los suyos…
Digo que le he dicho a Pepe Villena que dejo mi plaza de garaje, una de las dos, que la cosa está regular y que tengo que recortar. Como todos. Que si el Plan B. Que si ‘modo panic on’. Que no se preocupe, que tengo la moto y que con ella me muevo bien por la ciudad. Me ha preguntado si vendo el coche. Le he dicho que no, que se queda en el polígono donde está el IDEAL, preparado para los viajes y mis andanzas. Me ha dicho que al menos nos quedamos con una de las dos plazas . Y que eso es importante. Le he dicho que sí. Que lo es, que vivir en el Realejo sin cochera es complicado.
Cuando me he ido me ha estrechado con fuerza su mano débil. Me ha dicho que me aprecia muchísimo. Le he dicho que lo sé, que es mutuo y que es de siempre.
Me he marchado completamente enternecido. Por el respeto, por el aprecio y también porque, quince años después, dejo una plaza de garaje y lo que significa: que las cosas están mal. Me he visto por el agujerito de la memoria a mí mismo en 1998, con unos treinta años, dicharachero y divertido, con enormes ganas de vivir… Y he sonreído, nostálgico, buscándolo. Buscándome por las esquinas de esta vieja judería.
He llegado a casa y me he sentado a trabajar. A la hora ha sonado el móvil. Era Pepe Villena. Me ha dicho que lleve esta misma noche el coche a mi plaza del garaje, que me convida hasta enero. «Que no quiero que pases frío con la moto», me ha dicho.
Recortes. El alma del hombre. Las personas. Hay una salida y está clara.
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