Uno de mis mantras, adagios, dichos, refranes favoritos, dice lo siguiente: «Me moriré sin saber si me gusta más una redacción de un periódico o un bar». O como decía el Tito Paco Crespo: «Era un tipo que veía una barra de un bar y se le saltaban las lágrimas». O como cantan los Trogloditas por la voz del Loco Loquillo: «Acodados en la barra de un bar/Bebiendo para olvidar/A todas las mujeres que dejamos de amar». Ciertamente, no hay más poesía y desesperación que la que se desprende una noche cualquiera bajo la luz difusa de las lámparas de tu garito favorito.
SI tuviera que poner un título a mi vida, a mi biografía, quizá a mi epitafio, sería algo parecido a lo siguiente: «Del Alboka al Candela», los dos bares que marcan mi vida. El Alboka, de los pocos tugurios que todavía quedan en Donosti de aquellos en los que crecimos y nos volvimos a enamorar desde finales de los años setenta. Está en la calle Easo, viejo nombre de Donosti, y sigue igual que como cada vez que lo dejo. Y cuando entro, me llaman por mi nombre. En ese bar he planeado todo lo que no me ha dado tiempo a planear en el Candela, mi particular Ítaca.
Y cuando pienso en el Alboka y en el Candela sé por qué son tan importantes para mí. Lo son porque en ellos me encuentro con mis amigos.
Gracias!