Llevo veinte años viviendo en el barrio del Realejo de Granada porque hay mucho y bueno que me gusta. Hoy escribo apabullado por la inauguración del Centro Comercial Nevada, en Armilla, frente al PTS, con modelos femeninas, arzobispo de Granada, el presidente del Puerto de Motril, el árbol navideño más grande de Europa y fuegos artificiales para un espacio más dedicado al consumismo que crea puestos de trabajo a tutiplén. Esto último, hay que reconocer y aplaudir.
Entonces, pese a que hay productos culturales interesantes en la oferta del Centro Comercial Nevada, como los cines Kinépolis o la FNAC, un chollo de idea porque parece que vas a una librería lo que queda absolutamente cool pero realmente la peña va a comprar cacharrería multimedia y móviles y todo eso…. ¡Que me lío! Que digo que sí, que guay, que otro megacentro comercial que sumar a la oferta que ya rodea prácticamente la ciudad de Granada por todos los costados posibles.
La pregunta es, ¿qué hacemos con los comercios del centro? ¿Y con los de los barrios? Porque el comercio da vida al barrio y construye ciudad, la ciudad que queremos vivir con nuestros amigos, nuestras familias. Reflexionemos sobre este asunto.
El viernes pasado atardecía y saqué la cámara para tomar esta panorámica de la calle Molinos, eje central del Realejo. En el centro se ve la terraza del bar restaurante Papaupa, que se ha hecho un hueco en el corazón del barrio de la mano de Marga y Paco. No voy a hacer publicidad de ellos ahora, no la necesitan. Pero sí voy a contar que el pan se lo compran a la Conchi, a menos de dos pasos el uno del otro, y que les hacen bollos especiales de hamburguesa. Y que las frutas y las verduras y las hortalizas se las pillan a Del Pino, justo un poquito más allá. Y así, mayormente con todo. Compran en el barrio. Como Paco, del bar Molinos, que a diario le veo tirar con la motillo al Mercado de San Agustín a comprar pescadito fresco. No en vano, sigue teniendo uno de los mejores de toda la ciudad.
Pongo estos dos ejemplos, pero hay muchos más. Miguel, del Bar Candela, también compra el pan en la Conchi, se le ve a diario, sobre las once de la mañana, con un saco lleno de bollos de pan rumbo al bar para levantar la persiana, y su mítico jamón se lo compra a Diego, de Casa Diego, también a poquísimos metros el bar de la gran charcutería y carnicería.
Son negocios del barrio que compran en el barrio. Por eso el Realejo está vivo y da gusto el ambientazo que tiene a diario, donde estudiantes universitarios se mezclan con maris y perroflautas, vecinos de viejo y de nuevo, y todo el mundo se saluda y comparte vivencias, con exquisita educación, cortesía vecinal, orgullo de barrio.
Me encontraba el otro día con Lola Boloix, presidenta de la Asociación de Vecinos del Bajo Albaicín, en la calle Molinos. Estaba de compras, «porque en mi barrio no hay nada, como no suba a Plaza Larga…». Mal destino el de un barrio que se muere por dentro. Algo hay que hacer al respecto.
Mientras se abre el Centro Comercial Nevada y se une a esa Vía Láctea de grandes superficies que rodean el perímetro de la ciudad desde Pulianas hasta Armilla, yo sigo de momento haciendo mis compras en mi barrio. Y también el ocio, mis cañas y mis cenitas. Y si me apuras, algún día salgo del barrio y paseo por la ciudad, me pierdo en el Albaicín, el Zaidín o La Chana. Y ya puestos, iré al cine a algún centro comercial, que en la variedad está el gusto.
Pero tengo que reconocer que me brota una sonrisa cuando Diego o su hermana, en la foto inferior en su comercio, rodeados de jamones y todo tipo de productos, me dicen: «Buenos días Señor Javi». O el cariño que prestan a mi enano, Andrés, que ha aprendido a hacer la compra en todos los comercios del barrio. Y si le dejo solo y debate entre tal o cual pieza de carne, ya aparece, como el viernes pasado, Pablo de la sidrería asturiana El Trasgu, en el Campo del Príncipe, para recomendarle una buena hamburguesa de buey.
O Virginia, en su farmacia en la Plaza del Realejo, otra sonrisa mientras te sirve los medicamentos que te han recetado en el centro de salud del Campo del Príncipe. O del Bar Antonio, donde mi socio Alfonso posa con su amigo, el día que ganaron el premio a la mejor Cruz de Mayo, que nunca pone un solo impedimento y ya no es una sonrisa, es que le da alegría cuando entras a ver el partido de fútbol correspondiente.
O Luis, que pone a punto las bicis con otra sonrisa, y las engrasa, y te da consejos y te regala un candado y yo qué sé… siempre te saluda cuando te cruzas por el barrio. O Diego, en la Plaza Fortuny, probablemente el mejor ferretero del mundo, donde su ferretería es un microcosmos, una pandemia de artilugios de todo tipo.
Y todos te llaman por tu nombre. Y tal y como escribo hoy, yo también les llamo por el suyo. Y mi hijo también. Así que no necesitamos arzobispos, ni fuegos artificiales, ni presidentes del Puerto de Motril, ni modelos. Si eso, que venga Estrella Morente, que cantó en la inauguración del Nevada, que aquí se le quiere como se le quiere a su padre, siempre vivo en cada esquina de este barrio que es el suyo, el nuestro, el de todos.