Las próximas elecciones generales son la máxima expresión de nuestra democracia para elegir a diputados y senadores por cada una de las circunscripciones. De ahí saldrá un presidente del Gobierno o, en caso de no llegarse a los apoyos necesarios y pactos para lograr una investidura, volver a la repetición de los comicios, cuestión que no es descartable. Pero en función de los resultados cada formación política se juega, además de estar en el poder o en la oposición, el que sus respectivos líderes salgan reforzados o debilitados en su liderazgo interno.
Esta semana hemos conocido ya todos los cabezas de lista, excepto los de Vox. La designación por primarias ha mostrado problemas en algunos casos, como el pucherazo en las filas de Ciudadanos en Castilla y León, con la derrota de la candidata oficialista. Otros partidos hacen la designación mucho más ‘dedocrática’. En una demostración de fuerza, es el líder quien designa a los compañeros de viaje para que formen parte de su equipo en el grupo parlamentario. El tema no es menor, porque los candidatos a ocupar la Moncloa se juegan también su permanencia o no al frente de su propia formación.
A Pedro Sánchez se le presenta un escenario favorable, después de haber obtenido el peor de los resultados en el PSOE, pero su victoria en la moción de censura y estos meses presidiendo el consejo de ministros, entre otras cosas, le hacen acreedor a una sustancial mejora en número de escaños. Se habla que de los 84 actuales puede superar los 110 de Alfredo Rubalcaba o los 125 de Joaquín Almunia, que también en su momento fueron los más bajos en la historia de los socialistas. Ese notable avance y la posibilidad de formar gobierno, excepto si triunfara la unión de los tres partidos que están a su derecha, le consolidaría como líder inapelable del PSOE, por mucho que pese a algunos de sus dirigentes territoriales, como es la andaluza Susana Díaz. No es de extrañar que la número uno por Sevilla, María Jesús Montero, ministra de Hacienda y exconsejera de la Junta, obtenga más votos que los alcanzados por la misma Díaz en la última convocatoria andaluza. Incluso que ahora los socialistas mejoren en votos en toda Andalucía con respecto a las autonómicas. Ese resultado dejaría en una situación difícil a la expresidenta para seguir liderando el socialismo andaluz. Porque es muy posible que, tras el próximo calendario electoral, Sánchez decida abrir un periodo congresual, que llegaría a las organizaciones regionales y provinciales.
Pablo Casado ha ejercido de la misma manera en las listas y ha colocado sus peones, con incorporaciones novedosas, como la del periodista Montesinos como cabeza de cartel en Málaga. Las huellas de parlamentarios de Rajoy o de Soraya Sáenz de Santamaría han quedado prácticamente borradas o encaminadas a Europa, que no deja de ser una gran bicoca personal o servir de cementerio de elefantes. El líder del PP tiene el reto de que su partido vuelva a gobernar, aunque sea con ayuda de Ciudadanos y Vox, porque quedarse como jefe de la oposición le dejaría en una posición delicada entre sus filas, cuando tiene ya algún barón regional dispuesto a saltar al campo de la política nacional.
Ciudadanos afronta una cierta crisis de identidad, en una campaña frenética de fichajes, incluso de relumbrón como el del ejecutivo internacional Marcos de Quinto, que será juzgada en las urnas, mientras que para Podemos, en la ultra izquierda, se pronostica un severo declive. Para Vox, en cambio, cualquier resultado será bueno. Parten de la nada y sus expectativas son favorables. Curioso es que esta formación de ultra derecha no haya empezado a hacer campaña con sus mensajes, aunque trabaje mucho de tapadillo y maneje con habilidad las redes sociales. Quizá parte de su éxito esté en el fracaso de sus adversarios, con lo cual creen que es mejor no equivocarse, que lo hagan los demás. ¿No les parece?