Es lógico entender que la necesidad de aprender (¿incluso de desaprender?) es una condición básica para progresar en los ámbitos personal y profesional de cualquier etapa de nuestra vida. No nos quepa duda de ello si, además, tenemos en cuenta que ‘aprender’ tiene la misma raíz latina que aprehender, comprender, emprender, prender y aprisionar. Todas ellas relacionadas con capturar desde el conocimiento a la esperanza de alcanzar nuevos horizontes.
Por eso, hoy hablaremos de aprender…, de la historia. De tres historias de las que cada cual podrá sacar sus propias conclusiones y elegir qué le gustaría aprehender de ellas, tras comprender su trascendencia y ser capaz de no caer prisionero de parecidos errores. Y permitirse emprender nuevas aventuras empresariales o personales a las que prender con energía la facultad de innovar sobre lo ya existente.
Historia 1. Año 1588. Felipe II, en respuesta a los constantes asedios de la piratería inglesa, a la desafortunada ejecución de María Estuardo y al apoyo del trono inglés a los rebeldes holandeses en la Guerra de Flandes, decide pertrechar una flota de 122 embarcaciones, llamada la Grande y Felicísima Armada, para recoger a los Tercios españoles y atacar las costas de Gran Bretaña con el objetivo de expulsar a una desafiante Isabel I.
Debido a la inesperada muerte ese año del granadino Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz (quien, por cierto, no sufrió derrota alguna en su larga carrera militar), improvisa el nombramiento de Alonso Pérez de Guzmán como almirante. Este accede, aun no teniendo capacidades ni conocimientos para gobernar una flota, a cambio de obtener títulos y mayores compensaciones económicas.
La llamada por los ingleses Armada Invencible, parte bajo la despótica dirección del Duque de Medina Sidonia: no consulta a sus comandantes ni exige instrucciones claras a su Rey. No traza una estratega para coordinar a los más de 19.000 soldados y 7.000 marinos que debían recoger a 30.000 personas en Flandes. Tampoco prevé un plan alternativo para afrontar posibles contratiempos. El resultado es el ya conocido.
Felipe II fomentó el crecimiento de las artes y las letras. Pero también hay que reconocerle su desmesurada ambición expansionista anhelando construir un imperio global, su exacerbada defensa del catolicismo y su sagacidad para quintuplicar la deuda heredada de su padre, sometiendo a la Hacienda Real a tres situaciones de bancarrota técnica.
Historia 2. Siglos XIII-XV. En la Isla de Pascua, la civilización Rapa Nui alcanza su mayor esplendor. Aquellos descendientes directos de los dioses estaban organizados en dos confederaciones, una septentrional y otra meridional, perfectamente estructuradas en clanes y diferentes clases según su profesión. En el litoral se establecieron los centros políticos, ceremoniales y religiosos que hoy podemos identificar por sus los famosos moáis (deidades), ahus (altares) y kohaus (tablillas con jeroglíficos). La alta competencia por ostentar el privilegio divino les llevó a una frenética destrucción de los bosques para obtener la madera con la que construir infinidad de símbolos religiosos.
Ello, unido a la alta densidad de la población, provocó la devastación de los recursos naturales y el agotamiento de los sistemas agrícola y pesquero. Finalmente, las escaramuzas entre los “orejas cortas” y los “orejas largas” (clase dominante) culminaron en una encarnizada guerra civil que acabó casi con la totalidad de la población. Ésta, diezmada y expuesta a las enfermedades que importaron los colonizadores europeos, ha mal sobrevivido sufriendo la imposición de leyes extranjeras y el empobrecimiento paulatino de su territorio.
Historia 3. Siglo XXI. En las Islas Salomón, Melanesia, se encuentra la pequeña isla Anuta, de poco menos de un kilómetro cuadrado y con una población estable de unos 400 habitantes de origen polinesio. En este reducido espacio de origen volcánico, han vivido durante cientos de años, en perfecta armonía con su entorno, los descendientes de marinos procedentes de Tonga y Uvea a pesar de la fuerte presión de los comerciantes de esclavos, de las epidemias contagiadas por los colonos y misioneros europeos y por la acción devastadora de los ciclones en esa zona del Pacífico.
Los anutanos han sabido armonizar sus tradiciones con la religión impuesta, conservando sus ritos y costumbres sobre el respeto a la jerarquía social que supone otorgar el gobierno a las personas de mayor experiencia, la gestión adecuada de sus recursos naturales y la observancia de unas reglas básicas de convivencia social.
En Anuta se produce y se recolecta (del mar y de la tierra) lo que se va a consumir. Lo que sobra se almacena en despensas naturales para abastecerse de alimento en períodos de fuertes ciclones. Sus habitantes tienen los mismos derechos y deberes y actúan corresponsabilizándose de todas la tareas sin establecer distinciones. La tecnología no les ha alcanzado, ni contaminado. Tampoco la crisis. Son sencillamente felices. La única amenaza global que les podría afectar sería un acelerado cambio climático.
Puestos a elegir, prefiero ser anutano. ¿Y tú?
Esto de la felicidad da para mucho, salvando los desequilibrios bioquímicos que se dan por todas partes, razas y religiones.
Una vez leí que se había estudiado el nivel de felicidad de las adolescentes europeas, y se comparó con los índices de felicidad en la Índia… curiosamente estaban al mismo nivel de las adolescentes huérfanas que ejercían la prostitución para poder subsistir, lo cual te daba que pensar de que tipo de sociedad hemos construido.
Muchas veces se me viene a la cabeza el pensamiento de que el ser humano es el animal menos humano q existe, el más egoísta, déspota y orgulloso de la naturaleza. Sin embargo a veces es posible encontrar diamentes entre la mierda. Cuando conocí esta sociedad en un documental sobre el pacífico sur quedé maravillado por el amor a la naturaleza que tiene esta gente y por como han conseguido vivir en sociedad, pero en armonía con ella.