José Manuel Navarro

Blog de José Manuel Navarro Llena

En el complejo entramado de la geopolítica actual, las teorías filosóficas sobre la justicia ofrecen una perspectiva analítica esencial para evaluar conflictos de larga duración como el palestino-israelí (traído como ejemplo por su cruda actualidad y por su difícil resolución, en la que los países que pueden intervenir para acordar un futuro justo para ambos Estados juegan al “postureo” mediático, en tanto que la voluntad genocida de una parte no tiene límites al tiempo que se rasga las vestiduras recordando el holocausto, y la barbarie vengadora de la otra no repara en el sufrimiento inmisericorde de sus compatriotas). Uno de los enfoques más relevantes para abordar este conflicto (y el de los más de cincuenta activos que salpican la geografía mundial) es la teoría del «velo de la ignorancia» propuesta por John Rawls en su obra “Teoría de la justicia”. Esta construcción teórica permite replantear las bases de la justicia social y ofrece una herramienta conceptual para imaginar un marco equitativo para la resolución del problema en Oriente Medio.

Rawls diseñó el velo de la ignorancia como un mecanismo hipotético para determinar principios de justicia imparciales. La idea central radica en situar a los individuos en una «posición original» en la que desconocen sus atributos específicos, tales como origen, posición económica, etnia o afiliaciones políticas o religiosas. En este estado de ignorancia (que recuerda al modelo de “tabula rasa” de J. Lock, en el que la mente de las personas al nacer es como una pizarra en blanco, sin contenidos prestablecidos) los individuos estarían incentivados a establecer principios de justicia que no favorezcan a ningún grupo en particular, ya que en el futuro podrían encontrarse en cualquier posición dentro de la sociedad resultante. De este modo, Rawls concluye que los principios de justicia justos serían aquellos que garantizaran igualdad de oportunidades y una distribución equitativa de los recursos, protegiendo especialmente a los más desfavorecidos y vulnerables.

En las democracias modernas, caracterizadas unas por un modelo económico neoliberal, otras por uno progresista-populista y otras por uno de capitalismo de estado, la aplicación del velo de la ignorancia parece operar de manera inversa. Lejos de impulsar una justicia imparcial, el sistema económico global impone un “velo de ingenuidad” que despolitiza a los ciudadanos y los mantiene al margen de las problemáticas internacionales. A través del control de la información, la fragmentación del discurso y el fomento del individualismo y la polarización, los ciudadanos son inducidos a la indiferencia frente a conflictos como el palestino-israelí, considerándolos lejanos y ajenos a su realidad (a pesar de las constantes noticias e imágenes de destrucción y muerte). Esto permite a los actores políticos y económicos que participan en el conflicto operar con mayor impunidad, sin la presión de una opinión pública activa y masiva que demande soluciones justas.

Si aplicáramos el velo de la ignorancia en la resolución del conflicto palestino-israelí, la clave estaría en lograr que ambas partes establezcan principios de justicia sin conocer su futura identidad dentro del territorio. Es decir, si un ciudadano palestino o israelí debiera definir las reglas de convivencia sin saber si nacerá en Tel Aviv o en Gaza, en Ramala o en Jerusalén, su interés sería diseñar un sistema que garantice seguridad, autodeterminación, igualdad de derechos y estabilidad económica para ambas poblaciones.

Sin embargo, la realidad política y social del conflicto impide un escenario donde tal imparcialidad pueda prevalecer. Los prejuicios históricos, las narrativas nacionales y las percepciones de victimización mutua hacen que la mayoría de los ciudadanos de ambas partes conciban la justicia desde una posición parcializada, radical e interesada (no para beneficiar a la población sino para satisfacer el egocentrismo de sus líderes). Para los palestinos, la justicia implica el fin de la ocupación y el reconocimiento de su soberanía territorial. Para los israelíes, la justicia se traduce en el reconocimiento de su derecho a la seguridad y a un Estado que ocupe todos los territorios. La ausencia de un marco neutral y equitativo impide que puedan visualizar una solución que no pase por la supremacía de su propia narrativa.

El reto político consiste en construir mecanismos que incentiven a ambas comunidades a considerar soluciones desde una lógica cercana al velo de la ignorancia. En este sentido, iniciativas de educación en derechos humanos, diálogos intercomunitarios y mediaciones internacionales pueden desempeñar un papel crucial. La comunidad internacional tiene la responsabilidad de generar incentivos económicos y políticos que fomenten una solución donde la justicia no sea una extensión del poder, sino una garantía de equidad para los dos Estados. Aunque para que esto suceda, los países intermediarios deberían dejar a un lado sus propios intereses, orientados a beneficiar a una de las partes a cambio de futuras compensaciones, e impulsar convenciones de mutuo respeto.

No obstante, el primer paso que deberían dar esos países debería ser el de despojarse de sus principios neoliberales o de progresismo exacerbado que limitan su capacidad de racionalización de los problemas ajenos y acentúan su exceso de autointerés vestido de falsa solidaridad, para lanzar propuestas reales de protección de los más vulnerables, de limitación de la desigualdad extrema, de distribución más equitativa de los recursos y de las oportunidades y de equilibrio entre la libertad individual y la justicia social. Garantizar, en definitiva, que sus ciudadanos tengan la oportunidad de vivir con dignidad.

La teoría del velo de la ignorancia nos ofrece un marco teórico potente para repensar cualquier conflicto. Si bien su aplicación pragmática, como también en el caso de la guerra en Ucrania, es compleja debido a las profundas asimetrías históricas, políticas y económicas, su espíritu subraya la necesidad de un pacto urgente de justicia basado en principios universales de equidad y derechos humanos, más allá de las identidades nacionales y los intereses específicos de cada país.

José Manuel Navarro Llena

@jmnllena


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