Rituales y sesgo cognitivo

 

No olvides que es comedia nuestra vida
y teatro de farsa el mundo todo
que muda el aparato por instantes
y que todos en él somos farsantes.

(Quevedo)

Recientemente hemos sido testigos de importantes cambios en el panorama dinástico de nuestro país, que han venido a sumarse a otros de carácter político, social, económico y cultural. Aunque analizándolo con un poco más de detalle, no son realmente cambios drásticos y mucho menos procesos disruptivos que hayan supuesto “una vuelta a la tortilla” del panorama que nos acosa durante el último lustro, por poner un paréntesis temporal afectado por la crisis económica. Pero esto, en su conjunto, sería objeto de otro artículo que debería ocupar las galeradas de esta página y las vecinas.

Pero centrémonos en el hecho aparentemente más relevante de este año: la proclamación del nuevo rey. Y digo “aparentemente más relevante” porque los acontecimientos que le han precedido y los que les hayan de suceder no son ni serán más que las causas y consecuencias de un pacto entre los poderes fácticos que mueven los hilos del destino de la nación y que ordenan los rituales que le acompañan.

Pero permítanme que no trasvase las bambalinas y me quede en el escenario, ese espacio donde representamos, en palabras de Calderón de la Barca, el gran teatro de nuestro mundo. Una obra magna donde lo más manifiesto son aquellos rituales que desempeñamos y que nos enseñan a interpretar para mantener la cohesión social y favorecer las relaciones entre todos los estamentos.

La sorprendente (¿?) abdicación de un rey y la proclamación de otro han sido el ejercicio ejemplar de representaciones con un alto contenido simbólico. La sucesión de actos dramatizados para elevar la trascendencia excepcional de los hechos han tenido el objetivo doctrinario (H. Whitehouse) de reclamar la validez universal de ambos eventos para ofrecer un marco estable en el que la sociedad se sienta fortalecida o, al menos, cohesionada.

En palabras de F. Langer, los rituales sortean las cuestiones de difícil comprensión integrándolas en una conducta común. Permiten integrar la cultura y la estructura social mediante prácticas repetidas con el objetivo de permitir la evolución “tranquila” de las sociedades. Valores y normas viajan, codificados en rituales, a través de generaciones y convierten a sus actores en parte de una comunidad que se siente integrada.

En algunos casos, además, deben cumplir una función terapéutica intentando subsanar o prever quiebras morales o éticas producidas por eventos que están fuera del alcance de los ciudadanos, pero de cuyas consecuencias directas o indirectas estos suelen ser los perjudicados.

Los rituales que hemos presenciado se han orquestado con todos los recursos necesarios para estimular sensorialmente a los espectadores, de manera que resultase reforzada la memoria de las experiencias obtenidas para interiorizar y asimilar toda su carga política (y cultural). La representación solemne de cada acto, la fastuosidad del ceremonial, la relevancia de las lecturas, la grandilocuencia de la música, el orden inmutable de cada acción, el cálculo soberbio de los tiempos empleados, la sobriedad de los gestos, … todo ello compone la fórmula mágica de un pegamento social que afecta a las emociones colectivas para mantener la cohesión antes aludida.

Los rituales, a lo largo de los siglos, han valido para que los cazadores se convirtieran en campesinos y ciudadanos, los espíritus en dioses, los ritos en religiones y las tribus en Estados (F. Langer). Su trascendencia es tal que sin ellos probablemente estaríamos en un mundo absolutamente diferente al que conocemos, pero con ellos también podemos ser empujados a delirios colectivos, sectarismos peligrosos y adocenamiento social.

La influencia de los ritos sobre nuestro comportamiento es trascendental ya que hacen que, a fuerza de repetición, interpretemos la realidad de acuerdo a unos parámetros que pueden ser ilógicos y que nos pueden llevar a decisiones erróneas, pero de las que estamos convencidos por la inmediatez y el convencimiento con el que las tomamos.

A este procesamiento rápido de la información para la toma de decisiones, en psicología se le denomina sesgo cognitivo o de focalización (Einstellung), el cual fue descrito por primera vez por A. Luchins (1942) y hace referencia a la obstinada tendencia del cerebro humano para aferrarse a la solución más conocida, la primera que llega a la mente, y para hacer caso omiso a otras soluciones alternativas.

Los rituales tienen también la función de desviar nuestro foco de atención hacia estímulos que proporcionan una información tan potente que nos ciegan ante otros detalles o particularidades que podrían ayudarnos a tomar decisiones más eficaces o convenientes. El no percatarnos de las alternativas nos impide tomar otros atajos mentales hacia soluciones o posiciones sociales diferentes. Lo cual implica un alto riesgo según las intenciones de los que diseñan, dirigen y ejecutan los ritos.

La proclamación del nuevo rey ha sido la excusa para ilustrar este artículo, pero imagínese, estimado lector, los rituales que sostienen las estructuras empresariales, religiosas, civiles o políticas, y sus consecuencias. Y, si le dedica un poco más de tiempo, plantéese los llevados a cabo por las grandes marcas (piense en Marlboro o Harley Davidson).

José Manuel Navarro Llena

@jmnllena 

 

 

 

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *