Cuando la distancia existente entre donde uno se encuentra y el hogar se mide en miles de kilómetros, cualquier suceso que ocurre en el país natal se observa con una extraña mezcla de intranquilidad y furia.
Me refiero al nuevo fracaso de nuestros políticos para ponerse de acuerdo y constituir gobierno. Visto desde allende los mares, uno no sabe qué le altera más, si la situación de desgobierno o que los medios internacionales hablen de ello con la tendenciosidad y manifiesto egoísmo con el que nos critican sin mirar a sus patios traseros ni admitir lo que les está sucediendo y, por supuesto, sin reconocer que parte de la culpa de lo que ocurre en España viene impuesto desde los gobiernos y mercados de sus propios países.
Motivos académicos me han traído a Guatemala, un país en desarrollo con indicadores económicos y sociales esperanzadores aunque con una realidad sangrante. Empero creamos que las comparaciones con España no son posibles, sí que son inevitables. Está claro que son muchas las disimilitudes para hacer un paralelismo razonable, pero permítanme que exponga sólo algunos datos para que pueda extraer sus propias conclusiones.
Mientras que a España le cuesta cumplir con el déficit público en la línea marcada por Europa y ha superado sobradamente su deuda por encima del 100% del PIB, Guatemala mantiene controlado su déficit por debajo del 2% desde 2014 y su deuda no supera el 25% del PIB. Como consecuencia de la crisis y de las políticas neoliberales aplicadas en España, la pobreza alcanza al 25% de sus ciudadanos y sitúa casi en el 10% a los que sufren pobreza extrema (tres de cada 10 niños están en esta situación). En cambio, en Guatemala las cifras son más alarmantes debido al histórico desajuste en las oportunidades y a las desigualdades sociales impuestas por políticas dictatoriales superadas y coloniales que aún perviven: casi el 60% de la población es pobre y más del 20% está en situación de pobreza extrema. En nuestro país, los casi 2,5 millones de jóvenes entre 18 y 25 años pueden elegir entre 50 universidades públicas y 33 privadas, pero los cerca de 2 millones de jóvenes guatemaltecos sólo pueden ir a una universidad pública o 14 privadas. Y no olvidemos que la población total de España triplica a la de Guatemala. Obviamente, son realidades económicas y sociales totalmente diferentes que tienen algo en común: la riqueza está controlada por un reducido porcentaje de empresarios, financieros y burócratas adscritos a los lobbies de poder, en un caso europeos y en otro americanos; la brecha entre ricos y pobres es cada vez mayor, habiendo desaparecido la clase media y reducido las posibilidades de que las clases desfavorecidas puedan mejorar sus condiciones económicas. En ambos países, para que puedan progresar y no perpetuar su condición de pobres, deberán emigrar.
Por otro lado, en el terreno político, en España estamos asistiendo a la repetición de la historia, como dijera Marx, primero como tragedia y ahora como farsa. Y si hemos de ir a unas terceras elecciones, será como esperpento. Lo sorprendente de esta historia es que el partido que obtenga más votos no será el ganador de los comicios, sino que será consecuencia de que el resto las hayan perdido. Aunque los perdedores reales ya somos todos los españoles.
En Guatemala, fíjense, Jimmy Morales preside el actual gobierno no por haber ganado la confianza de su pueblo sino porque el resto de partidos la perdieron tras largos años de escandalosa corrupción mientras estuvieron en el poder. No es lo mismo ganar por convicción, ideología y propuesta programática con soluciones reales, que hacerlo porque no hay más alternativas, ni tan siquiera la propia.
En España no contamos con políticos con altas miras de estado, sino con valedores de la vieja concepción de la política, aislados en su torre de babel en la que fortalecer su posición y garantizar su futuro personal, dando la espalda a la realidad de sus conciudadanos. Así observamos a un PP que mantiene su posición hierática e inamovible, defensor de su razón aunque la corrupción la tenga cosida a las entretelas; a un PSOE parapetado en la crítica feroz sin hacer una honesta autocrítica; a un C’s obsesionado con nadar y guardar la ropa (aunque valiente al pedir perdón); y a un Podemos que ha perdido su propuesta esperanzadora jugando a ser casta sin que se le mude la sonrisa a sus dirigentes.
En todos los casos, el esperpento será aún más absurdo porque quienes lo interpretarán serán los mismos actores, en lugar de haber dejado sus cargos por su reiterada incapacidad para encontrar soluciones y denodado interés por su propio y personal sostenimiento.
Volviendo a Guatemala, cuentan que su presidente Arana Osorio (1970-1974) se dirigió a los guatemaltecos tildándolos de “pueblo de inconformes” a raíz de los movimientos insurgentes de la población rural. Salvando las distancias históricas e ideológicas, nuestros políticos se han ganado a pulso el apelativo de “gobierno de inconformes” (v.g.: hostil a lo establecido en el orden político, social, moral, estético, etc, según la RAE).
José Manuel Navarro Llena
@jmnllena