Debería haber publicado esta columna hace varias semanas, al tiempo que otros muchos analistas se apresuraban a vaticinar el resultado de las primarias más mediáticas que hemos conocido en nuestro país. O justo después, para proporcionar una explicación razonada y razonable de lo sucedido en las urnas del partido socialista. Pero aventurar el resultado me parecía innecesario por obvio y justificarlo se me antojaba desafortunado por redundante.
Pasado el tiempo suficiente, sí me atrevo a hacer una reflexión más en un tono social que en el político que merecen unas elecciones a la secretaría general del partido que más esperanza ha suscitado desde su fundación, y más decepciones ha provocado desde, posiblemente, el congreso de Suresnes. Pero, sobre todo, desde que su aparato de poder se blinda en torno a las figuras que ostentan la secretaría general y sus baronías (singular denominación para los representantes de una ideología de izquierdas).
Se ha puesto de manifiesto como meritorio y ejemplar el comportamiento democrático de la organización y de la militancia, superando las diferencias y tensiones protagonizadas por los tres aspirantes y sus adeptos, y del acatamiento del resultado final bajo la consigna de la unidad y el trabajo conjunto para una nueva etapa donde lo principal es el partido y el deseo de volver a liderar el gobierno del país. Pero…, más que loable, esto es lo que se espera de un partido que se dice demócrata en una sociedad democrática, ¿no?. A lo contrario se le denomina de otra manera.
Aún así, una de las cuestiones que se ha revelado es la cosmética de las formas frente a los entresijos del aferramiento al poder, del aún poderoso y anacrónico aparato jerárquico y del clientelismo interno. Hechos que no serán superados con el nombramiento de un nuevo secretario general, aupado por las bases de la militancia, sin la necesaria salida de los ámbitos de decisión de todos los que en las últimas décadas han sido los responsables de la desideologización del partido socialista, de la deriva hacia territorios impensables para sus padres fundadores y, sobre todo, del hartazgo de la sociedad por lo maniqueo de su lenguaje (“conmigo o contra mí”) y por su fariseísmo moral exhibido en muchas “puertas giratorias” cuyo eje de rotación está conectado directamente al neoliberalismo, feroz e inmisericorde. Ya saben a lo que me refiero.
En estas primarias se ha votado a favor de los candidatos y, fundamentalmente, en contra de todo lo descrito en el párrafo anterior. Aunque el mensaje de la militancia, me temo, no se ha querido interpretar ya que se siguen personalizando en exceso los protagonismos individuales de la “derrotada en su ensimismamiento” enfrentada al “ganador renacido” como si se tratase de la rancia pugna entre el sur y el norte. Entre el “sevillismo” otrora todopoderoso, capaz de decidir el inquilino de la Moncloa, y un “más allá de Despeñaperros” que reclama para sí el liderazgo de la socialdemocracia española y europea. El temor y el deseo de que se produzcan bailes de sillones vuelven a ser prioritarios. En realidad nunca han dejado de serlo desde que servir a la sociedad en un cargo público pasó de ser una vocación y un honor a constituirse en una actividad profesional de largo recorrido y pingües beneficios (no sólo ni siempre en términos estrictamente económicos).
La sociedad de izquierdas, de haber votado militantes y simpatizantes, probablemente hubiera respaldado el mismo resultado que el obtenido. O quizá no. Este no es el quid de la cuestión. Lo más importante es que la mayoría de los ciudadanos estamos cansados de que se juegue con nuestro futuro y se hipoteque nuestro bienestar (una expresión que se ha convertido en un oxímoron en sí mismo) con la excusa programática de precisamente luchar por nuestro futuro. Y esperamos, y confiamos, y deseamos que así sea en cada legislatura. En cambio, la insatisfacción entre lo esperado y lo obtenido alimenta discursos populistas, o arribistas, y provoca las simpatías hacia quienes proponen nuevos eslóganes, aunque estén embebidos de las viejas promesas de justicia, igualdad, prosperidad, trabajo…, que nunca se cumplen.
Economistas, sociólogos, politólogos o antropólogos podrán tener la respuesta, pero muchos nos preguntamos ¿qué falla en nuestro sistema que tras siglos de luchas obrera, sindical, feminista, social, etc., seguimos perdiendo espacios conquistados de derechos y libertades cuando creíamos haber alcanzado a ver su contorno por la claridad de sus horizontes? Quizá el problema esté en que mientras la sociedad civil busca respuestas a esta pregunta, quienes tienen la encomienda de resolverla están más preocupados de las disputas internas en el seno de sus partidos, de la ostentación del poder y del distanciamiento de la realidad, a la que no quieren regresar una vez que se han aupado a lomos de las siglas de una formación política.
Hay quien dice que lo que hemos presenciado en estas primarias es esperanzador porque abre un nuevo período para la izquierda en España, con un socialismo más unido, dispuesto a recuperar la confianza de quienes buscaron en otros partidos el abanderamiento de su indignación. ¿En serio creen que va a ser así?
José Manuel Navarro Llena
@jmnllena